Pedro Cavadas: "Las subvenciones y los subsidios generan vagos"
Es el autor del primer trasplante de cara que se ha realizado en España. El primer trasplante doble de antebrazos del mundo. El hombre de las misiones imposibles, el que atiende a pacientes con nada que perder y mucho que ganar. En una entrevista con EL PAÍS, Cavadas se sincera y habla sin pelos en la lengua de los trasplantes, los cirujanos, la vanidad, la sanidad, y de lo bien que se encuentra el paciente trasplantado. Cavadas da la cara. En estado puro.
Una bicicleta castigada reposa sobre los impolutos blancos asientos de la recepción de la clínica Cavadas. Es la bici del doctor. Del cirujano al que acuden desahuciados que depositan en este crack de la microcirugía reconstructiva sus últimas esperanzas. El martes 18 de agosto, a las 14.45, Pedro Cavadas abordaba su mayor reto hasta la fecha: el primer trasplante de cara en España, un caso complicado, el de un hombre que no podía hablar ni tragar desde hace más de diez años. Tres horas fueron necesarias para extraer el rostro del donante. Quince horas duró el trasplante de cara, el octavo que se practica en el mundo.
"Los hospitales públicos hacen su trabajo, pero son lentos. La velocidad de mi equipo es mil veces superior"
"Los occidentales somos blanditos; estamos entre algodones. La selección natural, probablemente, sigue siendo necesaria"
P. ¿Y cómo está el paciente?
R. Él está en su casa. Está bien, recuperándose de la paliza que le hemos pegado, cada día está mejor. Está empezando a hacer ejercicio, que es algo que le gusta mucho, a ir en bici... Detalles personales, suyos, no quiero dar. Empieza a hacer vida normal. Se afeita él solo. Claro, antes no tenía nada que afeitar.
Cavadas recompone la postura sobre la butaca blanca de su consulta en Valencia. Dos grandes fotos de sus dos hijas adoptivas chinas le custodian, en la pared. Su clínica es una mezcla de la asepsia cool de un centro occidental moderno con el colorido de las máscaras de sus viajes a África; un resumen de su existencia: anclada en Occidente, pero con la mente puesta en esa experiencia de vida real que ofrece el suelo africano.
Sobre el gran sofá marrón estilo chaise longue de su amplia consulta, tres mantitas escocesas. "Sí, la verdad es que casi vivo aquí", confiesa. "Hay muchas noches que me quedo a dormir". A sus 43 años, es un hombre al que muchos consideran un tipo altivo, displicente y engreído. En este encuentro se muestra cercano, abierto y políticamente incorrecto. "Cavadas no deja indiferente a nadie, es muy listo y no es un divo", cuenta días antes de la entrevista el respetado doctor Rafael Matesanz, responsable de que España tenga un sistema de trasplantes de referencia. "Lo suyo no es cirugía espectáculo: es un hombre que soluciona problemas de la gente".
P. Rafael Matesanz cuenta que pudo ver fotos del paciente y que el aspecto es espectacular, tan bueno como el de Isabelle Dinoire, la mujer francesa que recibió el primero del mundo.
R. Sí, hemos enseñado imágenes suyas, porque nos ha autorizado el paciente, pero sólo en foros profesionales. El suyo es un caso muy llamativo. Vamos a decirle que empiece a salir ya a la calle. Es un tío que si va por ahí no va a llamar la atención. Mover la lengua, hablar, tragar, masticar, son funciones que va a tardar meses en recuperar.
P. Cuando uno abre camino, visualiza cómo va a ser el proceso y luego se lleva sorpresas. ¿Qué sorpresas se ha llevado en este caso?
R. La aceptación por parte del paciente. Al día siguiente le enseñamos su aspecto en el espejo, él lo pidió. Pero sabe que falta por delante sangre, sudor y lágrimas: de esperar, de rehabilitar, de complicaciones que puedan surgir... Él sabe dónde se mete, nosotros también. El paciente de un trasplante de cara habitualmente no considera la posibilidad de un bote salvavidas. Ese paciente es patria o muerte. Es un procedimiento desesperado para un problema desesperado.
P. El siguiente reto será un trasplante de piernas.
R. Los trasplantes de manos, brazos y demás no son rutinarios. Llama la atención que ya nadie le presta atención a eso, de repente hay una fiebre y todo el mundo quiere hacer un trasplante de cara, no entiendo exactamente para qué, pues para tener uno, como quien se compra un perro o un animal exótico. Cada caso de trasplante de cara es distinto. Técnicamente, el caso de la francesa, que es solamente los labios y la nariz (bueno, en su momento aquello fue impresionante), comparado con nuestro caso y con el que estamos planeando ahora, no es nada, es casi una broma. Es muy distinto poner o no poner lengua, el maxilar, dentadura, paladar blando, laringe...
Un mosquito sobrevuela la mesa de la consulta. Cavadas lanza el brazo e intenta cazarlo, pero al ir a hacerlo se arrepiente y abre la mano para no atraparlo.
P. Realiza usted unas 1.500 operaciones al año, eso son más de cuatro al día, ¿cómo lo hace?
R. Eso es trabajar varias jornadas al día. Currar mucho. Los pacientes vienen y hay que hacerlo.
P. Pero en algún momento tendrá que desconectar.
R. ¿Que me encantaría tomarme ahora unas vacaciones? Pues sí, como el agua. Pero si no se puede, no se puede. A mí de pequeño me educaron en la cultura del esfuerzo: una cosa es lo que a ti te apetezca, y otra lo que tienes que hacer. Me educaron, o me eduqué yo así.
P. ¿Y qué hace para recargar pilas?
R. ¿Lo primero?: tener una moral como el Alcoyano. Luego tengo mis hobbies. Tiro con arco, me relaja mucho. Y perderme yo solo en la Tanzania profunda, con una brújula, una mochila, una caja de cerillas y el arco.
P. ¿Una caja de cerillas?
R. Para asar la comida. Son viajes de supervivencia.
P. Se pone usted a prueba constantemente, incluso cuando quiere desconectar.
R. Sí, eso debe de ser una enfermedad mental como otra cualquiera. A mí eso me pone mucho las pilas cuando estoy harto de currar y de mundo occidental.
P. Usted abandonó sus tres Porsche y los cambió por un jeep destartalado; hay una bici a la entrada de la consulta, ¿ha cambiado el jeep por una bici?
R. Sí, voy en bici. Ayer [el día anterior a la entrevista] cayó la de Dios y me mojé mucho, pero ¡qué pánico le tiene la gente a mojarse! ¡Coño, que es agua lo que cae, no es salfumán! Ésa es mi queja contra la excesiva comodidad occidental. No te mojes, no pases frío, no pases sueño... No llegas a pasar ganas de nada; antes de que tengas ganas de algo ya te las han saciado. Esto debe de ser un efecto rebote respecto de lo de antes, cuando todo lo que tenía era carísimo, carros carísimos...
P. Cuando se ve en esa época, ¿qué ve?
R. A un pobre diablo. Siempre fui así, pero me di cuenta y por lo menos ahora he tenido la valentía de quitarme un montón de lastres. Querer tener y tener y tener genera una situación de infelicidad continua hasta que te das cuenta. No soy yo la Virgen María, pero creo en una distribución razonable de la riqueza. Eso sí, no somos todos iguales: el que curra no tiene por qué ganar lo mismo que el vago, lo siento.
Cavadas viaja tres o cuatro veces al año a Kenia. Mediante su fundación, opera a mutilados de conflictos tribales que no tienen recursos para pagarse un hospital. En diez días puede llegar a realizar 88 operaciones en lugares que carecen de los equipamientos mínimos.
P. La gente en África es dura como piedras, dice usted. Los quejidos de los occidentales deben de resultar a veces ridículos, ¿no?
R. Los occidentales somos blanditos; de todo hay, pero a igualdad de agresión, un occidental palma por un motivo muy sencillo: desde que nacemos estamos entre algodoncitos. En los últimos siglos, la medicina y el bienestar en Occidente se han cargado la selección natural. La selección natural, probablemente, sigue siendo necesaria. Allí, el que es medio blandito no cumple diez años. Aquí sabes que si lloras, alguien te hace caso.
El cirujano afirma que cree en el sistema de salud público. Que es necesario. Pero dice que la sanidad en España es irrealmente abundante. "Quien le meta mano a eso pierde las elecciones. Pero la atención ilimitada, universal, gratuita y a granel para todo el mundo, con cargo a las arcas públicas, es maravillosa como concepto, pero es irreal". Es poco amigo de las políticas de ayudas: "Las subvenciones y los subsidios generan vagos".
P. ¿Y no se plantea volver al sistema público, dado que dice que es necesario?
R. Habría que encontrar una fórmula creativa porque los hospitales públicos tienen muchas virtudes, hacen su trabajo, pero son enormes máquinas que van lentitas. La velocidad de mi equipo es mil veces superior. Entrar allí para estar todo el día peleándome con todo el mundo, no; ya no.
P. Tiene usted fama de ser una persona difícil.
R. Yo antes era agresivo personalmente, en el plano profesional. A quien no hacía bien las cosas me gustaba decírselo a la cara. ¿Beneficio neto de eso?: tener un enemigo más. Esos pecadillos de juventud los tuve. Me gustaba tener coches caros y decirle al tío al que ves en el semáforo: "Ya ves lo que yo tengo y tú no"; pues a nivel profesional, algo parecido: "Mira lo que yo soy capaz de hacer y tú no".
P. ¿Y ahora?
R. El ser humano es muy jodido; los médicos, más, y los cirujanos, mucho más. Es el gran ego. Si operas y se cura, no es la cirugía, eres tú. Entre cirujanos hay egos enfrentados. Y es muy difícil reconocer méritos ajenos.
P. ¿Y usted lo hace?
R. Sí, pero como un ejercicio consciente. ¿Qué es lo que te dice el animal que llevas dentro, que al fin y al cabo es un mono macho competitivo, cuando ve a un tío que hace las cosas muy bien en su área?: ¡El cretino este, el chulo este! Pero contra eso hay que reaccionar, hay que crecer un poquito.
P. La clínica y la Fundación Pedro Cavadas han realizado 11.000 intervenciones, 700 reimplantes, un 96% de éxito, ¿cómo se enfrenta uno a ese 4% de fracasos?
R. Los fracasos se gestionan mal. Son fracasos de tratamiento, pero tiendes a pensar que son fracasos tuyos.
P. ¿Y cómo se convive con la posibilidad de tener que acudir a los tribunales? De hecho, hay un caso, el de Alfonsa Rausell, que está litigando con usted.
R. Si tratas a tres pacientes, nadie emprende acciones legales contra ti. Si tratas a miles y miles, cabe esa posibilidad. Que alguien te ponga una demanda, no es divertido. Lo que me molesta muchísimo es que con un paciente al cual le podrías haber dicho: "¿Sabe qué?, que su problema es suyo, y adiós, no tengo por qué complicarme la vida", al final se te devuelva odio... Ajjjj. A mí eso me cuesta digerirlo.
P. A usted le reprochan que es demasiado mediático, que hace cirugía espectáculo, que si va de Messi de los trasplantes.
R. Eso es el ruido del sistema. Si fuera buscando salir en un medio, mal estaríamos, me cambiaría de trabajo. Yo trabajo casos que son vistosos. Qué le vamos a hacer.
P. Pero eso le reportará a usted alguna satisfacción interna...
R. La vanidad es una bestia que hay que controlar mucho, mucho, mucho. Es tan fácil que la vanidad se lo coma todo, que se lo coma todo y que sólo quede ella. Un pelín de vanidad profesional es necesaria para currar veinte mil horas al día, para acometer cosas difíciles. Pero hay que tenerla muy atada. Mucho.
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