Los jueces suben al banquillo
Ernesto Caballero clausura el Festival de Almagro con una adaptación de 'El cántaro roto', de Heinrich von Kleist, que se convierte en una crítica de la judicatura
Es muy posible que el espectador piense que va a ver una simple adaptación de El cántaro roto, de Heinrich von Kleist, la comedia más popular y trepidante de este romántico alemán. Pero esta obra desternillante, es algo más. Durante décadas ha sido un texto fetiche para otro dramaturgo español, Ernesto Caballero, que la ha convertido en La fiesta de los jueces, uno de los espectáculos que cierran la 33 edición del Festival de Almagro, que hoy se clausura y que a pesar de recortes y crisis no ha perdido brillo.
Como adaptador y director, Caballero se decidió por establecer un puente entre la historia que cuenta Kleist, reflejo de lo que pasaba en la judicatura en el Imperio Austrohúngaro, y de lo que está pasando en el sistema judicial español. El resultado: ambos se ríen de la judicatura y sus desmanes.
"Tras la comedia se encierra un dolor y una preocupación", dice el director
"No oculto que me ha empujado la inevitable oportunidad, que ha activado la mecha, sin olvidar que detrás de la comedia y de la sátira se encierra un dolor y una preocupación, en este caso ese pilar del Estado que está sufriendo las consecuencias de no haber hecho una reforma en su momento. Como a muchos, me han saltado las alarmas como ciudadano, con esa sensación de incertidumbre y el anhelo de regeneración de un sistema que hace aguas", señala Caballero, nada más terminar el estreno de su espectáculo, en el que contó con la complicidad del público que reía sonoramente todos los paralelismos que se dan entre la obra de Von Kleist y la adaptación de Caballero.
La acción se ha llevado a la celebración del año judicial. El juego metateatral que establece en la función le sirve a Caballero para romper la cuarta pared y jugar con los espectadores, a los que convierte en los más altos representantes de la nación española, que asisten a la función que los magistrados van a hacer para ese selecto público de El cántaro roto de Von Kleist.
Bajo la apariencia de una comedia de costumbres, Kleist dispara contra la moral burguesa de su tiempo: la corrupción de la justicia, la prevaricación y el abuso del poder público. Y bajo un imaginario fin de fiesta de un acto institucional de la judicatura, llevado a cabo por algunos de nuestros más mediáticos magistrados, Caballero desacraliza unas respetables figuras que nos resultan reconocibles y que, en ocasiones, no distan mucho de las que retrató el dramaturgo alemán. "Una fiesta irreverente con música, canciones y alusiones a la actualidad que pretende despertar la risa y la sorpresa", señala el director.
Así pues jueces, magistrados, actores y personajes están todos interpretados por Teatro El Cruce, que en esta ocasión ha contado con Santiago Ramos, magníficamente histriónico como juez Adán y ovacionado por el público: "Si hubiera sido el original von Kleist, no lo hubiera hecho, porque les tengo tanto respeto a los clásicos que me muero de miedo, pero cuando vi la adaptación me entusiasmó y como soy mayor, solo quiero hacer cosas que me gusten y por eso estoy aquí". Junto a él en el reparto Juan Carlos Talavera, reconocido actor que en su también condición de abogado ha sabido asesorar muy bien en lo que a terminología se refiere, Silvia Espigado, Jorge Martín, Karina Garantivá, Jorge Mayor, Rosa Savoini y Paco Torres. Junto a ellos la siempre sabia iluminación de Juan Gómez-Cornejo y la escenografía y vestuario de Curt Allen Wilmer.
Todos participan en este juego de espejos, en los que a través de esta pieza de perfecta carpintería teatral, satírica y policiaca, una vez más, Ernesto Caballero tiende puentes hacia el simbolismo y esperpento y establece un movimiento pendular que le lleva del teatro contemporáneo, al teatro de repertorio, siempre jugando con dos temporalidades (aquí con 1806 y 2010), sin olvidar la necesidad y voluntad de hacer un teatro del aquí y ahora.
Con La fiesta de los jueces, que empieza una larga gira nacional, ha conseguido aunar todas sus tendencias y el público le supo recompensar con grandes risas a lo largo del espectáculo y sonoros aplausos al finalizar.
Ni el fútbol pudo con él
El Festival de Almagro ha salido casi indemne del Mundial de fútbol, de la crisis y las altas temperaturas. Hasta anoche el índice de ocupación era del 93%. Un festival del que, con el programa en la mano, se podría haber considerado a priori desigual, como tantos otros que se celebran en temporada estival y en los que hay que tener en cuenta sensibilidades, edades y economías muy distintas. Pero una vez finalizado, hay que concluir que han sido los más los momentos brillantes facilitados por grupos y creadores, incluidos algunos de títeres e infantiles de gran calidad, sin olvidar ese excepcional Tartuffe del Teatro Estatal Húngaro y actividades paralelas de alto contenido cultural como exposiciones, (la de la Escenogafía romántica continúa en agosto, y fotos de José Luis Raymond), homenajes (a José Manuel Garrido), premios (a Francisco Nieva y los hermanos Gutiérrez Caba) y publicaciones (la del figurinista Pedro Moreno).
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