DAVID FOSTER WALLACE
La obra de Wallace, amplia y consolidada, conjura estupefacción y admiración al mismo tiempo. Se trata sin duda del autor más agudo de su generación, quien cosecha más veneración entre sus coetáneos, pero no es en absoluto un autor de masas. Sus novelas no cortan nunca el cordón umbilical que las une con los posmodernos, pero bajo su propio estilo abandonan el tono latoso y se adentran en una extrañeza mucho más física y palpable. Lean Entrevistas breves con hombres repulsivos (Mondadori, 2001) y sentirán esta fascinación por lo raro. A la espera de la traducción de su máxima novela (Una broma infinita), los cuentos de La niña del pelo raro (Mondadori, 2000) se imponen como entelequias que cuesta descifrar, que abruman, y en ello está precisamente su seducción. Da la impresión que Wallace escribe desde una libertad tan provocativa que es humillante. Autor de largo recorrido, de teorías envolventes, dan fe de esta profundidad los artículos recogidos en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (Mondadori, 2001), volumen de colaboraciones periodísticas de gran inteligencia y sagacidad.
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