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Reportaje:EL CARDENAL DE LA TRANSICIÓN

La rabia de Tarancón

El religioso Martín Patino recuerda escenas clave de la vida del cardenal, entre ellas cuando quemó sus memorias tras haber sido separado de su puesto al frente de la Iglesia española

Juan Cruz

Lo cuenta José María Martín Patino, que trabajó con él desde 1965 (fue primero director de liturgia, a las órdenes del cardenal, y luego fue su vicario general en Madrid hasta 1983). En 1983, a Vicente Enrique y Tarancón (1907 -1994), que descansaba en Vila-real, cerca de su Burriana natal, lo llamó el nuncio de su santidad, Antonio Innocenti. Tenían que hablar, véngase a Madrid. El cardenal que había enrojecido a la ultraderecha española en dos fechas clave (el asesinato de Carrero, cuando le gritaron, en las honras fúnebres, ¡Tarancón al paredón!, y la homilía de bienvenida democrática al Rey tras la muerte de Franco) se preparó para el viaje; tomó sus puros, se arrellanó en el coche. Tenía 75 años, una edad que marcaba el final de su carrera, pero seguía siendo cardenal, aún no era preciso dimitir. Puso la radio, y a la altura del pueblo conquense que lleva su nombre, Tarancón, escuchó que le había sido aceptada su dimisión. Él no la había presentado...

Debió de arrojar el puro por la ventanilla, de rabia, le pidió al chófer que parara junto a una cafetería, buscó un teléfono público y llamó a la Nunciatura.

-¿Nuncio?

El cardenal no dio rodeos. "Como usted ya le ha dicho a la radio lo que quería de mí, no veo objeto alguno en el viaje". Le dijo al chófer que diera media vuelta, y se volvió a Vila-real presa de rabia, con el orgullo herido.

"AQUÍ ESTOY QUEMANDO PÁGINAS"

Con el orgullo herido redactó sus memorias, y con el mismo orgullo quemó las 1.500 páginas del manuscrito. A Tarancón le gustaba escribir. Dice Patino que cuando le iba a ver, en ratos de ocio, de vacaciones o en su casa de cardenal, a veces estaba don Vicente escribiendo a máquina o componiendo en su armonio. Y era un buen escritor; ese sabor de las palabras que se advierte en la más famosa de sus homilías (la de la coronación de Juan Carlos I) no era una pose; a él le gustaba escribir, y lo hacía siempre que podía. No se sabe si fue al volver de Tarancón cuando decidió que debía poner por escrito sus recuerdos, pero sí es cierto que ese episodio marcó su humor y marcaría la más secreta e irrecuperable de sus creaciones. Dice Martín Patino que él vio ese manuscrito, lo tuvo en sus manos, "toda una noche" al menos. ¿Quién más lo leyó? Él no sabe, seguramente algunos amigos del cardenal le vieron aquellos días afanado por saber cómo reaccionaban ante semejante manuscrito, lleno, según Patino, de orgullo herido, de cierta vanidad contrariada. Probablemente, la llamada del nuncio aceleró su escritura, y el cardenal no puso freno a los adjetivos, que fueron del Rey abajo, y no siempre eran favorables. Patino recuerda algo que leyó: "¡Me marché de Madrid sin que nadie me hiciera caso, ni siquiera el Rey!" El Rey era amigo suyo; el cardenal contrariado se sintió solo; a Patino le pareció que no podía reaccionar así. "Eso no lo debe poner". Pero él quería dejarlo todo; lo que decía del Rey, lo que decía de Suárez, lo (terrible) que decía del obispo Guerra Campos... Había tenido muchos encuentros y muchos desencuentros, y ahí estaban, mezclados con su rabia de ciudadano dispuesto a contar qué pasó. Le dijeron (Martín Patino se lo dijo, otros también) que de ese volumen de recuerdos había que tachar al menos cincuenta páginas, pues no iba a quedar él mismo satisfecho con las consecuencias... Don Vicente le dio muchas vueltas a su decisión; un día de esos, Martín Patino volvió a la casa valenciana del cardenal. "¿Qué? ¿Sigues pensando lo mismo?". Martín Patino no tenía razones para haber cambiado de parecer, y entonces el sacerdote más importante de la transición democrática se levantó de su asiento, le pidió a su vicario general que lo acompañara a la terraza, se dirigió a las brasas ardientes de la barbacoa y fue depositando página a página el fruto escrito de su memoria. "¿Qué hace, cardenal?". "Aquí estoy, quemando las memorias". "Quemó hasta la última hoja. Y se acabó", dice Patino. "Todavía hay gente que cree que me quedé con alguna copia". No hay copias. No hubo dramatismo; Patino recuerda los momentos posteriores como de gran sosiego, "después de quemarlas fue el cardenal de siempre, como si hubiera recobrado la libertad". Martín Patino recuerda el hecho como un acontecimiento sin dramatismo. Volvieron al salón donde estaban el armonio y la máquina de escribir, los objetos más queridos de don Vicente Enrique y Tarancón.

"¡ESE HOMBRE YA HA MUERTO!"

Franco murió de madrugada; dormía la sociedad civil, dormía la Iglesia. José María de Areilza, el diplomático que sería luego ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno posfranquista, sabía que Patino estaba de guardia, atento para darle noticias al cardenal de la difícil situación del Caudillo, que se estaba muriendo. "¡Patino, ese hombre ya está muerto!". La mecánica religiosa se puso en marcha, y era altamente delicada. Tarancón quería decir la misa en El Pardo. "Y un cura-monseñor que estaba en el Buen Consejo me dijo: 'No, esa misa es solo para los familiares". Le correspondía a Tarancón, pero donde manda militar..., o más bien donde mandaba Arias Navarro... El presidente del Gobierno quería que la misa la dijera el cardenal de Toledo, Marcelo González Martín, más afín. Pero Tarancón hizo "una homilía suave, pequeña, corta, aunque dijo que Franco era un hombre que había cometido sus errores como todos". No fue hostil a Franco, pero decir que a veces se equivocaba sí que era inédito. Había otra misa prevista, en la plaza de Oriente, y ahí sí tendría que oficiar el cardenal de Madrid. Podía ser un lío espantoso..., a no ser que lloviera y se suspendiera. La víspera de ese acontecimiento religioso, un comandante del Alto Estado Mayor llamó a Patino: "Tranquilo, Patino, que el Alto Estado Mayor ha decretado que llueva mañana". "Y se echó a reír", respondió el vicario. "Ya he entendido', dije yo". El desafío vendría después; muerto Franco, venía la homilía del cardenal ante el Rey. Y la intervención hablada de Tarancón era como el certificado de nacimiento de una nueva época de la relación Iglesia-Estado. La homilía se estaba escribiendo. Y no fue solo lo que vio la gente.

EL CARDENAL QUE MIRA POR ENCIMA DE LAS GAFAS

A Tarancón se le olvidaron las gafas de leer, y tenía que leer, ante el Rey y las autoridades, un texto muy delicado. "Se me olvidaron las gafas, Patino; usaré las de ver de lejos". Por eso en las fotos el cardenal mira por encima de la montura mientras lee, y a veces se dirige al Rey como si le estuviera advirtiendo. Ha pasado a la historia como el gran texto de Tarancón. Intervinieron muchas manos, de obispos o cardenales, del propio Patino, hasta llegar al último toque, "que se lo dio", recuerda Martín Patino, José Luis Martín Descalzo, periodista, escritor y religioso, autor de una excelente vida de Jesús. "Y más gente... Tarancón escribió un folio y pico, por ambas caras, a máquina y a lápiz... Se había cambiado, con gran contento del Rey, el tedeum de los Jerónimos, previsto por la Operación Lucero [programada para asegurar el orden tras la muerte de Franco], por una misa con homilía". Martín Patino buscó a quienes podían ayudar a redactarla "como veinte días antes de que se produjera el fallecimiento, pues Franco se estuvo muriendo mucho tiempo". Los dos folios de Tarancón fueron manejados por un equipo en el que estuvieron, en distintos momentos, Fernando Sebastián (obispo de Zaragoza), el arzobispo de Navarra, el periodista Luis Apostúa, el político y comentarista (luego padre de la Constitución) Gabriel Cisneros, el sacerdote Jesús Iribarren... "Empezamos a darle vueltas y determinamos las líneas de por dónde debía ir la homilía...". Tras una Iglesia que había llevado bajo palio al Estado tendría que venir una Iglesia que conviviera con un Estado aconfesional..., "y nosotros sabíamos que el cardenal tendría que avanzarlo". Tarancón había estado en el Concilio, "y ahí se había declarado que la libertad debía presidir las relaciones Iglesia-Estado". ¿Cómo decirlo? Tarancón lo dibujó; pero Martín Patino tuvo que patearse España con el papel redactado por él y por sus compañeros de equipo. "Teníamos mucho interés en que él, que sería la última pluma, no lo corrigiera, pues era un poco fuerte lo que se iba a decir". Había que decir que la Iglesia no habla de quien gobierna, ni de cómo lo hace, "la Iglesia solo tiene que rezar y decir que todos tienen derecho a la libertad".

"¡LES SALIÓ UNA HOMILÍA COJONUDA!"

A Tarancón podía haberle dado "por suavizar" algunas partes de ese discurso, con el que, por otra parte, se inauguraría la libertad en las relaciones Iglesia-Estado... Para que el cardenal no tuviera esa tentación, Patino fue a ver, con el texto final aún no leído por Tarancón, al cardenal Jubany, de Barcelona. Este leyó atentamente la homilía, y al cabo de una hora vino a decirle al enviado Patino: "Esto no se debe tocar, está estupendamente". "A Jubany le pedí", recuerda Patino, "cuando me dijo que le parecía bien, que le pusiera una nota al cardenal diciéndole que no la tocara. Y lo hizo. 'Vicente, no toques ni una coma, que está muy bien, eso es lo que hay que decir". Y luego el enviado se fue a Sevilla, a ver al cardenal Bueno Monreal. Faltaban unas horas para la homilía, y Martín Patino llegó a la casa del cardenal Tarancón a las once de la noche. "¡Hombre, todavía no tengo la homilía!". Allí estaba, "aquí se la traigo", le dijo su vicario general. "Cuando la iba leyendo vi que metía la mano en la chaqueta para sacar el bolígrafo, y le dije: '¡No la toque!'. Me preguntó por qué, y entonces le dije que ya la habían visto dos cardenales, y podía ocurrir que, como habían estado tantos en la comisión que la escribió, la tuviera hasta algún periodista... 'Pues nada', dijo el cardenal Tarancón, 'diré esta homilía". Después de pronunciarla, con el Rey ya bendecido por la Iglesia, hubo una recepción en el Palacio Real. Las lentitudes del protocolo dejaron a Martín Patino solo con el Monarca un rato, y este remarcó su opinión sobre la homilía que acababa de escuchar con esta frase: "¡Os ha salido una homilía cojonuda!". No todos estaban tan eufóricos. Antonio Carro, ministro con Arias Navarro, le dijo en un aparte a Patino: "Oye, ten cuidado con el cardenal, porque con menos argumentos hemos metido a muchos curas en la cárcel". "Bueno, pues nada", le respondió el vicario, "si quieres voy yo con él".

EL CARDENAL PÁLIDO

Cuando Tarancón se enfadaba, o se ponía nervioso, sus ayudantes o quienes le conocieron bien advertían su estado de ánimo porque el cura que amaba la paciencia de los puros y la paz del armonio echaba a correr, demudado. Le pasó en el Vaticano. El papa Juan Pablo II lo convocó a Roma, en una visita posterior a la aprobación de la Constitución laica de 1978, que enfadó tanto al Vaticano. Nadie sabe qué pasó allí, pero conociendo el carácter del Papa, que consideraba que España y Polonia eran los baluartes del catolicismo europeo, seguramente al Pontífice se le hinchó la vena de abroncar. Pues don Vicente salió de allí como si se lo llevara el diablo a otro sitio, pálido, veloz, camino del ascensor que se lo llevara del Vaticano. Allí estaban Martín Patino y otros próximos a Tarancón, pero el cardenal no dijo que hubiera ocurrido nada de particular. Probablemente en esas memorias que ardieron en las llamas habría señales de ese enfado que lo empalideció. Pero entonces, al pie del estribo para volver a su país, el cardenal que pasó a la historia como el gozne de una Iglesia a otra Iglesia, de un Estado eclesial a un Estado civil, tan solo supo decir una frase que quizá encierra la clave de lo que luego le haría el nuncio y que a él le revolvió antes de devolverle, en 1983, de Tarancón a Vila-real:

-Este señor no nos entiende.

"Este señor" recibió algún tiempo después al cardenal sevillano Bueno Monreal. Como Tarancón, este había apoyado una Constitución laica, que consagraba el futuro de la Iglesia separada del Estado. Nadie sabe qué pasó allí, y tampoco se puede deducir otra cosa que lo que la imaginación diga acerca del encuentro del jefe de la Iglesia con uno de sus súbditos, pues después de aquel encuentro el cardenal sufrió un accidente cerebral del que jamás pudo recuperarse, hasta su muerte.

CON JUAN PABLO II EN MADRID

Luego vino el Papa a Madrid; Tarancón le presentó las maquetas de las 145 parroquias nuevas, "que habíamos construido con el dinero de una fundación de Luis Valls Taberner... El Papa vio todo aquello y se mostró muy feliz, hasta el punto de que el cardenal creyó que iba a prolongarse en el puesto. Habían ganado los socialistas sus primeras elecciones generales. Y un año justo después de la visita del Papa se produjo la llamada del nuncio, cuando él estaba descansando en Vila-real... Pensó que el nuncio le hablaría de su dimisión. Y como Innocenti debió de adelantar la noticia a la radio, don Vicente lo dejó plantado. Fue la única venganza que se permitió".

Quizá entonces empezó a escribir las memorias melancólicas y rabiosas que un día él mismo dio a las llamas.

Retrato del cardenal  Tarancón.
Retrato del cardenal Tarancón.

La Iglesia, en su sitio

Ante el Rey, Tarancón pronunció su homilía el 27 de noviembre de 1975. Extractos de lo que dijo.

"La fe cristiana no es una ideología política ni puede ser identificada con ninguna de ellas, dado que ningún sistema social o político puede agotar toda la riqueza del Evangelio, ni pertenece a la misión de la Iglesia presentar opciones o soluciones concretas de Gobierno en los campos temporales de las ciencias sociales, económicas o políticas. La Iglesia no patrocina ninguna forma ni ideología política, y si alguien utiliza su nombre para cubrir sus banderías, está usurpándolo manifiestamente".

"La Iglesia (...) sí debe proyectar la palabra de Dios sobre la sociedad, especialmente cuando se trata de promover los derechos humanos, fortalecer las libertades justas o ayudar a promover las causas de la paz y de la justicia con medios siempre conformes al Evangelio. La Iglesia nunca determinará qué autoridades deben gobernarnos, pero sí exigirá a todas que estén al servicio de la comunidad entera; que respeten sin discriminaciones ni privilegios los derechos de la persona; que protejan y promuevan el ejercicio de la adecuada libertad de todos y la necesaria participación común en los problemas comunes y en las decisiones de gobierno...". -

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