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Columna
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Arriba y abajo

Manuel Rivas

Coincido con los expertos del FMI: no tengo ni idea de economía. La diferencia es que mientras los más ciegos de la plebe sufrimos durante años con la visión de la gran burbuja a punto de estallar como pesadilla de El Bosco, el círculo poético del FMI, abrazado a las farolas de Wall Street, lo pasaba pipa confundiendo el extraño artilugio con la luna llena. Así que no queda más remedio que rendirse ante su imaginación para afrontar la crisis. Se puede oír el engranaje de estos think tank como un ultrasonido de cirio en las tinieblas. El crepitar de las mentes fermentando las novedosas ideas.

¿Retrasar la jubilación? OK. ¿Abaratar los despidos? ¡Hurra! ¿Reducir los salarios? ¡Guau! Si la Gran Recesión ha sido provocada por la inconsciencia de los ricos, la única solución es que los pobres echen una mano a esos locos. No se les puede abandonar. Por un lado, hay que entregarles el Estado (¡Qué asco!), aunque no lo quieran. Esperanza Aguirre es ultraliberal y cómo se sacrifica por la Comunidad y por el Monte de Piedad. Por otro, convencerlos de que se queden con todo. El gran negocio son las necesidades: la sanidad, la educación, el agua, el día de descanso, la cárcel y los cementerios. Se fragua una nueva caridad rentable. No sé si tendrán algo que ver con este espíritu de reforma los términos de la inscripción de la fundación Ancianos Solitarios Venidos a Menos, que preside doña Leticia de Borbón. Los fines son loables, pero llama la atención una cláusula. La de la atención prioritaria a quienes tuvieron "una buena posición, con preferencia a las personas de la condición social que tuvo la extinta Excma. Sra. Marquesa de Balboa". Esta pieza del realismo social aparece en el BOE (25-1-2010). A los pobres venidos a menos ya les dedicó suficiente atención en arameo aquel rojo del Sermón de la Montaña.

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