ENTRE OLIVOS Y CÁRCELES
Ya estamos todos?". Estamos. A oscuras. En una celda de piedra de unos ocho metros cuadrados. La guía cierra la pequeña puerta de la calle tras de sí justo cuando un altavoz empieza a emitir chillidos de rata. Esto es una cárcel del siglo XVI, en La Fresneda, en Teruel. Angustia, pero se está fresquito. "Aquí tiraban a los presos que llegaban. Y caían a otra sala dos metros más abajo donde tampoco hay nada", dice la guía señalando un agujero circular en el suelo, del que sale algo de luz. "¡Pues menudo tozolón!", exclama una señora muy compungida por el trato a los reos de la época y porque la foto no va a salir ni con flash.
En las mazmorras se jugaba al tres en raya. Cada cual puede fabricarse el infierno a su manera y amortizar los dos euros mirando a la pared o al suelo, llenos de graffitis de los condenados. Puede imaginar cuánto se tarda en grabar con una piedra esa cruz o ese ciprés; acordarse de los años de cautiverio de Edmundo Dantés en If; pensar en qué clase de desesperado aburrimiento se apoderó de esos desconocidos que hasta el siglo XVIII llevaban la cuenta del tiempo trazando palitos; en adónde se dirigiría ese monigote montado sobre lo que parece un caballo.
Hay que llegar a la cabecera del río para desembocar en un paisaje perplejo
Alguien vio con acierto el gancho del espanto carcelario y se decidió explotar el íntimo alivio que produce haber llegado aquí, pero con un tique. La Ruta de las Cárceles agrupa a 11 de los 18 pueblos del Matarraña, una preciosa comarca bilingüe (se habla castellano y catalán o chapurriau, depende del vecino al que se pregunte) que a ratos se parece a la Toscana, salpicada de colinas con ermitas rodeadas de cipreses.
"¿Viene en coche o en bici?". Esta pregunta, formulada por la dueña de un hotel, da idea del ritmo y las expectativas sobre qué hacer en la zona. O sea, abandonarse a cosas como comerse un melocotón memorable o recorrer por senderos las suaves lomas llenas de olivos y almendros. Ese hotel, en medio del campo, cerca de Torre del Compte, es una antigua estación de tren, con las traviesas de madera de la vía integradas en el jardín, ahora que no llevan a ninguna parte.
En los pueblos no verá muchas tiendas: la gracia está en llamar a la puerta de una casa donde venden el excelente aceite que se produce aquí. Sí verá sobrios palacios renacentistas, singulares y bajitos soportales de piedra como los de la plaza mayor de La Fresneda y callejas medievales, sobre todo en Cretas, con peonías y geranios en los balcones.
Al lado de la fortificada Valderrobres, núcleo principal de la comarca, uno se siente bastante expugnable. Toda piedra, para acceder a ella hay que cruzar un puente medieval sobre el río Matarraña, el responsable de este paisaje. Para entenderlo, hay que hacer psicoanálisis de botas, mochila y biquini y explorar la infancia del río, ir hacia su cabecera por El Parrisal, un sendero a los pies de Los Puertos de Beceite, territorio de montaña de cabra hispánica y buitre. De peñas recortadas y abruptas desplegadas por las provincias de Teruel, Tarragona y Castellón.
La sesión dura unas cuatro horas entre la ida y la vuelta y desemboca en un paisaje perplejo, donde sólo se oye el eco, en una garganta de rocas de unos sesenta metros de alto entre las que apenas pasa la luz. Por el camino, saltando de piedra en piedra, entre los árboles, a veces es necesario entrar en el agua helada, que forma pequeñas cascadas y piscinas naturales verdes y turquesas. El diagnóstico siempre depende del especialista, pero casi seguro que habrá que volver.
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