La reinserción de Caraemuerto
Miles de paramilitares y guerrilleros colombianos se reeducan al tiempo que se reconcilian
Caraemuerto se remueve inquieto en la silla. No es fácil sentarse tranquilo en un pupitre tras años de estar alerta ante posibles ataques o emboscadas de la guerrilla colombiana. Pero este antiguo paramilitar lucha ahora para retomar sus estudios y encontrar un trabajo.
A la puerta del edificio, varios adolescentes charlan con indolencia. Dentro, la algarabía marca las idas y venidas de los estudiantes entre sus clases. Sin embargo, pese a las apariencias, este centro de Medellín no es un instituto de Bachillerato. La mayoría de los alumnos ha cambiado las armas por los cuadernos: son antiguos paramilitares y guerrilleros, pero también jóvenes de barrios marginales en peligro de sumarse a estos grupos ilegales o víctimas del conflicto. Ahora son todos compañeros de pupitre en el Centro de Formación para la Paz y la Reconciliación (Cepar).
Caraemuerto, un tipo con suerte. "Estuve nueve años en el monte y nueve tiros me dieron pero estoy vivo"
En el centro continúan una educación que terminó en muchos casos en los primeros cursos de Primaria y en otros nunca empezó. Ahora, tras desmovilizarse, se encuentran en desventaja para competir en el mercado laboral. Tienen experiencia de la muerte, pero mucha menos de las clases, los exámenes, o de enviar un currículo...
"Me considero una persona de mucha suerte. Estuve nueve años en el monte y nueve tiros me dieron, pero estoy vivo y no me duele nada", explica Luis Edison Jaramillo, Caraemuerto, de 27 años, que se unió a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) "por la situación económica. Pasó un grupo de paramilitares y me dijeron que me pagaban buena platica". "Al principio fue duro, mucha guerra, pero luego se acostumbra uno". Finalmente, "el patrón tomó su decisión": el jefe del Bloque Mineros, al que pertenecía, decidió desmovilizarse, y con él, más de 2.500 hombres bajo su mando.
Un caso diferente es el de Luis Villegas, de 25 años, que tomó por su cuenta la decisión de abandonar las AUC. "Decían que iba a ganar más, que iba a tener mejor vida. Nunca pasó eso. Entonces llegó el día que tomé la decisión de salirme. Sentía la necesidad de corregir muchos errores, el daño que había hecho". El nacimiento de su hija, que ahora tiene cinco años, le impulsó a salir, tras dos años y dos meses en el Bloque Mineros. "Es la mejor decisión que yo tomé en mi vida". Ahora tiene "un proyecto para salir adelante", cursa Secundaria y quiere estudiar Ciencias Políticas.
El programa Paz y Reconciliación es una iniciativa de la alcaldía de Medellín. "Si bien las desmovilizaciones eran un programa nacional, esta administración decidió apropiarse del proceso de reinserción de estas personas", explica Luis Fernando Pineda, coordinador del área de jóvenes, que añade que "el 33% de los desmovilizados de la nación están en Antioquia", el departamento del cual Medellín es la capital. Desde 2004, la alcaldía se ha ocupado de 4.300 antiguos paramilitares, 870 ex guerrilleros y 1.200 jóvenes en peligro de asociarse a grupos ilegales.
"El programa tiene tres áreas de atención: psicosocial, educación y generación de ingresos", explica Clara Cortés, coordinadora del área académica de Paz y Reconciliación, que añade que "la idea es no sólo intervenir al individuo, sino su entorno".
No hay juicios fáciles. Más allá de ideologías, una buena parte se unió a uno u otro grupo armado por razones económicas, y en ocasiones de forma sucesiva, y muchos de los antiguos combatientes son también víctimas del conflicto colombiano.
El semblante de Jaramillo, arrasado por casi una década "en el monte" con las AUC, trasluce también el dolor por la muerte de su padre a manos de guerrilleros. "Le cogieron en la finca, le amarraron, le mocharon (cortaron) los dedos" y le mataron, "creo que puede haber sido para preguntar por mí", explica, y añade que "con la decisión de meterse en un grupo arrastra uno a la familia". Ahora asiste a clase en el Cepar desde hace un año y busca trabajo. "Adelante es p'allá, tengo que cambiar mi vida", dice con determinación.
Otro ejemplo es Jairo Gómez, de 51 años, uno de cuyos hijos murió a manos de las AUC. Gómez llegó a recibir instrucción militar por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero no llegó a unirse del todo a la guerrilla. "Tenía cosas buenas y malas", dice, pero al final pesó más que "aquello no estaba bien". Pero las AUC también contactaron con él. Ahora estudia en el Cepar y recibe asesoramiento para recurrir al autoempleo, porque, según explica "uno que pasa de 30 años ya está mandado recoger, ya ninguna empresa le da trabajo".
En los últimos siete años se han desmovilizado 50.000 miembros de grupos paramilitares y guerrilleros, según el Gobierno colombiano, que destaca el éxito del proceso. "En los procesos anteriores de paz en Colombia nunca fueron desmovilizadas más de 4.000 personas", afirma Jaime Bermúdez, ministro de Exteriores.
De ellos, 30.000 son paramilitares, formaciones que "técnicamente están desmanteladas, en el sentido de que ya no hay grupos armados dedicados a combatir a la guerrilla suplantando al Estado". Sin embargo, algunos antiguos grupos paramilitares se han convertido en "bandas criminales aliadas con el narcotráfico", reconoce Bermúdez.
Por su parte, miles de miembros de grupos guerrilleros como las FARC y el más minoritario Ejército de Liberación Nacional (ELN) han dejado las armas de forma individual.
El éxito de este proceso de desmovilización se basa, según Bermúdez, en que "se dan cuenta de que la presión del Estado es fuerte y que el Estado prevalece, cuenta con el apoyo popular y una capacidad militar y policial disuasiva", y que "al mismo tiempo se dan cuenta de que paga más entregarse que sufrir el riesgo de morir en eso". Y el Estado, por su parte, "les ofrece opciones", como el plan de Justicia y Paz, al que se han acogido 33.000 de estas personas, mediante "programas de tratamiento psicológico, capacitación profesional o apoyo para el desarrollo de proyectos productivos".
Mientras, en el abarrotado edificio del Cepar, los antiguos combatientes intentan familiarizar con el tacto del bolígrafo unas manos encallecidas por el fusil y el machete.
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