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TOTALITARISMOS
Tribuna
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Totalitarismos: la tentación de las ficciones

Los discursos totalitarios del siglo XX, tanto el comunista como el fascista, se alimentaron de este hartazgo hacia la realidad. Hoy lo hacen también las narrativas nacionalistas y autocráticas

Trump’s mass deportation plan

A ratos da la impresión de que el mundo —y quienes lo habitamos— se ha cansado de la realidad. De tener que lidiar con su rugosidad y sus delineamientos; con sus sombras y sus matices; con su complejidad y la incertidumbre que le es propia a la existencia humana. De allí, creo, la tendencia a refugiarse en realidades artificiales, como si acogerse al abrigo sintético de las pantallas simbolizara un eco del célebre grito de Mafalda: sencillamente queremos que el mundo se detenga y que nos bajen de él. Y es que, pareciera, que es demasiada la realidad con la que debemos lidiar, al punto que nos sentimos sobrepasados y ahogados por ella.

Los discursos totalitarios del siglo XX, tanto el comunista como el fascista, se alimentaron de este hartazgo hacia la realidad. Hoy lo hacen también las narrativas nacionalistas y autocráticas. De allí que sus propuestas y proyectos estén fundadas en una ficción: el mundo al que apelan no existe, dado que dicho mundo contraría a la realidad misma. Si creemos esto, la pregunta que cabe plantearse es por qué las masas adhieren a ellas. Esta disyuntiva constituye uno de los pilares esenciales sobre los que se erigió Los orígenes del totalitarismo, esa monumental obra en la que Hannah Arendt buscó escudriñar y afirmar el carácter novedoso de ese monstruo frío que fue el totalitarismo.

Para Arendt, el concepto de lo totalitario se fundó en el desprecio de los hechos y el rechazo de la realidad. A partir de esto, la adhesión de las masas a dichos regímenes se habría basado en el cansancio y el deseo de orden, fuera cual fuera el precio a pagar (y vaya precio que terminó pagando el mundo).

El problema que se sigue de adherir a ficciones es que, una vez que estas destruyen la realidad en pos de las ideologías que las motivan, terminan siendo abandonadas por sus feligreses, diluyendo así toda responsabilidad colectiva que pueda caberles. En su Diario Filosófico, Arendt dejó constancia de este reniego: en vano intentaron los aliados encontrar a un solo nazi confeso y convencido entre el pueblo alemán, que en un 90 % había sido simpatizante sincero en algún momento u otro del régimen nacionalsocialista. Una vez ‘realizado’ el nazismo, su contenido dejó de existir en tanto doctrina, llegando a perder, incluso, toda existencia intelectual. “La destrucción de la realidad no dejó, pues, casi nada tras de sí, empezando por el fanatismo de los creyentes”.

La reflexión no nos es ajena. Basta remitirse a la ficción octubrista que con tanto estupor encandiló a intelectuales, académicos y políticos de izquierda (y no tan de izquierda) en Chile; quienes, amparados en el sectarismo y enceguecidos de ideología, se escabulleron en sus torcidas teorías y en la abstracción de sus nubes para intentar ‘arreglar’ el país, sin preocuparse por la realidad. Bastó el fracaso de su apetencia refundacional para que terminasen abandonándola, desmarcándose de ella y abjurando de su tentación.

De cara al año electoral que se apronta en Chile, atender y alertar las distintas ficciones que vayan a ser propuestas y reivindicadas (tanto de izquierda como de derecha) resulta un ejercicio necesario y pertinente en los electores. No vaya a ser que, una vez que dichas ficciones destruyan lo que va quedando, sus creyentes terminen abandonándolas y desconociendo su responsabilidad en la hecatombe, como ya ocurrió.

El deseo de orden, por acuciante que resulte, no puede admitir cualquier precio. Y aunque señalarlo en una columna sea más fácil que sortear la angustia que conlleva vivir en el desamparo, asumir un compromiso con el Estado de Derecho y los principios democráticos exigen atender esta complejidad. Detener el mundo y transmutarlo por una ficción, por tentador que resulte, no es la solución.

Los problemas que aquejan al país no se solucionan desconociendo su realidad ni mucho menos pretendiendo cambiarla por mundos ficticios. Suponen, al contrario, lidiar con el carácter incierto de la existencia. Ello requiere sentido común y rigor en la exigencia por comprenderla y abordarla. El desafío no es menor, en tanto que exige humildad, realismo y voluntad de diálogo. Sobreponernos a nuestros desafíos no pasa por pretender controlar todos los aspectos de la realidad, pues creer que ello es posible comprende el desconocimiento de la contingencia de los hechos. Y en esto, las ficciones son maestras, ya que simplifican eso que de por sí es sumamente complejo: la vida misma.

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