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Reportaje:ESCÁNDALO EN LA CÁRCEL

Desenfreno en la celda

El escándalo sexual entre funcionarios y presas de Alcalá-Meco sacude los cimientos de la prisión

Juan Diego Quesada

El funcionario se palpó el bolsillo de la camisa y comprobó que no le quedaba tabaco. Salió de la celda y a medida que cruzaba el módulo dejaba su olor a colonia varonil hasta llegar al economato. El Trajes, como le llamaban al carcelero por su afán de parecer elegante, compró unos pitillos y regresó al chabolo. Allí sonaba la música a todo trapo: le esperaban dos reclusas, con las que compartió después bailes y alcohol. La fiesta duró hasta altas horas de la madrugada. Era el 4 de abril y a la mañana siguiente, a la hora del desayuno, otras presas aparecieron con ojeras. El chirriar de los muelles y los jadeos no habían dejado dormir a las reclusas de las celdas próximas.

El ambiente era relajado en Madrid I, la cárcel para mujeres de Alcalá-Meco (Madrid). El penal está anclado en un inhóspito paraje, pero una vez en el interior, nada más atravesar un control, aparecen amplios espacios abiertos, árboles y zonas verdes. Hasta hace una semana no era raro ver a funcionarios de prisiones hablando por el móvil en mitad de los módulos, o a otros entrando en la cocina para picotear entre las cacerolas. Había algunos que a la hora de comer se iban a casa, con siesta incluida. Las fechas señaladas se celebraban con vino. Todo parece indicar que la situación se les fue de las manos a los responsables del centro de reclusión.

La dejadez se apoderó de la cárcel. De la alacena desaparecían latas de atún, mejillones, papel...
Algunos funcionarios veían de noche a sus 'preferidas' no sólo en celdas, sino también en la zona de seguridad

Es duro decir eso de un penal que siempre había sido modélico. Aquí se decía a las presas, nada más entrar, que tenían dos opciones, "ir de frente o hacer curvas". De ellas dependía no malgastar el tiempo de encierro y emplearlo en estudiar, hacer cursos y estar en paz. Se les daba libertad. Podían andar con tranquilidad por el patio y los módulos. Existe en el centro una tradición de funcionarios, sacerdotes y desinteresados que han luchado por la dignidad de las presas. Eso no se lo puede quitar nadie a Madrid I. Sigue funcionando en esta prisión el Teatro Yeses, una compañía nacida en la antigua cárcel de Yeserías, hace 24 años, de la mano de la funcionaria Elena Cánovas. Fue una revolución. Convirtió a mujeres sin ningún futuro en actrices capaces de representar las obras más sofisticadas. Son historia.

La gran mayoría de las 621 internas no tienen delitos de sangre, sino que han sido pilladas con droga o se han visto envueltas en delitos de estafa. Esto no es Madrid II, la cárcel de al lado, donde están hacinados 905 hombres y a veces es necesario que vigiles tus espaldas.

Esto es otra cosa. "El ambiente era muy relajado, quizá demasiado", dice una funcionaria a la puerta del penal, en una mañana horrorosa en la que hay que soportar 30 grados bajo el sol sin una sombra en kilómetros a la redonda. Tan relajada estaba la cosa que para algunos el trabajo se tornó en fiesta. Esa dejadez le ha costado el cargo a parte de la cúpula directiva del centro (el director, el subdirector de seguridad y el administrador) y ha desatado un escándalo de sexo a cambio de favores entre guardianes y reclusos que aún se está investigando. Lo destapó el periódico 20 minutos y en él podrían estar implicados una docena de trabajadores.

Lo que es seguro es que El Trajes, un hombre de 55 años que no suele llevar la corbata reglamentaria -usa otras de color amarillo chillón-, entró en una celda de madrugada. Algo totalmente prohibido. Estuvo esa noche con dos presas, le dio tiempo a que se le acabara el tabaco, visitó el economato, después regresó y perturbó el sueño de las demás reclusas. Risas y gemidos. Ningún compañero le impidió llegar hasta la celda a El Trajes, que esa noche no pintaba nada allí. La juerga que se corrieron fue la comidilla al día siguiente en el desayuno y después en el patio. El caso ha alarmado a todos, incluidos a los familiares de las presas. Pero sobre todo a novios como este que aparece en el aparcamiento con la camisa abierta por el bochorno y con la música de Manzanita a toda pastilla, dispuesto a pasar media hora en el vis a vis. "Me pensaba que estaban muy jodidas ahí y ahora leo esto y me pongo de los nervios. Ella me jura que no ha hecho nada, que sabía que había sexo dentro, pero que ella no tiene nada que ver...".

La dejadez se apoderó, en general, de la prisión. Fueron desapareciendo de la alacena latas de atún, mejillones, papel higiénico... Con la excusa de llevarse comida para el perro, algunos se llevaban tupperwares llenos. Los amigos de las internas chocaban de lleno con un grupo de trabajadoras conocido como Las Talibanas, un sector duro de funcionarias que achacan todos los males del penal a la unificación de escalas, lo que dio entrada a las plantillas mixtas: a partir de 2009 también hay funcionarios hombres en las prisiones para mujeres. Las Talibanas gustan poco de relacionarse con las internas, son más bien amantes del orden y la disciplina. La guerra entre estas dos facciones de funcionarios es uno de los motivos por los que el escándalo ha traspasado los muros de la cárcel.

El asunto se ha llevado por delante a José Luis Cuenca, director de la prisión durante cuatro años. Alega que recibió información contradictoria sobre la juerga de Nochevieja, de ahí que no suspendiese al trabajador, y que no se puede probar nada sobre el descontrol sexual del penal. "Son cuentos calenturientos", explica al otro lado del teléfono, y dice sentirse víctima de una caza de brujas. Desde Instituciones Penitenciarias le achacan indolencia y haber dejado el centro a su libre albedrío. Antiguas reclusas, compañeras de las presas implicadas, no se muestran para nada sorprendidas con los capítulos sexuales, aunque aseguran que no son abusos. Porque ahí dentro "también hay necesidades". "Es una cosa de hombres y mujeres. ¿Tanto te sorprende?".

Las correrías de El Trajes no son las únicas que se están investigando. Otro funcionario conocido como El Troncales, un delegado sindical de 48 años y destacado miembro de la Junta de Personal, abandonó su puesto de trabajo la mañana del 31 de diciembre para ir al supermercado en busca de alcohol. Una compañera que denunció el asunto asegura que lo vio compartiendo después vino y vermú con dos presas y otras funcionarias en la cocina. Las llaves de las celdas estaban sobre la mesa. La mujer fue a quejarse al jefe de servicio, pero añade en su informe que éste le respondió con desdén. "Está mal eso de dar alcohol a las presas... como mucho bombones y mucho amor".

Lo que revelan estos dos casos era lo que según los propios funcionarios venía ocurriendo desde hace tiempo. Había cuatro o cinco trabajadores que tenían a sus "preferidas", con las que compartían noches de pasión, no ya sólo en la celda, sino también en la zona de seguridad. ¿A cambio de algo? Las primeras investigaciones apuntan que recibían drogas y teléfonos móviles, bienes muy preciados en una cárcel. Si así fuese, el caso se pondría en manos de la Fiscalía.

Nadie puso freno a las juergas. Nadie impidió que El Trajesllegase con ganas de marcha a una de las celdas. Desde hace una semana, un inspector se pasea por el penal vigilando a los funcionarios. Orden y disciplina. Las Talibanas han impuesto su ley.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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