"Hay que cambiar los conciertos ¡300 años después!"
Se requiere chaqueta y corbata, para los hombres. Vestimenta formal también para las mujeres. Quedan excluidos los vaqueros, las camisetas y la ropa deportiva de toda clase, incluidas las zapatillas. El Cosmos Club se inauguró en Washington en 1878 para dar cabida en un grupo social privado a hombres distinguidos. Hasta 1988 ninguna mujer fue admitida.
Dirige una orquesta en EE UU e intenta romper moldes, sin chaqués ni pajaritas
Se respiran aires de otra época nada más cruzar su puerta. Gentes de otro tiempo. Se habla bajito y se anda despacio. Hasta que aparece el maestro Ángel Gil-Ordóñez. Nacido en Madrid hace 50 años. Director de orquesta. De dos zancadas llega a la periodista. Efusivo abrazo con efusivo beso. "¡Bienvenida al Cosmos! ¿Comemos?", inquiere todo sonrisa, apartándose el pelo de la frente.
¿Qué hace un hombre como tú en un sitio como éste?, podría dar título a la entrevista. Pero lo que supone la presencia jovial y energizante de Gil-Ordóñez para el Cosmos, cuyo emblema está seguido por la frase "el club social de la élite intelectual de Washington", es nimio comparado con lo que este hombre hace con la música clásica. "Hay necesidad de un cambio radical", habla el maestro sin dar tregua al silencio mientras ojea la carta, carta que en su caso tiene precios, la de la reportera, no. Norma de la casa. Quienes acuden como invitados al Cosmos no sólo no pagan, tampoco saben cuánto cuestan los platos.
"Hay que cambiar el concepto del concierto... ¡Si es que estamos haciendo lo mismo que hace 300 años!", dice Gil-Ordóñez, que quiere tocar la música clásica para oídos del siglo XXI. Así que concibió, junto a Joseph Horowitz, un proyecto que vio la luz hace cuatro años: The Post-Classical Ensemble, su orquesta. Orquesta que a diferencia de las tradicionales no tiene tamaño fijo (se compone de colaboradores contratados para cada programa); no tiene domicilio ni presupuesto fijo. No salen a escena con chaqués, pajaritas o camisas almidonadas. Por principio. "Es demasiado artificial, una camisa almidonada impide al músico pasárselo bien. ¡Hay que quitar almidón al concierto, por favor!". Este músico singular, que se formó bajo la batuta de Celibidache, imparte hoy clases de estudios Orquestales en una de las mejores universidades de EE UU, la Wesleyan University.
Reniega de todo lo asociado al mundo "de la clásica". Los rituales estirados; el altar en que se ha convertido la sala de conciertos; el "sentarse y no mover una pestaña porque el señor de al lado te chista". "¡Shhh!". "La gente iba a un concierto hace 200 años para disfrutar de la música y de los amigos, con los que hablaba, incluso durante la representación", empieza a explicar Gil-Ordóñez quien ya ha dado cuenta de su primer plato, una sopa. Durante el estreno de la Novena de Beethoven, el público se volvió loco durante el segundo movimiento y gritaban como si estuvieran en un concierto de Mick Jagger.
Pasión, tanta pasión pone este ex director asociado de la Orquesta Sinfónica de España al hablar de su oficio que el lenguado se le está quedando frío. "¿Está bueno el pastel de cangrejo?", me pregunta. Está de muerte.
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