El río de la vida de Federico Fellini
Tullio Kezich recorre la extensa, prolífica y extraordinaria existencia del realizador italiano
Festival de Venecia de 1952. Terraza del Hotel Des Bains, el mismo en que Thomas Mann sitúa su novela Muerte en Venecia. Un corrillo de butacas de mimbre rodea a un joven director de cine de 32 años que acababa de presentar su filme El jeque blanco. Se llama Federico Fellini. Quien narra la escena es un periodista, escritor y crítico de cine, Tullio Kezich, autor de Fellini. Su vida y obras, la biografía de la que ofrecemos diversos extractos. Comenzaba una amistad de 40 años. "Fellini", escribe, "irritó a mucha gente al salir a la palestra del cine declarándose contrario a toda exaltación ideológica y punto menos que apolítico, al menos en los términos que se planteaba, o se imponía, la cuestión de la militancia. La política y el fútbol, que eran los temas de conversación tradicionales en la sociedad italiana, tanto en las clases altas como en las bajas, le aburrían como a un niño las conversaciones de los adultos. Con Federico (y me refiero a cuando era joven y aún no se había convertido en el gurú al que el asedio cotidiano de los medios de comunicación obligaba a pronunciarse sobre temas serios) se hablaba de los años escolares, de la Roma a la que llegó huyendo de Rímini, de amigos comunes, de tipos psicológicos, de cuentos y fábulas, de libros raros, de astrología, de esas noticias curiosas que publican los periódicos en letra menuda, de sueños, de los padres, de mujeres. Y sólo cuando la conversación se volvía espontáneamente solemne se hablaba, como hace Marcello con su inquietante amigo Steiner en La dolce vita, de 'un arte claro, útil, que sirva para el mañana".
"Sentía una irresistible curiosidad por las cosas, estaba constantemente abierto a todo y se entregaba en cuerpo y alma a lo que Dostoievski llama 'el río de la vida"
"Se complacía en pasar por ser el seductor que no era. A los amigos que durante el rodaje de 'La dolce vita' le preguntaban si se había acostado con la Ekberg les respondía: 'Decid que sí"
"Sordi, al que ha colado en el reparto de 'Los inútiles', es considerado de mal agüero para la taquilla hasta el punto que la distribuidora exige que no aparezca su nombre en los carteles"
Si ya de por sí es complicado realizar una buena biografía, pues al fin y al cabo el relator nunca accederá a la mente de su protagonista, a los impulsos o estímulos íntimos de sus actos, cuando el personaje elegido es alguien tan contradictorio, exuberante, extraordinario y proclive a las leyendas como Fellini, el reto alcanza lo épico. Kezich explica sus pretensiones al escribir el libro:
"Perdida la fe religiosa que le habían inculcado de niño y a la cual de vez en cuando se refería como un vago anhelo de recuperación, nuestro director creía firmemente en el destino, en el azar, en las casualidades, en las decisiones repentinas que le habían llevado de una etapa a otra de una carrera que emprendió y prosiguió sin una meta fija hasta descubrir su 'misión cinematográfica'. Creía en los encuentros: amores y amistades se le presentaban con una rapidez increíble y como en una especie de anagnórisis, a menudo, para durar mucho. Sentía una irresistible curiosidad por las cosas, estaba constantemente abierto a todo y se entregaba en cuerpo y alma a lo que Dostoievski llama 'el río de la vida', pues tenía la serena certidumbre de que dicho río nos lleva siempre a algún puerto. El presente libro, escrito por un compañero de viaje, pretende ser el diario de a bordo de ese misterioso y glorioso periplo existencial".
Fellini, apunta su biógrafo, no fue un gran lector hasta la edad adulta, sobre todo hasta que empieza sufrir de insomnio, en los años setenta. Robinson Crusoe, Los viajes de Gulliver, Oliver Twist, La isla del tesoro y Joseph Conrad, más algún relato de Poe, son los libros que confiesa leyó en su adolescencia. Sorprendentemente, el cine tampoco le entusiasmaba. Para el realizador, las salas oscuras eran lugares a los que se iba a armar bulla con los amigos o a intentar algún escarceo amoroso, lo que reflejó en sendas secuencias de Amarcord y Los inútiles. Kezich recorre minuciosamente todas las películas del realizador, y lo hace situándolas en su contexto social, económico y político, sin menospreciar por ello detalles y anécdotas personales, indispensables para comprender muchas de las decisiones del biografiado.
"En los años cincuenta", explica, "de Luces de variedades a Las noches de Cabiria, el cine de Fellini es una sucesión de adioses. Es la década en la que Italia se transforma de país agrícola en país industrial y se desvanece una serie de mitos de gran vigencia en el pasado reciente: los fascistas envejecen, el clero no comprende que los tiempos cambian y los jóvenes buscan con impaciencia modelos de democracias más consolidadas en el extranjero". [...] "El empresariado rampante generaliza el bienestar económico, la familia patriarcal declina, el transporte motorizado acaba con el aislamiento de las periferias y la televisión sacude el sopor de la provincia dormida".
"Acusado a menudo de apolítico en el seno de un cine ultrapolitizado por la izquierda, acusado incluso de reaccionario", señala Kezich, "Fellini es en realidad un artista que vive la modernidad con absoluta naturalidad, y por eso su trabajo acompaña, y con frecuencia anticipa, las mutaciones sociales. Las seis películas y media que el director realiza en esta década constituyen en conjunto un adiós a la Italia provincial, una despedida de las patrias chicas, del mundo de las variedades, de los tebeos, de los gitanos, los pícaros y las prostitutas. En este contexto, Los inútiles (1953) tiene una carga autobiográfica evidente y un significado capital en la evolución del autor: concebida como una comedia atractiva, se convierte en un fenómeno generacional".
Mal agüero
"Sordi", añade, "al que ha colado Federico en el reparto contra la opinión del productor, es considerado en el mundillo de mal agüero para la taquilla, hasta el punto que la distribuidora exige por contrato que su nombre no figure en los carteles. Sin embargo, su éxito arranca precisamente con su interpretación en Los inútiles, a partir de la cual su figura es omnipresente en el cine italiano: en 1954, por poner un ejemplo, interpreta 14 películas. Su fama se debe sobre todo a la escena (trasunto de un percance realmente ocurrido a Federico y Titta) en la que los inútiles, volviendo en coche de un paseo por el campo, se cruzan con unos obreros que reparan la carretera, y Alberto, incapaz de resistir la tentación, los interpela: 'Trabajadores...', al tiempo que les hace un corte de mangas y una pedorreta. Así burlándose ('Estáis un poco cansados, ja, ja...'), el coche se cala un poco más allá y el cobarde Alberto echa a correr despavorido mientras los obreros la emprenden a golpes y patadas con sus amigos".
En el filme intervienen actores italianos, franceses, "incluso una estrella del Tercer Reich, la checoslovaca Lida Baarova, hermosa dama famosa por su tempestuoso romance con Joseph Goebbels y que, con sus 38 años, su pasado lleno de vicisitudes -persecuciones por parte de Hitler, fiador de la paz doméstica de su ministro de Propaganda; reclusión en una cárcel comunista de Praga, fuga a Argentina y estancia en España- y su aire misterioso y reservado, da la impresión de ir de capa caída... aunque el futuro aún había de depararla nuevas películas y más aventuras".
La película, pese a las reticencias de Pegoraro, el productor, se convierte en uno de los mayores éxitos de la temporada y en la primera gran demostración de Fellini de cómo se puede realizar aquello en lo que se cree, con un presupuesto escasísimo y sin renunciar a compartir estupendas sobremesas en los mejores restaurantes de las numerosas ciudades en las que se rodó, itinerancia condicionada por el empeño de contar con Sordi en el reparto, pese a que el actor realizaba una gira teatral con la revista Gran Baraonda.
En ese mismo año de 1953, Fellini acepta dirigir uno de los episodios de El amor en la ciudad, un modesto y colectivo filme en el que uno de los coproductores sería Marco Ferreri, otro espléndido ejemplo del saber vivir. Años más tarde, desarrolladas con éxito sus respectivas carreras como realizadores, se encuentran casualmente en Cinecittà, y Federico, para provocar a Marco, le pregunta: "¿Quién es el más famoso de los dos?". "Eso no lo sé", le contesta, "pregúntame quién es el mejor". Es una de las pocas veces en que salió derrotado Fellini de un duelo verbal, apostilla Tullio Kezich.
Vida de leyenda
A lo largo de las más de 400 páginas del volumen se comprende la dificultad del empeño, superado, sin duda, por la larga y profunda relación amistosa entre el autor y su estrella, pues la vida de Fellini está repleta de leyendas -algunas de ellas inventadas o asumidas por el propio realizador-, desde las circunstancias de su nacimiento (un suelto en la época afirmaba rotundamente que había nacido en el vagón de un tren en marcha, dato que desmiente y documenta el escritor al comprobar en la hemeroteca que ese 20 de enero de 1920 había una huelga de ferroviarios que duraría en total 10 días) hasta su extendida fama de mujeriego. "La vida secreta de Fellini", se afirma en el texto, "fue siempre, por lo demás, algo casi cómico, llena de llamadas telefónicas, misivas y citas en los lugares más absurdos [...]. Nuestro personaje hizo más o menos apasionadamente la corte a actrices famosas y no tan famosas, y se complacía en pasar por el gran seductor que no era. A los amigos que durante el rodaje de La dolce vita (1960) le preguntaban si se había acostado con la Ekberg, les decía: 'Vosotros decid que sí'. Reveladora es en ese sentido la anécdota que refirió Indro Montanelli a Tiziana Abate para el libro póstumo Memorias de un periodista: 'Cuando Anita Ekberg llegó a Roma para rodar La dolce vita, lo primero que hizo fue llamar a Fellini e invitarlo a su habitación de hotel, donde lo recibió desnuda en la cama y pronta al sacrificio. Pero Fellini no era de esos de aquí te pillo, aquí te mato, y presa del pánico, nada mejor se le ocurrió para salir del paso que fingir un ataque de apendicitis, y tan bien lo hizo que lo operaron de verdad'. Nada de esto es cierto, pues Anita no sólo distaba mucho de querer conceder sus favores al director, sino que acogió con obstinado recelo la propuesta de interpretar La dolce vita [...]. Pero tampoco podemos descartar que fuera el propio Federico quien contó una trola a Montanelli, y que lo único que seguramente no le gustaba fuera que cuestionara su potencia sexual".
La película fue un enorme escándalo (protestas de la jerarquía eclesiástica, de la nobleza italiana, de los amigos de Rizzoli, su productor, de los sectores de la derecha más conservadora...) y un grandísimo éxito popular. La secuencia del baño nocturno de Anita Ekberg y Mastroianni en la fuente de Trevi forma ya parte de la cultura visual del siglo XX. El filme recorrió todas las pantallas del mundo, aunque en algunos países como España no se estrenó hasta junio de 1981, más de 20 años después de su realización.
La filmografía de Fellini es tan extensa como polémica y brillante, adjetivos que no le abandonarían hasta el momento de su muerte y de los que no se libró ni siquiera en los tres anuncios publicitarios que rodó para el Banco de Roma en 1992, su último trabajo detrás de la cámara. Los motivos que le animaban a escribir y filmar sus guiones, las obsesiones que estimulaban sus ansias de rodar, eran tan abiertos y dispares como sus inquietudes. Kezich facilita la pista de lo que le decidió a dirigir Giuletta de los espíritus:
"En los años de Ocho y medio [1963] visitó Fellini a magos y videntes, el más importante de los cuales es el turinés Gustavo Adolfo Rol. Nacido en 1903, licenciado en Derecho, pintor y gran aficionado a la magia blanca sin afán de lucro, personalidad enciclopédica y experto en historia napoleónica, Rol se dedica principalmente a la restauración de cuadros antiguos y a menudo trabaja a oscuras, dejando que fuerzas cuya naturaleza no explica guíen su mano. El singular personaje tiene un repertorio de 'juegos' que dejarían pasmado a cualquiera: lee en libros cerrados, traslada objetos de un cuarto a otro sin tocarlos, capta telepáticamente conversaciones que se tienen a cientos de kilómetros y manipula los naipes con una velocidad alucinante, cambiando palos y colores ante los ojos del espectador. Fascinado por este ser espectacular, que se le asemeja en el prodigar su talento de iniciado para entretenimiento del prójimo, no se cansa Federico de presenciar las prestidigitaciones de Rol, aunque no estén al alcance del humano entendimiento. Precisamente contra esos límites, sobre todo cuando coartan la libertad de acción o dependen de prejuicios sociales, quiere el director dirigir la fábula moderna de Giuletta". Después vendrían Satiricón, Amarcord, Roma, Casanova y así hasta Ginger y Fred, Entrevista y La voz de la Luna, por citar algunas de sus películas.
El 31 de octubre de 1993 muere en el policlínico Humberto I, en Roma. Instalan la capilla ardiente en su predilecto Estudio 5 de Cinecittà ante la que desfilan unas 70.000 personas según algunas estimaciones. Cinco meses después moriría la mujer de su vida, su compañera durante 50 años, Giuletta Masina.
Cuando en abril de 1975 se le concede por Amarcord el cuarto Oscar de su carrera, el director que prepara su visión y versión de Casanova rehusó acudir a Los Ángeles, si bien concedió numerosas entrevistas en las que trató de explicar el éxito mundial de la película. Una de sus respuestas, recogida en la biografía, resume espléndidamente sus ideas sobre el cine:
"Creo que cuando uno habla de lo que conoce, de sí mismo, de su familia, de su terruño, de la nieve, de la lluvia, del despotismo, de la estupidez, de la ignorancia, de las esperanzas, de las fantasías, de los condicionamientos políticos o religiosos, cuando uno habla de la vida con sinceridad, sin querer aleccionar a nadie ni preconizar filosofías o transmitir mensajes, cuando uno lo hace con humildad y sobre todo con una visión proporcionada de las cosas, creo que lo que diga estará al alcance de todo el mundo y todos podrán identificarse con él".
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