_
_
_
_
Reportaje:literatura

Todo fue un gran chiste

Un libro relata la historia de los países comunistas del Este de Europa a través del humor

Guillermo Altares

"¿Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente". Mientras caminaba por uno de los delirantes bulevares construidos por Ceausescu en Bucarest, rodeado de horribles colmenas de viviendas aluminosas recién construidas y que ya se caían a trozos, le contaron este chiste al periodista británico Ben Lewis. "Simple, preciso, bello y verdadero como un haiku japonés", relata. Entonces se puso a recopilar y buscar chistes en los países del antiguo bloque comunista y descubrió que se podía contar la historia de lo que ocurrió al otro lado del telón de acero a través del humor, desde la revolución soviética hasta la caída del muro de Berlín. Lewis ha recopilado esta monumental investigación en Hammer & Tickle (juego de palabras que se puede traducir como El martillo y la risa), un libro instructivo, surrealista y, sobre todo, muy divertido, que acaba de ser publicado en el Reino Unido por Weidenfeld & Nicolson.

"Las bromas eran una forma de mantener nuestra dignidad", le relató una mujer húngara

"En ciertas culturas se producen determinadas formas de expresión que alcanzan un papel muy importante y que sirven para definir sus ideas y sus valores. Los griegos tenían sus mitos, los isabelinos el teatro. Tras la II Guerra Mundial, la música pop definió la cultura occidental. Los comunistas tenían los chistes políticos. El comunismo es el único sistema político que ha producido su propia rama de la comedia", explica Lewis.

"Puedes contar toda la historia del comunismo a través de chistes", dijo a Lewis un antiguo prisionero del Gulag, Simon Vilensky. De hecho, existe una palabra rusa para definir el chiste político: anekdot. Llegaron a formar un inmenso patrimonio oral, sin parangón con lo que ha ocurrido en otras dictaduras: nadie sabía muy bien de dónde venían, pero aparecían constantemente, incluso en los momentos más peligrosos, y se difundían a velocidad de vértigo.

¿Cuál es el país que produjo mejores chistes? "Alemania del Este", responde en conversación telefónica Lewis. "Son chistes precisos y disciplinados, muy alemanes. Ejemplos: ¿Por qué a pesar de la carestía el papel higiénico alemán tiene dos hojas? Porque hay que enviar una copia de todo a Moscú". Un Traban (el coche clásico de Alemania oriental, que parecía una cafetera con ruedas) se encuentra con un burro, que le pregunta: "¿Tú qué eres?". "Un coche". "Sí", replica el burro entre carcajadas, "y yo un caballo".

Los chistes rumanos eran muy negros (¿Por qué Ceausescu organiza un desfile el Primero de Mayo? Para comprobar quién ha sobrevivido al invierno), mientras que los chistes checos eran certeros y surrealistas (¿Cuál es el país más neutral del mundo? Checoslovaquia, porque ni siquiera interfiere en sus propios asuntos internos. ¿Por qué los checos son hermanos más que amigos de los rusos? Porque a los hermanos no se los elige). Los anekdot representan un género en sí mismos. Tras 20 años en un campo de trabajo, un tipo vuelve a casa. Su madre le espera en el andén. La abraza nada más descender la escalinata. "¿Cómo me has reconocido tan rápido después de tanto tiempo?", pregunta la madre. "Por el abrigo", responde.

Cualquiera que conociese bien los antiguos países comunistas del Este de Europa comprenderá hasta qué punto el surrealismo que desprendía la vida cotidiana de esas sociedades presuntamente perfectas podía convertirse fácilmente en humor. Un plan quinquenal, el organigrama de cualquier ministerio o un discurso ante un comité central podrían convertirse, sin mucho esfuerzo, en una película de los hermanos Marx. "Era un mundo absurdo. Las teorías económicas comunistas no funcionaron ni un día: en semanas ya había problemas de abastecimiento. Sin embargo, desde el principio, los periódicos oficiales alababan el triunfo del sistema. La desconexión entre la realidad y la propaganda produjo cientos de chistes", explica Lewis.

Los chistes comunistas son un tema sobre el que se han escrito decenas de libros y hasta una tesis doctoral en Stanford, y no es una casualidad que la primera novela de Milan Kundera gire en torno a una gracia que acaba convertida en una pesadilla (La broma, publicada en 1968). Pero el estudio de Lewis, además del trabajo de campo global y de una inmersión archivística muy valiosa, revela, entre otras cosas, que mucha menos gente de la que se piensa fue a prisión por utilizar el humor como arma política, aunque sí es verdad que hubo tres momentos muy crudos: las grandes purgas estalinistas y las represiones de las rebeliones húngara, en 1956, y checoslovaca, en 1968.

Las bromas eran "a veces un termómetro, otras un termostato" de una opinión pública que tenía muy pocas otras formas de expresión. "Es imposible imaginar ahora hasta qué punto los chistes eran importantes para nosotros. Era una forma de mantener nuestra dignidad", le relató una mujer húngara, viuda de un ciudadano que fue enviado a trabajos forzados por contar chistes. Lewis retoma una de las citas más famosas de George Orwell ("Cada chiste es una pequeña revolución") para explicar la importancia que tuvo el humor en aquellos tiempos de acero, un humor implacable que reflejó todos y cada uno de los acontecimientos que marcaron el socialismo y que, sobre todo, reflejó la misma esencia del sistema comunista: el absurdo.

Aprovechando la apertura que desembocó en la Primavera de Praga, el escritor eslovaco Jan Kalina tuvo la idea de enviar a imprenta un libro llamado 1001 chistes, con tan mala fortuna que, como era habitual, no había papel. Pero la verdadera mala suerte empezó cuando, en 1969, llegó el papel y a alguien se le ocurrió sacar el libro... en plena represión posterior a la invasión soviética. Los 25.000 ejemplares se vendieron en dos semanas. A Kalina le llenaron la casa de micrófonos y, tres años más tarde, fue llevado ante los tribunales. Cuando el juez le espetó que los micros los pusieron los servicios secretos occidentales, respondió: "Qué chiste más bueno. Es una pena que no esté en mi libro". Fue condenado a dos años de prisión. Y eso no fue un chiste.

Fotograma del filme <i>La vida de los otros,</i> del director alemán Florian Henckel von Donnesrsmark, que narra la brutal presión bajo la que se vivía en la República Democrática Alemana.
Fotograma del filme La vida de los otros, del director alemán Florian Henckel von Donnesrsmark, que narra la brutal presión bajo la que se vivía en la República Democrática Alemana.
Irónico mural en el Berlín actual sobre el célebre beso con que el presidente Honecker recibió a Breznev en 1979. En primer plano, un Traban.
Irónico mural en el Berlín actual sobre el célebre beso con que el presidente Honecker recibió a Breznev en 1979. En primer plano, un Traban.AP

Humor negro en el Gulag

- Tres tipos están charlando en un Gulag y acaban por hablar de los motivos por los que han sido deportados. "Yo estoy aquí porque siempre llegaba cinco minutos tarde a trabajar y me acusaron de sabotaje", dice el primero. "Yo estoy aquí porque siempre llegaba cinco minutos antes a trabajar y me acusaron de espionaje", afirma el segundo. "Yo estoy aquí porque siempre llegaba puntual y descubrieron que tenía un reloj americano", exclama el tercero.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_