Se buscan arquitectos de urgencia
La XII Bienal de Venecia se presenta como la más plural e inclinada a buscar soluciones de la historia - La 'pritzker' Kazuyo Sejima es la primera mujer que dirige la muestra
¿Qué decide la vida de las personas? ¿Las grandes decisiones o las pequeñas? La arquitecta Kazuyo Sejima (Ibaraki, Japón, 1956) piensa que son las pequeñas las que desencadenan la infelicidad o las que hacen posible una vida plácida. Explica que lo ha aprendido de los arquitectos que se fijaron en las personas -y en los comportamientos de esas personas- antes de dedicarse a analizar las formas. La lista es larga: desde Cedric Price, Rem Koolhaas o Lina Bo Bardi hasta no-arquitectos, como el artista Olafur Eliasson o el cineasta Wim Wenders. Por eso en esta XII edición de la Bienal de Venecia -la primera dirigida por una mujer- la arquitectura elegida por Sejima no quiere cambiar el mundo sino la vida de las personas en ese mundo. Esa es su propuesta.
España apuesta por el ahorro, con casas que funcionan con energía solar
Rem Koolhaas recuerda que la preservación es un invento occidental
Con las exposiciones que ha llevado a Venecia ha querido demostrar tres cosas: que no es la primera que lo intenta, que no está sola en ese empeño, y que, además, existen muchas maneras de hacerlo. Que un arquitecto reconozca hoy que hay sitio para muchos podría parecer una noticia en sí misma. En cualquier caso, deja claras las prioridades de ese arquitecto: se impone atender a las urgencias. En el caso de Sejima, urge comprobar lo que la arquitectura puede hacer por la gente. Y viceversa. El presidente de la Bienal, Paolo Baratta, instó ayer en la presentación de esta edición a "recuperar una fe serena en la arquitectura". Y la frase presupone tantas cosas que merecería un análisis morfológico. Quedémonos con la serenidad. Si la propuesta de Aaron Betsky de hace dos años -sacar la arquitectura de los edificios- era de "gozoso pesimismo" -de nuevo según Baratta-, las urgencias de Sejima podrían parecer serenas. No lo son.
Para indagar en la relación entre la arquitectura y las personas (y en el espacio como origen de esas relaciones) Sejima expone las fotografías de Walter Niedermayr, que muestran cómo es el espacio público en Irán, el maravilloso estudio (literalmente reconstruido) de los arquitectos indios de Studio Mumbai, los esquemas con las costumbres cotidianas de la gente -que la desaparecida Lina Bo Bardi realizaba como trabajo previo a cualquier edificio-, las inquietantes fuentes iluminadas de Olafur Eliasson o la nube de Matthias Schuler (Transsolar) y Tetsuo Kondo -en la que se pueden experimentar los ejes efímeros de un espacio-. Todas esas instalaciones conforman un marco en el que, mental y físicamente, se puede experimentar el efecto de la arquitectura en nuestra comodidad, comportamiento, percepción y, tal vez, pensamiento.
Además, Sejima ha invitado a participar a países que nunca lo habían hecho: Albania, Irán, Malaisia o el Reino de Bahrein, en cuyo pabellón -de nuevo literalmente- puede instalarse por un rato en una vivienda tipo.
La presencia española este año queda más allá del pabellón nacional que, solo en el último momento, optó por trasladar a Venecia la muestra Solar Decathlon organizada por el Ministerio de Vivienda y ya expuesta en España. Esa exposición investiga la construcción de viviendas que funcionan con energía solar. Así, la apuesta estatal española ha sido esta vez por el ahorro y, desde estas líneas, se aplaude esa iniciativa, pero se afea el ocultismo de una decisión que, inevitablemente, termina por leerse como indecisión.
Otros también optaron por el ahorro. El pabellón de Venezuela está este año vacío. Pero nunca estuvo tan bonito. Hace ya mucho que la propaganda sobre las horas de escolarización de los niños venezolanos con la que forra el edificio el Gobierno de Chávez no dejaba ver la hermosa arquitectura de Carlo Scarpa.
Entre los proyectos españoles, el de Selgas Cano -un aspirador con los objetos que pueblan su estudio-, el resultado de uno de los trabajos de campo de Andrés Jaque o el escultórico auditorio que indaga en la esencia del Valle del Jerte de Cristina Díaz Aranda y Efrén García Grinda (Amid Cero 9) comparten el pabellón de exposiciones donde se dan cita dos de las mejores muestras de esta edición.
La más arquitectónica llega de la mano de los portugueses Aires Mateus, que recortan paisajes para levantar, con esa misma huella material, nuevas obras. La más irreverente la lanza Rem Koolhaas que, en el año en el que le conceden el León de Oro, recuerda que la preservación, como la modernidad, es una invención occidental, inventa el palabro cronocaos y termina preguntando si debe China salvar Venecia.
Entre los pabellones nacionales, los nórdicos eligieron hablar de "lugares comunes" frente a monumentos, es decir, de espacio público: una fuente, un paseo, un banco... Ellos pueden hacerlo. Los ingleses volvieron a tirar de Ruskin para levantar su irónica Villa Frankenstein y, de paso, cuestionar la idea que relaciona progreso con vida doméstica. Los chilenos tienen tanto que mostrar como que hacer para recuperarse del terremoto. Y lo explican sin florituras, con hechos. Pero también con las perturbadoras fotografías del arquitecto Mathias Klotz capaces de retratar la belleza de un seísmo.
Por la pluralidad de las propuestas, por la calidad de los invitados y por la posibilidad de que los visitantes experimenten espacios, esta es una bienal propositiva -lo que se espera en un momento así-, que concluye con una idea tan vaga como realista: no hay una solución única. De nuevo, se impone la idea de compartir espacio.
En ese espíritu, también la propia Bienal quiere hacer autocrítica invitando a todos los comisarios anteriores a reflexionar sobre la evolución de la muestra en una serie de conferencias que se celebrarán los sábados, hasta noviembre. Cuesta creer que hallen respuesta, pero la pregunta está en el aire. ¿Qué sentido tiene un festival arquitectónico de este tipo? Han sido varios los arquitectos invitados a participar que la han cuestionado.
Bélgica dejó el año pasado su pabellón intencionadamente vacío (con las huellas de la resaca que queda tras una fiesta) y Anne Lacatton propuso construir un puente en África con el presupuesto que le asignaron para un pabellón. Así, ¿hace falta teoría hoy? ¿Es necesario que alguien apunte nuevos caminos arquitectónicos cuando la realidad clama soluciones urgentes y la información nos lo recuerda a diario? Puede que no sea nueva la urgencia, pero sí lo es el conocimiento generalizado. El mundo pide cuidado y reparto. Y parece cada vez más claro que no todo el planeta puede vivir del turismo. Todo esto se dice desde Venecia, el destino turístico por excelencia que, a pesar de soportar miles de visitantes durante el día, y a pesar de perder alguna de sus vistas por la llegada masiva de los cruceros, ha logrado preservar sus noches y sus ferreterías. Las carnicerías, las fruterías y las peluquerías de barrio de Venecia la salvan a diario de morir de éxito. Tal vez tengan algo que decir a la hora de salvar la arquitectura.
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