"España aún no está curada de la Guerra Civil"
"Los años que tengo no se los digo a nadie. Permíteme esa coquetería. Pon que son casi 100...".
No son casi 100, pero sí son muchos más de los que dan a entender las inapreciables arrugas de su rostro o el pantalón de cuero con el que Carlota Leret, hija del aviador Virgilio Leret (Pamplona, 1902), inventor del motor de reacción, acude a la entrevista. Acaba de llegar de Caracas, donde vive desde que se exilió con su madre en 1941, para asistir hoy al estreno del documental Virgilio Leret, El caballero azul, dirigido por Mikel Donazar y patrocinado por AENA.
"Yo era una niña, pero lo recuerdo perfectamente. Era el 17 de julio de 1936, el día que empezó la Guerra Civil, el día que se oyeron los primeros tiros del fascismo que iban a incendiar Europa, el día que vi a mi padre por última vez". Virgilio Leret era entonces jefe de la zona oriental de las Fuerzas Aéreas en África y estaba destinado en la base de Hidros de El Atalayon (Melilla). "Mi madre, mi hermana y yo estábamos en la base porque habíamos ido a veranear a Melilla con un barco que teníamos. Empezaron a sonar las sirenas y mi padre nos llevó al barco. No hubo besos, ni despedidas. Recuerdo a mi madre asomada en la cubierta viendo cómo él se alejaba y a mi padre gritándole que se metiera dentro mientras se oían tiros". Virgilio Leret regresó a su puesto para defender la base hasta que se acabó la munición, relata Carlota. No le volvieron a ver.
Un documental cuenta la vida de su padre, inventor del motor de reacción
"Mi padre es el primer fusilado de la Guerra Civil", asegura Carlota. "El primer militar asesinado por cumplir con su deber", le presentaba el cineasta Pedro Almodóvar en un documental estrenado en junio del año pasado para denunciar la muerte impune de 15 víctimas del franquismo. Carlota ha encontrado documentación que prueba que su padre fue pasado por las armas al amanecer del 18 de julio. "Hace seis meses me llamó la poetisa Angelina Gatell, que había estado casada con un soldado de la base de Hydros. Me contó que al llegar a la base el 18 de julio, su marido se encontró, temblando, a uno de sus compañeros que le dijo llorando: '¡Hemos matado al capitán Leret!'. Mi padre fue fusilado por sus propios soldados. Los rebeldes les habían obligado a hacerlo como una forma de sembrar el terror".
Tiene tanto que contar que apenas prueba bocado. "No me interesa nada la comida. Nunca me ha interesado. Como por obligación", asegura ante una ensalada de chipirones en un restaurante que ha elegido solo porque está a dos pasos de su casa española. "¡Apenas hemos hablado del motor de reacción y es lo más importante!", recuerda de repente, desembarazándose de nuevo del tenedor. "Es una historia casi mágica".
"En 1935, un año antes de que estallara la guerra, mi padre había inventado el motor turbocompresor a reacción. Mi madre [la escritora de origen mexicano Carlota O'Neill], a la que metieron en la cárcel después de matar a mi padre por 'influir grandemente en la conducta de su esposo', según el consejo de guerra, logró sacar del penal los planos del invento envueltos en ropa sucia. Los padres de una compañera de la cárcel los guardaron hasta que ella salió, en 1941. Cuando estuvo libre, mi madre cogió los planos, se los envolvió al cuerpo y se los ofreció a la Embajada británica porque creía que aquel motor podía ayudar a los aliados contra Hitler, pero no hicieron nada", lamenta.
Carlota lleva más de 10 años dedicada a recuperar la memoria de su padre. "Si hubiera sido fascista, Virgilio Leret tendría una calle, una plaza, saldría en los libros de texto, le habrían hecho homenajes. Pero como era republicano, nadie sabe que fue un héroe. Me indigna que cuando hablo de estas cosas la gente me diga enseguida que no remueva, que estoy fomentando el odio. España aún no está curada de la Guerra Civil. No ha hecho justicia con su pasado. Y hablar de estas cosas no es abrir heridas, sino precisamente cerrarlas".
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