Fellini, el gran seductor
Fiammetta Profilli, secretaria del cineasta, le recuerda 50 años después de 'La dolce vita'
Coqueto, seductor, infiel y leal a la vez, indagador compulsivo, imaginativo y mentiroso, egoísta y generoso, enamorado del cine y de las mujeres, autoritario y fascinante. Así y de otras diez o doce formas distintas más recuerda Fiammetta Profilli a Federico Fellini. Lo conoció bien, porque fue asistente y secretaria (bilingüe) del genial director durante sus últimos 13 años de vida, entre 1980 y 1993. Fue un trabajo, pero sobre todo un placer, encontrado casi por destino. "Mi madre, estadounidense, había venido a Roma en busca de su novio, un diplomático italiano al que conoció cuando era cónsul en Los Ángeles, y para poder venir se alistó como secretaria de Mervin LeRoy para el rodaje de Quo Vadis".
"Giulietta (Masina) era una santa, porque él era muy generoso con todos, sobre todo con sus mujeres"
Para festejar los 50 años de La dolce vita, Profilli, que ahora trabaja en la televisión, cuenta algunos de sus recuerdos a EL PAÍS durante un encuentro en uno de los restaurantes favoritos de Fellini, situado no muy lejos de la casa donde vivía Marcello Mastroianni, al que Fiammetta considera el gran amigo de Fellini. "Hay que tener cuidado con eso porque Fellini era un gran seductor y un gran mentiroso, y hacía sentirse a cualquiera el centro del universo. Todos decían: 'Yo soy su mejor amigo, su escritor preferido, su gran amor'. Era un don suyo. Te miraba, te abrazaba como un pulpo y te convencía de que no había conocido en su vida una persona igual que tú. Pero Marcello era un amigo de verdad. A lo mejor pasaban meses sin verse, pero siempre era igual, como si acabaran de despedirse".
Profilli es justo como usted se imagina a la secretaria de Fellini. Lista, vivaz, menuda, con unos ojos listísimos y un cerebro muy veloz. "Giulietta (Masina) decía que era el hombre más guapo del mundo, y es verdad que era muy atractivo, alto y delgado, y tenía esa mirada impresionante que te traspasaba", dice. "Giulietta era una santa, porque él era muy generoso con todos, sobre todo con sus mujeres; siempre comía y cenaba fuera, le gustaba mucho invitar, y regalar, adoraba estar fuera de casa, y ella le hacía siempre la cena y él rara vez aparecía por Via Margutta. Siempre solía decir: '¡Cómo me gustaría vivir en un hotel'. Y ella se enfadaba, pero tampoco mucho. Los últimos años se enfadaba más él, porque no recibía una lira de las películas; siempre tuvo mala suerte con las empresas, y se indignaba con que no le pagaran por los derechos, decía que el Círculo del Cine se preocupaba de la guerra de Vietnam, pero no reclamaba sus derechos, y como ella controlaba las cuentas, a él eso le fastidiaba".
Los recuerdos se agolpan a toda velocidad; se ve que Profilli añora aquellos días. Sobre todo porque se divertía mucho. "Conocerle me cambió la vida completamente. Mi padre era un hombre muy autoritario, y con 20 años pasé de repente a estar todo el día con una figura como él, llena de fantasía, libertad, ligereza, sentido del humor, que cuando quería hacerte reír te hacía reír mucho. Era muy rápido y le tenías que seguir el ritmo".
Fellini y Profilli se conocieron casi por azar. Y fue un flechazo profesional. "Un día acompañé a Melton Davis, periodista de The New York Times, a hacerle una entrevista a Cinecittà, donde Fellini se instalaba para trabajar. Me pidió que tradujera la sinopsis de E la nave va; lo hice, y un día fuimos juntos en coche a Fregene. Yo iba muda, y eso le debió convencer para contratarme. Le gustaba mucho pensar en el coche, y yo conducía siempre, aunque él competía con Mastroianni comprándose cochazos. También le gustaba mucho ir en metro a Cinecittà para ver las caras de la gente. 'Es así como encuentro las caras fellinianas', decía. Si veía alguno que le interesaba, le paraba y le daba la dirección. Y cada vez que había rodaje, se formaban unas colas inmensas. 'Luego me dicen que por qué soy felliniano', se reía".
Para las caras y las personas Fellini tenía poderes. "Le decía a uno: 'Tú vas a ser jefe de tren'. Y el tipo decía: '¡Pues mi padre era revisor!'. Acertaba siempre. En Ginger y Fred decidió poner a uno que hablaba con los muertos. También su madre lo hacía. Tenía miles de fotos antiguas archivadas en cajones enormes, muchas de ellas catalogadas como tardone piaccenti (señoras de cierta edad y de buen ver). 'Llamad a esta', decía. 'Debe de estar muerta', le decíamos. '¡No puede ser!', se obstinaba, '¡llamadla!' Cuando venía, era una viejecita".
"Tenía gran curiosidad por las mujeres. Lo quería saber todo de todas. Una de sus grandes pasiones eran las echadoras de cartas. Iba a todas, estuvieran donde estuvieran. Luego salía y hacía justo lo contrario de lo que le decían. Siempre contaba que su vida cambió cuando conoció a Gustavo Rol, que tenía grandes dotes. Iba a menudo a Turín a verle con Dino Buzzati y hacían teletransportación de materia. Rol, durante la guerra, liberó a muchos prisioneros haciendo trucos a los nazis. Fellini decía: 'Todos esperamos que la vida no sea solo esto, yo desde que conocí a Rol tengo la certeza de que hay otras dimensiones'. No hizo la película El viaje de Mastorna porque Rol pensaba que si la hacía iba a morirse. Recibió un mensaje paranormal".
Trabajando era justo lo contrario, un científico, cuenta Profilli. "Siempre decía que el cineasta es como un científico. Que dirigir requería una gran precisión y que el rodaje era como Cabo Cañaveral. En el estudio era muy autoritario, se transformaba, sabía muy bien lo que quería. Y si Giulietta no se lo daba a la primera, se enfadaba. Con Mastroianni tenía una extraordinaria complicidad, se entendían al vuelo aunque hubieran estado cinco años sin verse".
"En el estudio gritaba mucho, sin darse cuenta. Hacía llorar a algunos y se extrañaba mucho. Llora porque le has dicho tal y tal. No se acordaba. Era el gran mentiroso. Decir mentiras era natural en él. Reconstruía la verdad. Si le decías que gritaba, te decía que estábamos todos locos".
"Odiaba el fútbol porque le horrorizaban las masas. Y no le gustaba la vida fuera de los rodajes. Era un caterpillar, si tenía 39 de fiebre y había rodaje, se curaba. En los últimos años ya no quería ni escribir el resumen del guión. Esperaba que los productores confiaran en que iba a ser un filme de Fellini, pero ellos no razonaban así. Esa guerra le estimulaba mucho, pedía siempre el anticipo para comprometerse y no poder echarse atrás".
"Decía que la religión católica le había sido útil porque le había llevado hacia la rebelión, a las ganas de huir, a la fantasía. Una vez me dijo: 'Yo creo en todo, incluso en el infierno'. Era muy divertido, un gran bromista. Un día, en plaza de España, estábamos hablando con el diseñador Tirelli, vinieron unos estudiantes a pedir un autógrafo y les dijo: 'El señor Fellini es éste', y salió corriendo".
"Fellini nunca pudo ser fiel a Giulietta, con la que estuvo casado hasta su muerte durante 50 años. No podía evitarlo, tenía demasiado interés por las mujeres, se apasionaba, las invitaba a contarle su vida. Ella sabía quién era y lo entendía. La escena del harén de la película 8 y medio reflejaba su esencia. Decía que la cultura musulmana era la única que había comprendido al hombre. Tuvo historias largas; incluso con Sandra Milo duró 17 años, con altos y bajos. Y fue así hasta que se murió".
Quedan muchas historias en el tintero. Anita Ekberg, por ejemplo, a la que quiso mucho, y que vive todavía a las afueras de Roma, rodeada de perros y con la pensión vitalicia que le dejó el avvocato Agnelli. Mientras Fiammetta Profilli posa para las fotos, los clientes del restaurante miran asombrados. Seguramente no conocen a esta mujer que compartió 13 años de vida con un tipo único e irrepetible, al que seguramente tampoco conocen ya.
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