Muerte a Lincoln
Un actor disparó contra Abraham Lincoln en el teatro Ford de Washington el Viernes Santo de 1865. 'La caza del asesino', de James L. Swanson (Paidós), reconstruye la conspiración, el magnicidio y la huida y muerte del criminal, un simpatizante de los sureños vencidos en la Guerra de Secesión
La noche del 11 de abril (de 1865), unos pocos miles de ciudadanos con antorchas, bandas de música y pancartas se reunieron en el camino semicircular que llevaba a la entrada de la Mansión del Ejecutivo (Casa Blanca). Esta vez, Lincoln estaba preparado. Había escrito un texto largo en palabras, corto en euforia y pensado para preparar a la gente para el esfuerzo de reconstrucción del país(...) "Nos reunimos esta noche no con tristeza, sino con alegría en nuestro corazón. La evacuación de Petersburg y Richmond, y la rendición del principal ejército insurgente nos dan esperanzas de una paz justa y rápida (...) Hay algunos que encuentran también poco satisfactorio que no se le dé el derecho al voto al hombre de color. Yo mismo preferiría que se concediera ahora a los muy inteligentes y a aquellos que han servido a nuestra causa como soldados".
La bala se alojó en el cerebro de Lincoln. El asesino saltó al escenario y gritó: "El Sur queda vengado"
Booth ya había visto antes cómo ahorcaban a un hombre. No, se prometió a sí mismo, él no podía acabar así
En esa multitud, en pie entre la masa que se agolpaba bajo la ventana de Lincoln, estaba John Wilkes Booth. Se volvió hacia su compañero, David Herold, para denunciar el discurso. "¡Esto implica darles la ciudadanía a los negros!", dijo. "Ahora sí que, por Dios, voy a acabar con él"(...). Booth tenía 26 años, una vanidad infinita, era gallito, emocionalmente exuberante, poseía talento bruto y mucho brío y era uno de los miembros estrella de
(una) famosa familia de teatro. Entre las pasiones de Booth se contaban vestir bien, las mujeres encantadoras y el romanticismo de las causas perdidas.
(...) No, explicó Booth a sus cómplices, no iban a raptar a Lincoln, a Johnson (vicepresidente de EE UU) y a Seward (secretario de Estado). ¿Cómo podía una banda esquelética de sólo cuatro conspiradores secuestrar a la vez a tres hombres en distintas partes de la ciudad? Pero Booth tenía los hombres necesarios para cumplir otra misión. "Booth propuso que matáramos al presidente", recordó Atzerodt [uno de los cómplices, más tarde arrestado]. Sería, dijo Booth, "lo más grande del mundo".
(...) La entrada de Abraham Lincoln en el teatro Ford a las 20.30 del 14 de abril de 1865 fue majestuosa en su simplicidad. Llegó sin séquito alguno, sin guardias armados y sin que se hiciera ningún anuncio al público. Antes de que el grupo del presidente llegara al palco, los actores, músicos y espectadores se dieron cuenta de que los Lincoln habían llegado. El público gritó y jaleó. Los actores interrumpieron la representación (...) En el momento supremo de la victoria jaleaban a su padre Abraham, al hombre que, tras un comienzo accidentado en el cargo, había aprendido a dirigir ejércitos, había crecido en visión de futuro y elocuencia, había acabado con la esclavitud.
(...) Era el momento. Booth se demoró en el vestíbulo, empapándose de la atmósfera y escuchando el diálogo de la obra. Todo iba según el horario previsto. No necesitaba apresurarse (...) Podía ver la puerta que se abría hacia el vestíbulo que llevaba directamente al palco del presidente. Lo que vio -o, más exactamente, lo que no vio- le sorprendió. No había ningún guarda en la puerta.
(...) Eran aproximadamente las 22.11. Booth se llevó las manos a los grandes y profundos bolsillos de su levita negra y sacó sus armas. En la derecha empuñó la Deringer del calibre 44 y un solo disparo; en la izquierda, el reluciente y afilado cuchillo Río Grande. Se aprestó a la acción. Pocas líneas después, (el actor) Harry Hawk estaría solo en el escenario y pronunciaría una línea que garantizaba unas carcajadas tan espectaculares entre el público que encubrirían cualquier tipo de ruido. Incluso, esperaba Booth, el disparo de una pistola.
Booth amartilló la Deringer con el pulgar hasta que oyó cómo chasqueaba en posición de disparo. Abrió la puerta y entró en el palco del presidente. Hawk empezó a recitar la última frase que Lincoln oiría, una cursi andanada de insultos que siempre encantaba al público.
Lincoln estaba tan cerca. Si hubiera querido, Booth podría haber estirado el brazo y darle un toquecito en el hombro con la boca del cañón de la Deringer. Nadie en el palco le había visto ni oído entrar. Booth empezó la representación que había ensayado en su cabeza una y otra vez esa tarde. Dio un paso hacia Lincoln, que estaba quieto, sin balancearse en la mecedora. Booth se centró en la parte de atrás de la cabeza del presidente. Levantó el brazo derecho a la altura del hombro y lo extendió hacia delante, apuntando la pistola a la cabeza de Lincoln. Ni siquiera necesitaba apuntar -apuntar sugiere cierta calidad de tirador-, pues estaba tan cerca del presidente que lo único que tenía que hacer era encarar la Deringer a su objetivo. El fabricante había dotado la pistola de un gatillo sensible, de modo que hasta que Booth no aumentara la presión de su dedo unos cuantos cientos de gramos, la Deringer no se dispararía. Apretó un poco más fuerte.
-... "vieja sabelotodo embaucahombres...".
Cuando la audiencia estalló en carcajadas, en ese instante, en el último momento posible antes de que se disparara la pistola, Abraham Lincoln apartó la cabeza de Booth, moviéndola hacia abajo y hacia la izquierda, como si tratata de evitar el disparo. La pólvora negra detonó y escupió la bala. James Ferguson (un espectador) vio a Lincoln moverse justo antes de que el resplandor del disparo iluminara momentáneamente el palco como si fuera un rayo en miniatura. El movimiento del presidente y el disparo fueron simultáneos. ¿Había fallado Booth?
(...) Si Booth hubiera fallado, Lincoln se podría haber levantado de su silla y enfrentado a su asesino. En ese momento, el presidente, acorralado, no sólo su vida en peligro, sino también la de Mary , habría sin duda presentado batalla. Si lo hubiera hecho, Booth se habría visto superado al enfrentarse no al amable padre Abraham, sino a la furia desbordada del balsero del Misisipi que fue, al campeón de lucha libre que años atrás humilló a los chicos de Clary's Grove en New Salem en un combate legendario, o incluso al viejo presidente de 56 años que todavía podía coger un hacha de leñador con la punta de sus dedos, levantarla, alzar el brazo hasta ponerlo paralelo al suelo y sostener así el hacha en el aire. Lincoln podría haber acabado con la vida del actor de 1,72 de altura y 68 kilos de peso, o haberlo lanzado por la balaustrada del palco, dejando a Booth caer más de tres metros y medio hasta impactar en el escenario.
Pero Lincoln no vio acercarse a Booth. La pistola, un arma cara y precisa, funcionó a la perfección. Aun así, Booth casi falló. Si el presidente se hubiera inclinado hacia delante un poco más, la bala habría pasado silbando sobre su cabeza. Pero impactó en la cabeza, en la parte inferior izquierda, un poco por debajo de la oreja. La materia húmeda del cerebro redujo la velocidad de la bala, absorbiendo lo bastante de su energía como para impedir que penetrara el cráneo en el otro extremo de la cabeza y saliera a través de la cara del presidente. La bala se alojó en el cerebro de Lincoln, tras su ojo derecho.
(...) El mayor Rathbone, un experimentado oficial del ejército familiarizado con el sonido de las armas, fue el primero en darse cuenta de que algo iba mal. (...) Se levantó de su asiento y avanzó en dirección al presidente. En ese instante vio en el palco a un hombre de mirada salvaje cuya cara destacaba fantasmagóricamente de su ropa, bigote y pelo negros. Como un demonio, Booth emergió de la neblina de la pólvora negra y se lanzó contra él. Simultáneamente, Rathbone se lanzó contra Booth, agarrándole por el abrigo. El asesino consiguió zafarse y, gritando una sola palabra: "¡Libertad!", levantó su brazo derecho tan alto como pudo. El gesto atrajo la mirada de Rathbone, que vio lo que Booth tenía en la mano: un cuchillo grande y reluciente, cuya amenazadora hoja apuntaba directamente al mayor. Iba a descargar un golpe en arco, muy teatral, haciendo pivotar el hombro para empujar con fuerza el puñal a través de las costillas de Rathbone y clavárselo en el corazón. El brazo de Booth ya había iniciado el movimiento cuando, en el último instante, Rathbone levantó el suyo para defenderse del ataque de Booth. El mayor gruñó de dolor. Su maniobra refleja, rápida como un rayo, le había salvado la vida, pero la hoja del asesino había atravesado la manga de su abrigo y se había hundido en la parte superior de su brazo. La herida era profunda y grande.
Booth no tenía tiempo que perder rematando a Rathbone. Si quería escapar del teatro, debía salir del palco inmediatamente. Se giró hacia la balaustrada y pasó una pierna al otro lado. A estas alturas, algunos miembros del público se habían dado cuenta de que algo pasaba en el palco. ¿Había un hombre encaramado al palco del presidente, preparándose para saltar al escenario? (...) El aterrizaje de Booth fue accidentado y, aunque se mantuvo en pie, se dio cuenta inmediatamente de que algo iba mal. Podía sentirlo en su pierna izquierda, cerca del tobillo, pero no podía hacer nada. Sabía que ésa sería su última actuación sobre un escenario en Estados Unidos y que por ella sería recordado eternamente. Todas las miradas estaban clavadas en él. Se quedó inmóvil, hizo una pausa para aumentar el efecto dramático y levantó en un gesto triunfante su daga ensangrentada. El resplandor de las luces de gas bailó sobe la brillante hoja ahora salpicada de rojo y le dio a Booth un aspecto todavía más salvaje. "Sic semper tyrannis" (Siempre así con los tiranos), atronó. Era el lema del Estado de Virginia. A continuación, Booth gritó: "El sur queda vengado".
(...) Booth huyó a bastidores por la derecha del escenario, blandiendo su daga salvajemente hacia todo -actor, director de orquesta o empleado- el que se cruzó en su camino. Entonces una voz gritó desde el palco del presidente: "¡Detengan a ese hombre!". (...) Booth había disparado a Lincoln, herido a Rathbone, luchado para salir del palco, saltado al escenario, declamado un grito de venganza desde el centro de la escena y desaparecido entre bastidores. En todo ese tiempo, nadie entre el público había movido un dedo. Era justo lo que había previsto Booth. Algunos estaban expectantes y entusiasmados -todavía creían que lo que habían visto formaba parte de la obra-. Otros, entre ellos los actores cerca del escenario y entre bastidores, estaban demasiado conmocionados como para detener o perseguir a Booth.
Poca gente reparó en él mientras huía por el centro de Washington. Galopó hasta la calle Undécima y giró a la derecha, yendo al sur en dirección del puente del Arsenal de la Armada, que llevaba a Maryland, ya fuera de Washington. Le poseía un único pensamiento. ¿Podría alcanzar ese puente y cruzar el brazo oriental del Potomac (hoy el Anacotia) antes de que sus perseguidores, o las noticias del magnicidio, le alcanzaran? (...) El mismo 16 de abril, el teniente general confederado R. S. Ewell envió una remarcable carta a Ulysses Grant (héroe militar de los unionistas), firmada por él y enviada en nombre de otros 16 generales confederados: ellos no habían matado a Lincoln, juró Ewell.
(...) Booth había decidido que era mejor morir que el que le llevaran de vuelta a Washington para juzgarlo. Había visto cómo ahorcaban a un hombre antes. No, se prometió a sí mismo, no podía acabar así. No habría entrevistas ni dramáticas declaraciones en la sala sobre su amado Sur, sobre el tirano de Lincoln, sobre sus sueños o sobre sus motivos. El asesino de Lincoln se convertiría en una estrella sin voz, a la que se podría ver, pero no escuchar (...) Booth se acercó al centro del granero, donde se quedó en pie en precario equilibrio, con la carabina en una mano, una pistola en la otra y la muleta bajo el brazo. Fuera del granero, los soldados de caballería apostados cerca de la puerta se prepararon para la acción. El sargento Corbett pasó el cañón de su pistola por la obertura entre los maderos de la pared y apuntó a Booth.
La caza del asesino, de James L. Swanson (editorial Paidós), se publica el 19 de febrero. 25 euros.
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