Alatriste: el clásico, los clásicos
Ensayo. No basta decir que el Pérez-Reverte de Alatriste (o el Alatriste de Pérez-Reverte) es ya un clásico: conviene precisar que lo es por más de una razón.
En su inmoderada y zigzagueante admiración por Quevedo, creía Jorge Luis Borges que si a don Francisco no acostumbraba a otorgársele el rango que le correspondería entre los supremos escritores europeos era porque no había creado ningún personaje de veras memorable. Cierto: los nombres de los grandes escritores van con especial frecuencia asociados a los de unos héroes de ficción; y cuando no es así, como ocurre sobre todo con los poetas, el autor mismo acaba por ser contemplado como personaje. Cervantes es don Quijote; Quevedo, el jodido cojo de las chocarrerías que constituyen la parte menor de su literatura.
El capitán Alatriste
Arturo y Carlota Pérez-Reverte
Edición especial anotada
por Alberto Montaner
Alfaguara. Madrid, 2009
398 páginas. 20 euros
El reverso de la medalla está en que la vinculación de un escritor con un determinado personaje hace a menudo que el resto de su obra quede un tanto ensombrecido. Con toda justicia, el capitán Alatriste ha alcanzado una notoriedad sin parangón, hasta el punto de ser la única figura de la novela española de los últimos tiempos que se deja identificar en cualquier versión gráfica no ya por los rasgos físicos y la indumentaria, sino hasta por la mera silueta. No por ello concluirá nadie de buen criterio que los de Alatriste sean los libros de más valor o mayor envergadura de Pérez-Reverte. (El reciente Un día de cólera, sin ir más lejos, se me antoja un logro absoluto). Pero el dato subsiste: a ojos de los más, Pérez-Reverte es en primer lugar el creador de Alatriste.
Un clásico no sólo es, sino que también está: está en el repertorio de iconos y referencias, en l'imaginaire común a una infinidad de lectores. Por calidades novelescas y por presencia pública, el capitán de Reverte es, pues, un clásico. Pero lo es además, de otra manera, por la formidable medida en que el relato de sus aventuras se hace eco de los clásicos españoles por excelencia. La literatura del Siglo de Oro, en efecto, está presente por todas partes y en todas las formas: aludida, aducida, presentada en acción, incorporada a la fábula, como trasfondo tácito... Alatriste lleva consigo "todo el Rivadeneyra y aledaños". Y con la literatura, la vida, la historia pequeña y la gran historia de la España de entonces, en una interpretación personal (no siempre es la mía) pero no tramposa.
Digámoslo claro: nunca se agradecerá bastante a Reverte haber hecho entrar a tantos lectores en esa literatura y esa historia cautivándolos con unas narraciones apasionantes y, por la fascinación que produce el héroe, implicándolos como coprotagonistas. Al igual que una cierta Edad Media nórdica y germánica es la Edad Media de Tolkien, que a su vez ha reclutado (me consta) a medievalistas de primera fila, el Siglo de Oro español es para quién sabe cuántos el Siglo de Oro de Reverte. (El peligro acaso esté ahora en que después de prendarse de la criatura del escritor moderno las de los antiguos les resulten menos atractivas).
Las historias de Alatriste están contadas y ambientadas de acuerdo con una impecable documentación. Sucesos, personas y cosas aparecen siempre cuando, donde y como les correspondía en la época (o en vano he intentado pillar a Arturo en un renuncio). Pro domo, la duda que inquieta al filólogo y al historiador es si la puntualidad al nombrar las realidades de antaño no entorpece la comprensión del lector de a pie. ¿Qué puede éste entender cuando se habla de un sujeto ahigadado, se cita el latinajo "Aio te vincere posse" o se evoca la "jornada de las Querquenes"?
En rigor, bien poco. La astucia de Reverte estriba en conseguir que esas referencias, de hecho recónditas, se vuelvan transparentes no tanto siquiera gracias al contexto cuanto por la naturalidad con que funcionan en la trama. Probablemente el lector no llega a descifrarlas en su plena literalidad, pero capta el sentido que tienen dentro de la acción o en boca de un personaje. Es el mismo principio que preside el estilo: un lenguaje moderno, lejanísimo de cualquier fabla o pastiche, en el que el elemento clásico (lo subrayaba últimamente Pedro Gimferrer) "está en lo narrado y no es preciso que redundantemente aluda a ello el registro verbal empleado, salvo en aquello que no permita otra resolución".
Si no para la lectura, sí para la relectura, se echaba en falta sin embargo un trabajo como el que ahora ofrece Alberto Montaner: la edición anotada de cuando menos la primera entrega de las andanzas de Alatriste. Era ése el tercer escalón que tenía que subir el capitán para reunir todos los requisitos del clásico. La condición de tal se adquiere cabalmente cuando un texto es objeto no sólo del fervor de los lectores, sino también de los estudios y, en particular, las ediciones de los expertos. La bibliografía al respecto contaba ya con centenares de páginas en forma de doctos ensayos y con media docena de volúmenes monográficos, a los que acaba de sumarse felizmente el recién compilado por José Belmonte y J. M. López de Abiada (Alatriste. La sombra del héroe, Alfaguara); y la edición anotada (aunque yo hubiera preferido calificarla de "comentada") viene a culminar por el momento el ciclo ideal de un clásico.
La responsabilidad de la tarea ha recaído en Alberto Montaner, cuya singular, espantable erudición ha puesto en claro muchas páginas de la antigua literatura española, comenzando por las del Cantar del Cid en una monumental edición. Montaner traza en la introducción las grandes coordenadas novelescas e históricas en que se inscribe el personaje de Reverte. Punto por punto va ilustrando después, en notas al calce, todos los aspectos por los que el lector, como he señalado, pasa sin problema pero que se vería en un brete si tuviera que dilucidar: palabras, costumbres, acontecimientos, alusiones... Especialmente sabrosas son las acotaciones destinadas a seguir la trayectoria alatristiana y revertesca de los personajes secundarios, con Íñigo Balboa en cabeza. À tout seigneur, en suma, tout honneur. -
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