Vida después de Guantánamo
Pasaron años en el penal del Caribe. Unos confundidos con otras personas, algunos vendidos por dinero a Estados Unidos. EL PAÍS tiene sus fotos y las fichas hechas por sus carceleros
Haji Ghalib ha recuperado su cabello negro, la barba poblada y el enorme bigote que le afeitaron los barberos del penal de Guantánamo donde estuvo preso tres años y medio, pero sus ojos reflejan la mirada perdida que plasmó la fotografía que le hicieron al ingresar en su celda el 17 de julio de 2003, una imagen turbadora que ilustra su ficha secreta en el centro penitenciario. Un documento donde se asegura que tiene "un historial de profundas depresiones con ideas de suicidio", pero que "goza de buena salud, excepto un dolor crónico en la espalda".
El afgano Ghalib tiene 48 años, aunque aparenta muchos más. Logró salir del horror de Guantánamo, venció sus tendencias suicidas y regresó con vida a Jalalabad (Afganistán). Una meta difícil que otros reclusos no han conseguido. Su compañero y paisano Inayatulá, de 37 años, se quitó la vida hace varias semanas, el sexto suicidio desde que EE UU creó el penal en 2001 para acoger a los denominados "combatientes enemigos". Otros dos reclusos afganos, Abul Razzak, de 64 años, y Awal Gul, de 49, han muerto por causas naturales. En sus expedientes se afirma que gozaban de "buena salud". Para los médicos y psicólogos militares de Guantánamo los intentos de suicidio, las alucinaciones o depresiones profundas de algunos presos no son incompatibles con un estado bueno y saludable.
A Mohamed Nasim, de 39 años, le confundieron durante cuatro años con el ministro talibán de Educación
Los afganos han sido el grupo más numeroso de Guantánamo, 225 de unos 750. Hoy solo quedan 14 presos y el resto han sido transferidos en silencio a Afganistán bajo el control del Gobierno de Hamid Karzai que, al igual que a Haji Ghalib, ha puesto en libertad a la mayoría. Casi todos intentan olvidar. De los 225, al menos 114 fueron catalogados por los norteamericanos con un valor nulo para la información antiterrorista, y pese a ello casi todos pasaron varios años encerrados antes de ser devueltos a su país. Otros como Mohamed Sadiq, de 89 años, tuvieron más suerte y escaparon de la tortura a los cuatro meses de entrar en el limbo. La prueba del polígrafo demostró que este anciano no sabía usar el teléfono satélite Thuraya que encontraron en su casa.
Decenas de afganos fueron vendidos por dinero a los norteamericanos por el Ejército paquistaní y miembros de la Alianza del Norte que ayudó a Estados Unidos en su ocupación de Afganistán. Les dijeron que eran "peces gordos" de Al Qaeda o influyentes miembros del Gobierno talibán, el movimiento fundamentalista que protegió a Osama bin Laden y le cedió su territorio para instalar campos terroristas. En muchos casos las acusaciones eran falsas; en otros su nivel de colaboración o riesgo, muy limitado, según reconocen las fichas secretas de los reclusos a las que ha tenido acceso El PAÍS.
Unas supuestas cartas del mulá Mohamed Omar, dirigente supremo de los talibanes que hoy todavía sigue huido, arruinaron la vida de Haji Ghalib, el expreso con tendencias suicidas, y sirvieron de acusación para trasladarle a Guantánamo. Ghalib era entonces comandante de seguridad en el distrito Shinwar de la provincia Nangahar y un reconocido veterano en la lucha contra la ocupación de los soviéticos en Afganistán. Había servido durante años para Haji Khadir, el vicepresidente afgano asesinado en julio de 2002 en Kabul, y combatido contra los talibanes. Era un aliado de los norteamericanos, pero las cartas que le encontraron en su bolsillo le pusieron bajo sospecha. El expediente penitenciario en el que se recomendó su traslado a Afganistán reconoce que no se pudo confirmar la autenticidad de la firma del mulá Omar y que todas las cartas del jefe talibán llevan un número de control del que estas misivas carecen. La acusación hizo aguas, pero Haji permaneció tres años y medio preso. "El detenido ha asaltado a los guardas en varias ocasiones y exhibe extrema emoción", describe sobre su conducta en la cárcel.
La historia de Hiztullah Nasrat Yar, de 41 años, que posa para el fotógrafo sentado en su casa de Sarobi, demuestra cómo en Afganistán algunos se adaptaron a las circunstancias para sobrevivir. Según su declaración en Guantánamo, Hiztullah peleó contra los soviéticos para echarlos de su país; en 1992 fue comandante del grupo Hezb-e-Islami Gulbuddin, ligado a Al Qaeda; en 1996 se unió a la Alianza del Norte en su combate contra los talibanes; en 1998 se pasó de bando y unió a estos últimos; en 2001 volvió a cambiar de enemigo y luchó contra el movimiento talibán. "Dice que su lealtad está con el pueblo afgano y no con un particular régimen", explica el general Jaw W. Hood, redactor de su ficha. Estuvo preso casi cinco años.
La mirada de Ahktar Mohammed, de 41 años, no es fácil de interpretar. Está libre desde 2008, pero las secuelas del encierro de cuatro años y cuatro meses en Guantánamo todavía se reflejan en sus ojos. Ahktar fue detenido en octubre de 2002 en su casa de Malawa, en la provincia de Konar, al sureste del país. Había dejado su trabajo como oficial de seguridad en Jalalabad para asistir a la boda de su hermano cuando soldados norteamericanos registraron la casa y encontraron ocho viejos proyectiles de la etapa soviética. "Los misiles no tenían cabeza ni podían usarse de manera convencional" y según relató a sus interrogadores, los usaba su hermano para pescar. Otro preso afgano le delató en Guantánamo y aseguró que era artillero de los talibanes en el área de Konar. Ahora vive en Jalalabad.
El exprisionero Saber Lal, de 49 años, pertenecía a Ul Dawa Al Qurani, grupo salafista ligado al servicio secreto paquistaní ISI, según su ficha. Saber peleó contra los soviéticos y desde 1995 combatió a los talibanes, era el jefe de la policía fronteriza con 600 hombres a su cargo, pero en 2001 ayudó a refugiarse en Pakistán a nueve árabes armados con fusiles AK 47, dos de ellos heridos, que huían de las cuevas de Tora Bora donde se escondieron junto a Bin Laden. Reclusos del penal le señalaron y confesaron la protección que Al Qaeda recibe del ISI, el servicio que supuestamente ayudó a Osama hasta su muerte en Pakistán. Saber pasó cinco años en Guantánamo, calificado como un preso "fastidioso". Ahora ha recuperado la barba y vive en Kabul.
Said Amir tiene 31 años. Ha sido preso de los dos bandos. En los noventa luchó contra los talibanes, fue capturado y sufrió cinco años de torturas en una prisión de Kandahar. Lo liberaron los aliados y estos mismos lo detuvieron dos años después como sospechoso. Pasó cuatro años en Guantánamo y ahora vive en Kabul.
¿Eres el ministro de Educación talibán? Cuatro años costó a los militares norteamericanos darse cuenta de su error. Ahora Mohamed Nasim, de 39 años, olvida su pesadilla en Jalalabad. "La policía paquistaní me vendió por dinero", declaró a sus carceleros, según recoge su expediente.
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