Obseso del primer plano
Nicolas Sarkozy crea un nuevo estilo de gobernar que implica un permanente impacto político y social y una presencia mediática que no se detiene ni en su vida privada
Nicolas Sarkozy, de 52 años, presidente de la República Francesa desde el pasado mes de mayo, es un hombre ambicioso y obsesivo, trabajador y meticuloso; de carácter autoritario, que vive en un estado de permanente agitación derivado de su necesidad de incidir en todo y hacerse presente en cada momento de la vida de sus compatriotas. Extraordinario manipulador de los medios de comunicación, su impacto político y social, la extraordinaria potencia de su presencia, supera ampliamente el contenido real de su discurso ideológico, hecho de obviedades teñidas de modernidad y de viejas soluciones de tinte reaccionario destinadas a devolver la moral y el orgullo a sus compatriotas y reparar los daños causados por el supuesto desvarío de Mayo del 68.
No le ha hecho falta redefinir el papel del jefe del Estado, pero ha asumido incluso el de primer ministro
Yasmina Reza, escritora: "No le entra en la cabeza que su vida es tan ordinaria como la de cualquier persona"
Joffrin, director de 'Libération': "La política es un concurso televisivo y él es quien representa el mejor programa"
Su llegada al poder tras la larga siesta brezneviana de su predecesor en el palacio del Eliseo, Jacques Chirac, ahora procesado por malversación de caudales públicos, ha supuesto una transformación, no sólo en las formas, del modelo de la V República instaurada por el general Charles de Gaulle en 1958. Para ello no ha sido necesario ningún cambio constitucional -aunque los anuncie-; le ha bastado con imponer su personalidad. No ha hecho falta, por ejemplo, redefinir el papel del jefe del Estado que, con el paso del septenato al quinquenato y la concatenación de las elecciones legislativas, adquiría un carácter esencialmente ejecutivo; Sarkozy ha neutralizado la institución del primer ministro por la vía de los hechos consumados: asumiendo él mismo el papel.
El pasado noviembre, en plena tormenta contra las reformas, decidió acudir personalmente a Gilvinec, en Bretaña, donde los pescadores bloqueaban el puerto en protesta por la subida del precio del gasóleo. En pocos días, se había subido el sueldo un 140%, hasta los 20.000 euros mensuales. Se presentó en el muelle, bajó de su coche oficial y se dirigió directamente a discutir con un piquete de marinos que le recibieron con insultos y abucheos. La dialéctica subió de tono. De lo alto sonó un agravio: "Enculé" ("Que te den por el culo").
Sarkozy se puso tenso, miró hacia arriba buscando al agresor y se encaró con él.
-¿Quién ha dicho esto? ¿Eres tú quien lo ha dicho? Baja y dímelo a la cara. Baja.
-Si bajo, te voy a dar en la cara con un palo; así que mejor me quedo.
Días después, en un programa radiofónico, su primer ministro, François Fillon, defendía ante el entrevistador la supuesta "coordinación" existente entre el Eliseo y Matignon, la sede del jefe del Gobierno. Pero en el pasillo, como pudo verse en una filmación difundida por YouTube, Fillon respondía de otra manera al comentario del periodista sobre su escasa visibilidad pública. "No acudo a los conflictos por dos razones: una, porque cuando se lo sugiero, como en el caso de los pescadores, decide ir él mismo; otra, porque cuando él no quiere ir, no me deja ir a mí".
Se ha escrito mucho sobre la construcción de la personalidad del presidente francés; sobre el abandono del padre, un aristócrata húngaro que zanjó cualquier discusión con el adolescente Sarkozy espetándole: "No te debo nada". Sobre su tempestuosa relación con su hermano mayor, un importante empresario miembro de la cúpula de la patronal francesa, más alto y más guapo, con el que competía una y otra vez, y sobre la adoración por su madre, que se las arregló para que los chavales estudiaran en Saint Louis de Monceau, uno de los mejores colegios de París, pese a que sus ingresos estaban muy lejos de los de las familias que acudían al centro.
Yasmina Reza, la escritora y dramaturga a la que Sarkozy incorporó al círculo más restringido de su equipo electoral, publicó después un libro titulado L'aube le soir ou la nuit, que, bajo la apariencia de una cierta fascinación por la desnuda exhibición de ambición y poder, esconde uno de los retratos más brutales que se han hecho del presidente francés. "Está tan habituado a ser él quien habla y a que los demás le escuchen; tiene el derecho a exponer su vida ordinaria sin ser interrumpido, sin que nadie manifieste aburrimiento, que no le viene a la cabeza la idea de que su vida ordinaria es tan ordinaria como la de cualquier persona corriente", comenta.
Esta visión irónica de la escritora no la comparten ni sus colaboradores, ni sus compañeros de viaje político. "¡Míralos, míralos cómo se le pegan! Matarían a su madre para sentarse a su lado o para salir en la foto cuando cantan La Marsellesa. Yo nunca subo a la tribuna. Tengo miedo de que me linchen". Quien así habla en el libro de Reza es Rachida Dati, la ministra de Justicia, que durante la campaña fue una de sus jefas de comunicación y una de las artífices de este modelo de ejercicio del poder basado en la ocupación permanente de los medios de comunicación, cuando no de su manipulación pura y dura.
Los franceses, que siempre han tolerado las, pasablemente discretas, aventuras sentimentales de su clase política sin darles más valor que el de la anécdota, han pasado de pronto a vivir los sucesivos culebrones de los amoríos del jefe del Estado como parte de la gestión de la cosa pública. La cambiante relación de Sarkozy con su segunda esposa, Cécilia, fue casi un tema de Estado, y el anuncio de su divorcio coincidió con una huelga de transportes. El romance con la cantante y ex modelo Carla Bruni supera ampliamente todas las expectativas y ha situado definitivamente al inquilino del Eliseo en el hit parade de la prensa rosa, como demuestran las extraordinarias imágenes de estos días de la pareja cogida de la mano en el hiperlujo oriental de un Egipto soñado.
"La política es un concurso televisivo y él es quien presenta el mejor programa", explica Laurent Joffrin, director del diario Libération, para quien Sarkozy es "el presidente coronado de una sociedad política del espectáculo que se ha integrado perfectamente en la cultura contemporánea hecha de la exposición de lo íntimo, de lo privado, del lenguaje popular y de la competencia feroz".
El filósofo Alain Badiou, uno de los referentes más sólidos de la izquierda francesa en estos momentos, da en el clavo cuando en su ensayo ¿De qué Sarkozy es el nombre? dice estar convencido de que el presidente francés, "como todos los que creen que pueden sacar partido en cualquier circunstancia por la corrupción de sus adversarios y por el ruido y el alboroto que crean sus anuncios, teme infinitamente cualquier prueba real". De lo que Sarkozy tiene más miedo, añade, "es de que su propio miedo se haga visible".
Sorprende que nadie recuerde ahora que el renovador, el hombre que debe traer el gran cambio a Francia, fue ministro de Interior y de Economía y Finanzas, durante el último quinquenato de Chirac, dos carteras, precisamente, desde las que se gestionan las grandes áreas sobre las que la pasada primavera construyó su campaña electoral: los problemas de orden público y de inseguridad ciudadana y el desastroso estado del Tesoro público, el raquítico crecimiento económico y el deterioro del poder adquisitivo de los franceses. Ni como titular de Interior pudo impedir la revolución de las barriadas del otoño de 2005, ni como ministro de Economía consiguió reducir el paro.
Pero Sarkozy y su gente sabían que, por más que la cáscara del discurso político, incluso abollada, siga teñida de rojo, Francia la habita una sociedad mayoritariamente conservadora. Su proyecto combinaba dos señuelos clave: una inequívoca sensación de eficacia, que brillaba por su ausencia en su rival socialista Ségolène Royal, y una infinita comprensión para con los impulsos más oscuros y los sentimientos menos confesables de sus compatriotas, lo que iba a permitirle entrar a saco en la bolsa de votos de la extrema derecha.
En cuanto a contenido, su programa no tenía nada especialmente nuevo; algunas proclamas neoliberales -más intuidas que reales en un país tan estatalista como Francia- para agradar a los pequeños empresarios y a las clases medias más activas, y una larga lista de promesas de regeneracionismo, eficacia y voluntarismo. El resto se mantenía dentro del estricto modelo conservador francés con su porción de discurso proteccionista contra las políticas del Banco Central Europeo, y la fórmula mágica de "trabajar más para ganar más", una forma de acabar con la semana laboral de 35 horas implantada por los socialistas.
La cohesión de su equipo de campaña, la brillantez de sus asesores, entre los que destaca Henry Guaino, el autor de sus mejores discursos, le permitió tomar pronto ventaja sobre su rival socialista, integrar elementos de corte populista de probada eficacia -las referencias a José María Aznar y Silvio Berlusconi son esenciales- y seducir a todas las almas llenas de miedo ante el futuro, ante la emigración, ante lo diferente, las que han alimentado durante décadas el negocio de Jean-Marie Le Pen, ahora en bancarrota. Todos los análisis de los resultados de las elecciones presidenciales coinciden en señalar que el elemento determinante de la victoria de Nicolas Sarkozy fue el voto de la franja de edad superior a los 60 años. Ocho de cada diez votantes de este grupo eligieron al candidato conservador. Los socialistas lo saben y Royal lo reconoce abiertamente en su libro sobre la campaña.
Ya en el poder, el nuevo presidente confiaba en que el círculo virtuoso de la economía de la zona euro se mantendría al menos dos años. Así, en verano, hizo votar a la nueva Asamblea un recorte fiscal que pondría en circulación 15.000 millones de euros que se encargarían de reactivar el crecimiento. Tras un lustro sistemáticamente por debajo del 2%, conseguir medio punto más de PIB parecía suficiente.
La crisis financiera internacional ha echado por tierra estos planes. Francia crecerá en 2007 un 1,8%, y algo menos en 2008, que ante esta perspectiva se anuncia complicado. Sin fichas para apostar en la ruleta, a Sarkozy sólo le queda el ruido mediático. En marzo pasado aseguraba que en los primeros seis meses de su mandato realizaría el 80% de las reformas, pero no han llegado. ¿Qué soluciones tiene? ¿Es un liberal, un conservador o un socialdemócrata como los ministros que ha robado al Partido Socialista? Cuenta Yasmina Reza que en el avión de vuelta de un viaje a Madrid en marzo de 2006, Sarkozy colmaba de elogios al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y también al italiano Romano Prodi y al británico Tony Blair, por lo que le señaló:
-Es raro que seas amigo de todos estos tipos de izquierdas.
-Porque no son de izquierdas. Sólo en Francia la gente vive de izquierdas. -
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