"Algunas víctimas nos mandan al cuerno. Pero insistimos"
Lleva 11 años moviéndose entre catástrofes y las peores miserias humanas. La capitana de la Guardia Civil Ana Muñoz Rodríguez es la responsable de la Sección Mujer de la Unidad Central del Equipo Mujer-Menor de la Guardia Civil. Ahora desde el despacho y antes como agente de calle ha tenido que lidiar con maltratadores, violadores y asesinos de todo pelaje. En anteriores destinos trató con pederastas, criminales en serie, proxenetas y estafadores de ancianos. Ha visto de todo, y es una mujer con aplomo. Pero a pesar de ello no ha disminuido su capacidad para la compasión y, aunque disimula como puede, se le humedecen los ojos al recordar a una mujer a la que no pudieron ayudar porque se cebó sobre ella la mala suerte. Madrileña, de 42 años, saborea los cebiches y los ajís de la cocina peruana, sonríe abiertamente al encontrar aguacate en el pastel de atún de la Causa limeña y comenta sin cinismo: "La gente es buena".
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Que la gente, en general, es buena lo ha constatado ayudando a las víctimas. Por ejemplo, en el accidente de Spanair (154 fallecidos), cuando los familiares aguardaban con incertidumbre largas horas en la identificación de cadáveres. "Algunos se exasperaban, pero en seguida se arrepentían y pedían perdón". "O cuando les dices a unos padres: fulano ha matado a vuestra hija, notas que por fin descansan y te abrazan. No saben cómo demostrarte el agradecimiento, y tú piensas, pobre gente... Es lo que te engancha al trabajo. Si has evitado una muerte o has ayudado a meter a un indeseable entre rejas, te sientes bien".
En momentos como esos dice que entiende mejor a su padre, un agente de puesto que siempre llegaba tarde a casa y nunca se quejaba. Para la entonces adolescente Ana Muñoz, su vocación era un misterio: "¿Qué tendrá la Guardia Civil? El sueldo, desde luego, no es". Ahora hace lo mismo que él.
Como psicóloga, investigadora y estudiosa de todos los cursos de formación a su alcance, se ha labrado un sólido currículo que la ha llevado a instruir a policías latinoamericanos y asumir cada vez mayores responsabilidades.
Desde su condición de experta ahonda en delitos cuyas implicaciones emocionales los hace únicos y fuera de toda lógica. "La víctima se compadece del verdugo, o lo quiere, o depende psicológicamente de él. Lo defienden con verdadera pasión. Eso no ocurre en ningún comportamiento criminal. Y genera una cierta frustración en los agentes, sobre todo en los que son más jóvenes. A veces las víctimas nos mandan al cuerno", recuerda. "La misma mujer que ha venido llorando al cuartel, asustada y llena de moratones, trata de convencernos después de que su pareja es muy buena persona, que la quiere mucho y que, por tanto, quiere retirar la denuncia. Le dices: 'Señora, eso lo dirá el fiscal'. Y entonces se enfurecen y arremeten contra nosotros. Nos llaman de todo. Las buscas y no cogen el teléfono. Vas a su casa y no te abren. Se desdicen ante el juez, niegan lo evidente... Es frustrante, pero sabemos cómo actuar: no hacer caso de su rechazo, seguir en contacto con ellas. Insistir. Llamarlas y preguntarles por el trabajo, por los niños, no mencionar al maltratador. Que sepan que seguimos ahí y que cuando les vuelvan a pegar las puertas del cuartel estarán abiertas. Porque volverán. Siempre vuelven".
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