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Crítica:'WINDTALKERS' | CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Extraña y excesiva

Desde que firmara su primer filme americano, Blanco humano, en 1993, la trayectoria profesional del chino Yusen Wu, más conocido por John Woo, no conoce altibajos en los EE UU. Se podrá cuestionar la calidad de algunas de sus películas, pero títulos como Cara a cara o Misión imposible II le han hecho uno de los reyes de la taquilla, en lo que hace al cine de acción. Y además, sin renunciar a un cierto, poético y trágico, mundo interior en el que viven seres angustiados, siempre dispuestos a la amistad, pero desconfiados de las mujeres; seres interiormente quebrados por algo que han hecho, o que no han hecho, que conectan su filmografía americana con algunos de sus mejores títulos hongkoneses: Bullet in the Heat, The Killer, A Better Tomorrow...

WINDTALKERS

Director: John Woo. Intérpretes: Nicholas Cage, Adam Beach, Christian Slater, Peter Stormare, Frances O´Connor, Noah Emmerich. Género: bélico, EE.UU., 2002. Duración: 110 minutos.

No es una excepción este Windtalkers, un término que remite a la actividad de dos de sus protagonistas, indios navajos enrolados en la Marina americana, en campaña contra los japoneses en las islas Salomón, en 1943, y descifradores de claves, justamente dichas por radio en su lengua nativa. Como en sus filmes anteriores, hay aquí un héroe en crisis (Cage, tan sobreactuado como acostumbra), el mencionado desdén por las mujeres y sus intenciones (el personaje que interpreta Frances O'Connor, que roza el patetismo con sus requerimientos frustrados), amistades viriles que bordean la homofilia y, sobre todo, un desborde de acción y violencia que, se supone, es lo que van a buscar los espectadores de su cine.

Como ejemplo del recién restaurado filón de las películas bélicas situadas en la Segunda Guerra Mundial, Windtalkers no alcanza ni el nivel de realismo de la, por otra parte, ultranacionalista Pearl Harbour, ni la maestría y profundidad ética de La delgada línea roja. Pero no le faltan intenciones, sobre todo en la línea de relativizar la eficacia de todo conflicto armado -las reflexiones en voz alta del más racista de los soldados, quien por supuesto aprenderá a contemporizar con el diferente-, ni la originalidad de plantear la guerra desde el punto de vista de un indio. Curiosamente, flaquea en lo que se supone resulta más querido a Woo, la plasmación de la acción: es ahí, en la redundancia de situaciones, en las perfectamente reducibles efusiones sangrientas donde se encuentra el talón de Aquiles de una película tan extraña y personal como, en el fondo, destemplada y excesiva.

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