Dopados
Observar la actualidad política española desde otra ciudad, otro país, otro mundo -estoy en El Cairo: y aquí la vida no te da respiro- me deja con el interruptor roto, como esa cosa telefónica de la competencia que se ha cargado Jobs nada más llegar al iMásAllá.
Leo, miro las noticias, pero no consigo conectar. No reconozco nada de lo que quise, y todavía deseo, para mi país. ¿De verdad son conciudadanos míos esos figurantes con ínfulas que se hacen con la realidad y la falsifican, con la excusa de que están de campaña electoral?
Pues sí, a algunos hasta les voté. Y el desfile militar, con la cabeza bien alta: hay que estar atentos al cielo, ahora que tendremos escudo antimisiles. Qué caro nos ha salido que el señor Zapatero no saltara del asiento en el momento debido, con todo mi respeto para sus respetables ayeres.
Aparecen más figurantes gritones, dándose codazos para ocupar su sitio en el circo. El uno, amenazando a Ana Pastor con el despido; el otro poniendo en las listas a la del carrerón, el de mi autonomía marcándose otra de elitismo y de indiferencia social... Esta gente ha perdido el sentido de lo real, o es que, en alguna parte, alguien va repartiendo bocadillos de paroxetina, poderoso inhibidor de los sentimientos que, ingerido en la dosis adecuada, consigue que no te importes más que tú mismo.
No detecto sensibilidad ni inteligencia más que en las cartas de algunos lectores, repletas de sentido del bien común. Una en particular, la de Francisca Ruano, me toca la fibra cuando, tras resumir nuestra situación, termina con un rotundo: "Es triste decirlo: todo suena a engaño".
Es triste decirlo: si no tuviera la certeza de que existen buenas personas me quedaría en El Cairo contando habas. Total, ahí tampoco hay hospitales.
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