Paella en Versalles
Guitarras, abanicos y croquetas se cuelan en la alta costura. El diseñador John Galliano, vestido de torero, convierte la fiesta del 60º aniversario de Christian Dior en una verbena al más puro estilo español.
¿Se puede celebrar el aniversario de un símbolo del chic francés con tortilla de patatas, croquetas y chorizo? ¿Se puede degustar en un plato de loza de campo una paella en pleno Versalles? ¿Se puede ver a Suzy Menkes correr como poseída tras una bandeja de empanadillas? ¿Y a Giselle Bündchen taconear y gritar olé y olé? Si John Galliano quiere, se puede.
El 60º aniversario de Christian Dior abría el lunes por la noche la semana de la Alta Costura de París con un desfile-acontecimiento celebrado en la Orangerie du Château de Versailles, un majestuoso palacete rodeado de un paseo de naranjos. La expectación era máxima desde hace meses, Galliano, que conmovió con su anterior colección de alta costura, debía dar un nuevo do de pecho en el desfile de otoño-invierno. Una lujosa invitación díptica anunciaba el Baile de artistas, nombre de un desfile y de una fiesta para el que se exigía que el "código de vestimenta" fuese "elegance extreme" .
Con hora y media de retraso y tras un atasco interminable de coches de cristales ahumados, los invitados ocuparon sus asientos. Un abanico en cada silla y una nota de Galliano, director creativo de Dior desde hace 10 años: "Para celebrar el aniversario de la casa, cada vestido se convierte, por sus formas y sus colores, en un tributo a los grandes maestros de la historia del arte".
El decorado blanco y confuso (un hipopótamo hecho a retales, bustos neoclásicos cubiertos con máscaras de carnaval, balcones con flores colgantes, un elemento parecido a un paso de semana santa y dos cabezas de caballo en el tramo final) no daba demasiadas pistas sobre la nueva colección. Hasta que una guitarra española anunció lo que se avecinaba. Manuel Lombo arrancaba con Silencio por un torero... "Nos conocimos en abril, en la feria de Sevilla, me escuchó cantar y me lo presentaron, me pidió que le llevara por ahí a escuchar flamenco, que le llamara Juan Carlos y que nada de sitios pijos", cuenta Lombo. "Luego le di mi disco y lo fuerte es que no sólo se tomó la molestia de escucharlo sino que quiso que cantara en su desfile una de las canciones que incluye, un cante dedicado a la muerte de Joselito, El gallo".
Con el eco de la tragedia ponía el primer pie en la pasarela la brasileña Giselle Bündchen. Su traje negro, muy femme fatale de los cincuenta, muy Dior, llevaba el nombre de Irvin Penn. Desde ese momento el ritmo se aceleró. La convocatoria de tops era apabullante. Todas las que hoy cuentan y casi todas las que contaron en el pasado: Raquel Zimmerman, Helena Christensen, Irina Lazareanu, Linda Evangelista. Naomi Campbell, Shalom Harlow, Amber Valletta, Shasha Pivovarova, Jessica Stam, Doutzen Kroes, Stella Tennant... 45 mujeres calzadas con unas plataformas metálicas con las que tenían que hacer verdaderos equilibrios para no caerse o para no se engancharse con los kilómetros de telas que cargaban. Una veterana, la holandesa Karen Mulder, marcada por la desgracia desde que confesó que era adicta a las drogas y que había pasado largas temporadas en un psiquiátrico, se rompió en medio de la pasarela. Con la cara desencajada apenas podía avanzar. Un zapato roto o quizá un ataque de pánico. La modelo buscaba una mirada cómplice. Nadie respondió. Se agarró entonces a uno de los hombres que flanquean la pasarela hasta que encontró refugio en una de las sillas del escenario y ya no volvió a moverse.
La paleta de colores, interminable, fue creciendo poco a poco. El negro para un vestido inspirado en Cocteau, el blanco hasta formar una rosa en la cintura para Gruau, un genial arlequín plata, rosa y malva para evocar el nombre de Picasso y un estallido floral para Monet. Con Velázquez y Goya llegaron las mantillas y los tonos dramáticos. Rojo para el pintor sevillano, negro para el aragonés. Brocados, pedrerías y el juego de volúmenes que tan bien conoce Galliano. Al modelo inspirado en Ignacio de Zuloaga le puso una montera de astracán y una cola rígida, casi temible. De ahí, a los pintores prerafaelitas, barrocos, renacentistas y flamencos. Al azul, al verde, al amarillo. Linda Evangelista paseó un Caravaggio burdeos (como su pelo) con bordados azules (como sus ojos) y Shalom Harlow cerraba la sesión con un Miguel Ángel de seda verde esmeralda.
Le tocaba el turno al último modelo de la noche: el del propio Galliano. Las conjeturas sobre el disfraz que tocaba para la celebración se habían disparado. Tenía que ser algo grande y muy francés. Quizá del propio Monsieur Dior. Pero no. A Galliano (Gibraltar, 1960) le salió la vena española y decidió hacer el paseíllo con el traje de luces que le había prestado el torero Miguel Abellán. Con una cuadrilla formada por sus dos guardaespaldas se paseó con buen porte y la cabeza alta. Humor, drama y carnaval. Las tres palabras que mejor encajan en la fantasía de un creador capaz de imponerse sin faltar a la memoria de uno de los símbolos de la elegancia francesa.
La fiesta de Dior se convirtió entonces en una fiesta andaluza. En el jardín se habían instalado varias carpas para pasar la madrugada comiendo y bailando. En vez de casetas, jaimas con lámparas de cristal, y en lugar de manzanilla y fino, champán y champán rosé. Una veintena de flamencos y bailaoras empezaron a tocar y bailar. Varios camareros se empleaban con el pan con tomate y aceite y las manos cargadas de diamantes vaciaban las bandejas de sardinas. Croquetas, gazpacho, jamón, chorizo. Hasta sobrasada. Linda Evangelista y Naomi Campbell rebañan su porción de arroz. "Todo esto es muy fuerte, en Versalles, pero ¿por qué no?", se preguntaba la actriz Paz Vega. "Si algún día hago una ópera me gustaría que fuera con él", dijo Pedro Almodóvar. "Es un verdadero diseñador-artista, hace lo que quiere. Es increíble, la ropa y todo lo demás....Veo mucho humor por todas partes". "Es una fiesta muy hermosa, una de las más estupendas en las que he estado en mi vida", concluía Manolo Blahnik.
Los amigos de 'El prodigio de Gibraltar'
Pasada la media noche, todos los artistas flamencos subieron al tablao instalado en la carpa-discoteca. En otra de las carpas se habían concentrado la mayoría de las modelos con sus amigos y acompañantes. Pero al grito de "¡John se sube al escenario¡" la estampida fue inmediata. Con look de pirata, Galliano se había arrancado a bailar. Giselle Bündchen, que se comía a besos a su novio, un rubio de aspecto atlético, le pidió la cámara digital y mientras, a golpe de melena gritaba olé, se puso a tirar fotos. Entre disparo y disparo, taconeaba como loca sonriendo a todo el mundo. Todo sin dejar de toquetear al chico, algo pasmarote o quizá abrumado. Naomi Campbell se empleó a codazos para no perderse la escena y conquistó en segundos la primera fila. La gracia del prodigio de Gibraltar hizo desatar el delirio. Todo el mundo bailando y dando palmas. "Yo conocí a Galliano hace años, cuando no era Dior, en Madrid, en Joy Eslava", recordaba Raquel Gómez, una de las bailaoras de la noche. Las actrices: Charlize Theron, Mónica Bellucci, Zang Yi Yi, Juliette Binoche y Tilda Swinton. Las españolas: Paz Vega y Natalia Verbeke. Los diseñadores: Azzedine Alaïa, Manolo Blahnik y Ekras Van Asfche. La directora del Vogue americano, Anna Wintour, con su familia en pleno. Las históricas, Anna Piaggi y Suzy Menkes. Y la bella monegasca Charlotte Casiraggi, bailando con una amiga en una esquina de la pista con un ligero aire de extrañeza ante tanto taconazo levantando el polvo de Versalles.
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