_
_
_
_
Reportaje:música

Pop, morcilla y vino para modernos

La energía del grupo 'indie' Vetusta Morla triunfa en el festival Sonorama

Las historias de Vetusta Morla y del Sonorama guardan bastantes similitudes. Ambos han tardado años en triunfar, y lo han hecho poco a poco, a base de trabajo y de boca a oreja. El año pasado, la banda madrileña tocaba a mediodía, en una plaza fuera del recinto, para pocos cientos de personas. Este viernes, pasada la medianoche, se convirtieron en las estrellas del festival de Aranda de Duero. Actuaron para unos 6.000 espectadores. Muchos más, y mucho más involucrados, que en el concierto de la pretendida cabeza de cartel, la escocesa Amy MacDonald.

Mediodía del sábado. Mientras cientos de festivaleros se refrescan en la piscina, una pandilla con ganas de fiesta se arranca a cantar una melodía pegadiza. Sin letra. A ese modo tan español ("lo, lo, lo") que lo mismo sirve para el himno nacional que para el riff de Born to run, de Bruce Springsteen. En este caso, lo que la gente tararea es el final de Sharabbey road, de Vetusta Morla. Pocos momentos pueden resumir mejor el ascenso de la banda. La pegadiza melodía ha sido la más repetida en las colas, en el cámping, en los tiempos muertos. Sólo le ha ido a la zaga, en popularidad, el inconfundible Hu-ha del DJ Chimo Bayo, que pinchó el viernes y resucitó nostalgia por el bakalao.

Las bodegas de Aranda de Duero dan gratis vasos de Ribera con chorizo
El certamen, como la banda madrileña, ha crecido poco a poco, con trabajo

Todo queda, pues, en la tierra. El Sonorama siempre se ha caracterizado por eso, desde que el 25 de julio de 1998, cuando una pequeña localidad de Burgos de apenas 30.000 habitantes, se preparó para la "invasión de los modernos", en palabras de Javier Ajenjo, director del festival. La iniciativa surgió de una asociación cultural, Art de Troya. Su mayor dificultad, pero a la vez su mayor ventaja, es la ausencia de afán de lucro, a diferencia de algunas empresas del ladrillo que organizaron festivales en la época de la burbuja inmobiliaria. "Tardamos diez años en pagar la primera edición, perdimos 18.000 euros". Lo pasaron mal. Pero confiaban en lo que hacían: promocionar una identidad, la arandina. El lechazo, el vino y la morcilla para jóvenes con camisas de cuadros, sombreros y gafas de pasta.

Ángela y David, que llevan cinco años viniendo, creen que el ambiente es lo que merece la pena. Más que los grupos, "casi los mismos que en otros festivales como el Contempopranea, e incluso que el propio Sonorama del año pasado", les atrae "la convivencia con los lugareños". La relación con el pueblo es inseparable: los conciertos en las plazas, las bandas locales que amenizan los interludios o los voluntarios de Art de Troya, que no cobran un duro por su trabajo. Si lo hicieran, el presupuesto (700.000 euros) superaría de lejos el millón de euros. En la calle hay mucha juerga. "Es una simbiosis entre el público, los artistas, los organizadores...", confiesa Ajenjo.

Las bodegas de Aranda de Duero ofrecen gratis durante toda una mañana vasos de vino con pinchos de chorizo y morcilla. Nadie se lo pierde, por nada del mundo. También hay catas de vino, de las que disfrutan unas 300 personas, en turnos de 50.

El Sonorama defiende lo de aquí. De los 49 grupos que participan en esta edición, la más nutrida de su historia, la mayoría son españoles. Algunos nombres: Dorian, Catpeople, We are standard, Christina Rosenvinge, Manos de topo, Nacho Vegas. Casi toda la escena indie española. Aunque también Kiko Veneno, que el jueves encandiló con un repaso a su Échate un cantecito.

Por ponerle un pero al certamen, el sonido de los conciertos fue desigual, probablemente por la falta de tiempo para las pruebas. Y algunas actuaciones se solaparon. "Sin llegar a ser como el Primavera Sound, es una pena perderse a grupos pequeños y muy interesantes como Mi pequeña radio, que tocaron a la vez que Nacho Vegas", señala Diego, asiduo del Sonorama.

Muchos destacan la relación calidad / precio (el abono para dos días, aunque más caro que en otras ediciones, ronda los 70 euros), con el jueves gratuito. Y la tranquilidad general. "Los sol y sombra, los puros, las cañas compartidas", señala Carlos, uno de los más asiduos. Ramón y Raúl, dos jóvenes arandinos que también van al ViñaRock o al Festival de jazz de San Sebastián, consideran que "lo más importante es que el Sonorama se quede como está; que no se masifique, que no se convierta en un FIB".

La relación con Vetusta Morla marca una de esas diferencias. Ellos son protagonistas, aunque actúan como si no. Tocan sin un atisbo de autosuficiencia, de conformismo. Son pura energía. Es cierto que emplearon sin pudor recursos algo populistas aunque efectivos, como beber de una bota de vino Ribera del Duero, o recordar tiempos pasados y agradecer a los presentes..

Antes de su irrupción, algunos se preguntaban si Amy Macdonald era aquella chica rubia con vestido de lentejuelas. "Pero ¿ésta no era morena?". Lo que no engañaba era su propuesta: pop agradable y pegadizo, aunque algo agotador; demasiadas de sus canciones se parecen a su gran éxito, This is the life, estribillo que la va a perseguir bastante tiempo.

En cambio, cuando sonó Copenhague, de la banda madrileña, las barras de cervezas estaban casi desiertas. Todos se concentraban en el concierto. Al terminar, Pucho, el cantante, no puede disimular la sonrisa. Se la ha ganado. Como los premios de la música independiente.

Vetusta Morla, con el permiso de los británicos James, que sonaron anoche, han sido la estrella de esta edición. "Se ha cerrado un círculo: un grupo pequeño y un festival pequeño han demostrado que se puede lograr si se cree en lo que se hace", destaca Ajenjo.

El grupo Vetusta Morla, durante su actuación el pasado viernes.
El grupo Vetusta Morla, durante su actuación el pasado viernes.JACOBO R.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_