15 tiros y 25 años después
El senador socialista Enrique Casas fue asesinado en su casa. Eran los años de plomo
El 23 de febrero de 1984, dos terroristas de los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA), disfrazados con monos de trabajo, pulsaron el timbre del domicilio de Enrique Casas, en el barrio Bidebieta 2 de San Sebastián. Eran las cuatro menos cuarto de la tarde y el dirigente socialista estaba, con su hijo Richard, de 17 años, y el pequeño Andreas. Miró por la mirilla y al creer que eran dos obreros de una obra cercana se confió y les abrió la puerta. En ese momento, el terrorista José Luis Merino le disparó dos tiros, uno en la cabeza y otro en el cuello, que le impactó la yugular. Casas corrió por el pasillo de la casa gritando "sois unos cobardes, cabrones" y al llegar al cuarto de su hijo se desplomó. El pistolero le descargó trece tiros en la espalda, y huyó. Era un activista de los CAA, una organización obrerista y nacionalista conocida como la escisión ácrata de ETA, formada por ex etarras y otros grupos asamblearios.
El obispo de San Sebastián se negó a ceder la catedral para celebrar el funeral del senador asesinado
Casas, con 40 años, era el secretario de Organización del Partido Socialista de Euskadi, cabeza de lista por Guipúzcoa y senador. Para esas fechas, el terrorismo había asesinado a medio millar de personas. Pero era la primera vez que asesinaba a un candidato en la España democrática y cuando sólo faltaban tres días para las segundas elecciones autonómicas vascas. El impacto político fue tremendo, aunque en las semanas anteriores, ETA había asesinado al teniente general Quintana Lacacci; al ingeniero Mikel Solaun y, ya en campaña, había colocado un artefacto contra Manuel Fraga en Zarautz (Guipúzcoa). Eran los años de plomo. Sólo en 1980, ETA había asesinado a 100 personas.
Txiki Benegas, secretario general del PSE y amigo íntimo de Casas, se enteró de la noticia en el hotel Ercilla de Bilbao sobre las cuatro de la tarde, acompañado de Ramón Jáuregui, delegado del Gobierno, y de Alfonso Guerra, que se había trasladado para participar en el cierre de campaña. Benegas recordó su último encuentro con Casas, el 14 de febrero. Le había pedido que se cuidara porque Interior les había comunicado que ETA preparaba un atentado contra ellos. Casas le tranquilizó diciendo que había blindado su casa.
El presidente del Gobierno, Felipe González, muy afectado, telefoneó a Benegas. Era partidario de mantener la campaña y denunciar al terrorismo, pero asumió la decisión de los partidos de suspenderla. Al núcleo duro del PSE no le faltaron las condolencias de los partidos. Los sindicatos convocaron una huelga en San Sebastián para el día siguiente. Pero enseguida comprobó la soledad de los años de plomo.
Benegas, en presencia de Barbara Durkop, viuda de Casas, telefoneó al obispo de San Sebastián, Setién, para pedirle la catedral del Buen Pastor para celebrar el funeral por razones de espacio y honrar al primer senador asesinado por el terrorismo. Setién se negó con el argumento de que los funerales debían celebrarse en la parroquia correspondiente pues si hacía una excepción se la podrían pedir las familias de etarras muertos. Benegas colgó el teléfono indignado. Un grupo de militantes conectó con el párroco de la iglesia de Santa María, en la Parte Vieja, José Elgarresta, y accedió, lo que retrató a Setién.
A las 8.30 de la tarde trasladaron los restos de Casas a la Casa del Pueblo de San Sebastián, en el barrio de Gros. Físico nuclear de profesión, era el organizador del socialismo en Guipúzcoa y se pasaba 14 horas diarias en la Casa del Pueblo, recibiendo a la gente. Cuando Felipe González llegó a la sede socialista a mediodía se oyó un grito desgarrador: "!Felipe!. !Justicia!". El féretro fue sacado de la Casa del Pueblo a hombros de militantes socialistas y llevado, de ese modo, hasta la parroquia de Santa María, distante un kilómetro de la sede socialista. El panorama que recorrió la comitiva era desolador. Los comercios estaban cerrados porque la población siguió la huelga en protesta por el asesinato.
Pero la comitiva, a la que seguían muchos militantes socialistas venidos de fuera, no encontró calor a su paso por las calles. Apenas había gente en las aceras o asomada en las ventanas que aplaudiese el paso del féretro. El miedo podía con los donostiarras. A la entrada del féretro en el Bulevar alguien le quitó la ikurriña.
Santa María estaba llena y en su interior y aledaños se vivieron momentos de mucha emoción. Al finalizar el funeral, el féretro fue llevado a la Diputación de Guipúzcoa, cercana a Santa María. En su interior se vivieron momentos de tensión cuando llegó el lehendakari Garaikoetxea, recibido con algunos insultos. Felipe González le recibió con frialdad sin cruzar palabra. Fue aún más duro su encuentro con la viuda de Casas. Con lágrimas en los ojos, el lehendakari dijo: "Señora, han matado a un amigo". "Vaya forma tiene usted y sus vascos de tratar a un amigo", replicó Durkop. "Se lo dije porque días antes Enrique le había acusado de mantener después de años y años no pocos gestos de calculada ambiguedad y complicidad con los radicales", confesó la viuda, hoy vicepresidenta del grupo socialista en el Parlamento Europeo.
Durkop recordaba la dureza de la campaña en la que, con ETA en plena ofensiva terrorista, el PNV, que con Garaikoetxea gobernaba con mayoría absoluta, atacó con dureza al PSE. "La paz de Benegas es la de los cementerios", fue uno de los lemas. El PNV, con su enorme poder, hacía un flaco favor al PSE, con fuerte base trabajadora inmigrante, al mostrarse equidistante entre él y ETA.La soledad de los no nacionalistas -AP apenas existía- se agrandaba con la falta de compromiso de Francia contra ETA. Durkop recuerda cómo poca semanas antes de su asesinato, Casas fue, con la Constitución en la mano, a explicar a unos socialistas franceses escépticos que España era democrática y recabar su apoyo.
25 años después cree que el asesinato de su marido influyó para que Francia se involucrara en la lucha contra ETA. Aquellas elecciones, el PSE subió de 8 a 19 escaños y arrebató al PNV la mayoría absoluta. También cree que ha cambiado radicalmente la actitud de los vascos de apoyo a las víctimas y contra ETA. Ya no sucede como en los años de plomo, cuando algunas personas se le acercaban, le decían "lo siento" y se alejaban corriendo.
El asesino, Merino, fue detenido un mes más tarde del crimen. Condenado a 50 años de prisión, sólo cumplió 17. Salió de la cárcel en 2001 siendo Mariano Rajoy ministro del Interior. -
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