"Espero que con mi historia salgan otros de la calle"
Lhoussaine Fingoun es un joven marroquí alto y espigado. Se sienta a la mesa y lo primero que dice es que no puede comer carne; lo segundo no lo dice, pero se intuye por lo poco que prueba del plato de las verduras, de la brocheta: se le ha encogido el estómago en los últimos dos años. La vida en la calle ha sido dura para Fingoun. Tiene 20 años y ha dado tumbos de una ciudad a otra buscando una oportunidad para ganarse la vida y sin dar con ninguna.
Llegó en patera hace cinco años cuando tenía 15 y desde entonces su vida ha transcurrido entre centros de acogida, albergues, casas abandonadas y cajeros. Hoy trabaja como camarero en el restaurante Mugaritz de Andoni Luis Aduriz, en Rentería, junto a la élite de la alta cocina.
Este camarero del hotel Mugaritz llegó en patera con 15 años
La historia de Fingoun tiene más recorrido que el estrecho de Gibraltar. Su padre, conserje de una escuela en Khomoyfira, un pequeño pueblo en el interior de Marruecos, reunió con los ahorros que tenía el dinero para que él y su hermano seis años mayor subieran a una patera. "Nos pedían 3.000 euros y anduvimos un mes por un bosque esperando el día de partida. Fue un viaje horrible de 24 horas en las que pensé que me moría".
Nada más pisar la costa de Granada, su hermano fue deportado y Fingoun empezó su periplo en un centro de menores en Almería. Recuerda con tristeza sus años en las casas de acogida, donde apenas aprendió un poco de español. "Cuando cumplí los 18 años me dejaron con la maleta en la calle. No sabía qué hacer, solo tenía el título de marmolero", recuerda mientras desgrana la ensalada de bonito.
Sin trabajo y sin dinero, Fingoun tuvo que volver a pedir ayuda económica a su familia para conseguir un permiso de residencia. "Sabía que en mi país no iba a tener futuro y solo pensaba en ganar dinero para mi familia". Viajó por numerosas ciudades, entre ellas, Alicante, Zaragoza, Madrid y Bilbao. Buscaba una ciudad más pequeña y llegó hace un año a San Sebastián. "Tras recibir una paliza de la policía, llegué a SOS Racismo, donde por primera vez encontré una sonrisa y palabras de ánimo", reconoce.
Fingoun bromea con la brocheta de langostinos, pulpo y verduras suspendida de un gancho. "Esto serían como cuatro o cinco platos de Aduriz". La suerte le llamó hace unos meses cuando conoció a una periodista que le puso en contacto con la gente de Mugaritz. Le llamaron para trabajar de camarero y vive en el piso que el cocinero vasco tiene para los estudiantes becados. "Aún no me lo creo. No pienso en el futuro porque las cosas pueden cambiar de un día a otro y puedo volver a la calle. Pero ahora estoy aprendiendo mucho", explica.
Fingoun quiere compartir el postre, dice que en su país todos comen de los mismos platos. Confiesa que lo mejor de trabajar es amanecer todas las mañanas con el despertador. "Cuando era pequeño me despertaban las manos de mi madre, cuando pasé por los centros de acogida me despertaban las voces y cuando viví en la calle, las patadas de los policías".
Los flashes del fotógrafo le descolocan. Demasiado protagonismo. "Solo espero que mi historia ayude a que otros puedan salir también de la calle".
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