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Reportaje:Primer plano

El modelo liberal atropella a Irlanda

El rescate europeo y el plan de austeridad marcarán el futuro de la economía celta

Claudi Pérez

Lo datos dicen cosas. Pero no las explican.

La deuda externa irlandesa (endeudamiento público pero sobre todo privado en manos de extranjeros) es el equivalente a 10 veces la riqueza que producen los irlandeses en un año: 10 veces el PIB. Eso, poco más o menos, es lo que sucede cuando un país pequeño deja campar a sus anchas a los bancos.

Irlanda era uno de los países más pobres de Europa a mediados de los años ochenta. Hoy, el primer ministro gana 228.000 euros, casi tres veces más que el presidente español; un maestro de primaria gana unos 3.000 euros al mes. Y la renta per cápita, en un país sin apenas industria propia, es mayor que la de Alemania. Eso, casi siempre, es lo que sucede cuando una economía entera -sus capitanes de empresa, sus políticos, sus gentes- cabalga a lomos de una enorme burbuja durante años.

El primer ministro gana 228.000 euros, tres veces más que Rodríguez Zapatero
Casi la mitad de los irlandeses no paga impuesto sobre la renta
Con el euro el dinero empezó a fluir a raudales y se hinchó la gran burbuja
Ahora, tras su rescate, reducirá cada gasto del Estado del bienestar
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Casi la mitad de los irlandeses no paga el impuesto sobre la renta. Las empresas pagan menos impuestos que en ningún otro lugar de Europa; la presión fiscal irlandesa es de las más bajas del continente, tras años de sucesivas rebajas. Y eso, en definitiva, es lo que sucede en un país que ha hecho bandera de una fórmula basada en los impuestos bajos, y en general en la liberalización de los mercados, la desregulación de la economía y sobre todo del sistema financiero, la privatización de los bienes del Estado y el mínimo de gasto público posible.

Irlanda, hasta hace poco ejemplo del capitalismo liberal de raíz anglosajona, es hoy un juguete roto. Ha tenido que pedir ayuda a la eurozona para pagar la factura de una implosión financiera sin precedentes. Su Gobierno se tambalea, pero antes de irse ha aprobado un plan de austeridad cruel, con un fuerte recorte del gasto público y una subida de impuestos que da carpetazo a ese modelo basado en la baja fiscalidad. Y todo para pagar los errores de sus bancos y de su Gobierno, que en lo peor de la crisis financiera garantizó los depósitos y las deudas del sistema financiero.

Hay cientos de economistas en Irlanda, e incluso un puñado de muy buenos economistas, pero nadie -nadie- explica la crisis, sus causas y consecuencias como John Banville, uno de los más grandes escritores de esta pequeña isla plagada de grandes escritores. "En mis momentos más optimistas creo que vamos a aceptar que se nos ha humillado, y sobre todo el hecho de que nos lo merecemos. Sospecho que nunca creímos que éramos ricos, pero los irlandeses decidimos pasar un buen rato mientras duró esa ilusión de la edad de oro". "Pero cuando soy pesimista -es decir, realista- creo que vamos a coger el dinero que nos ofrece Europa y vamos a tratar de seguir como siempre, mintiéndonos a nosotros mismos y al mundo. Vienen años difíciles en los que Irlanda deberá manejar no solo los enormes daños sobre la economía, sino la percepción de los irlandeses sobre sí mismos", asegura desde su despacho en Dublín. Las palabras de Banville condensan el relato absolutamente sorprendente, lleno de interés y de drama humano que supone la ascensión y posterior caída de la economía irlandesa, que recorre los últimos 20 años y que desemboca en la constatación de que los irlandeses "están y van a estar más y más furiosos", cierra otro escritor enorme, Colm Tóibín. -

- La edad de oro. A mediados de los ochenta, Irlanda era un país pobre y sin apenas tejido empresarial en plena crisis, con una altísima y creciente deuda pública para pagar un generoso Estado asistencial, e inflación y elevados tipos de interés que no hacían más que complicar las cosas. Pero de ese desastre surgió el Tigre Celta, una fórmula que a grandes rasgos consistió en recortar el gasto público para eliminar el déficit, convencer a los sindicatos para mantener los salarios bajos durante años, rebajar la inflación y los tipos de interés y atraer multinacionales con una combinación de bajos impuestos, bajos costes y un buen nivel educativo. La economía reaccionó de una forma vibrante. La tasa media de crecimiento superó el 6% entre 1990 y 2007. "El problema es que más o menos a mitad de ese ciclo las cosas se torcieron. Y llegaron los problemas que suelen tener los nuevos ricos: a una fase de crecimiento saludable, basado en la competitividad y en las exportaciones, le siguió una burbuja sensacional", sostiene Constantin Gurdgiev, del Trinity College.

- Burbujas del Atlántico Norte. Hay una ocurrencia intraducible que corre por Dublín desde hace tiempo. "¿Cuál es la diferencia entre Irlanda e Islandia? Una letra [por sus nombres en inglés: Ireland e Iceland] y unos cuantos meses". En muchos aspectos, Islandia se anticipó a lo que ocurrió después en Irlanda, y tal vez a lo que pueda ocurrir en otros lugares. Por las aventuras demenciales en las que se metieron sus bancos. Y también sus gentes: hay varias burbujas inmobiliarias en el Atlántico Norte, pero Irlanda e Islandia figuran por derecho propio en un grupo en el que destacan también países como España, Estados Unidos y Reino Unido.

Con la llegada del euro, los bajos tipos de interés y el crecimiento irlandés, el dinero empezó a fluir a raudales y se fue hinchando una burbuja inmobiliaria y crediticia impresionante: el ladrillo llegó a suponer una quinta parte del empleo y más del 15% del PIB. Los ingresos fiscales procedentes de la vivienda permitieron al Estado rebajar otras figuras impositivas y pagar elevados sueldos en el sector público. Los irlandeses empezaron a levantar viviendas unifamiliares y pisos en los lugares más insospechados. A comprar incluso en Bulgaria, en la Costa del Sol, en el sur de Francia y en el centro de Londres. Los bancos tenían el gatillo fácil: daban créditos por el 120% del valor de la vivienda, casi animaban el boom con todo tipo de ofertas. Los años noventa fueron los del Tigre Celta, pero con el nuevo siglo el tigre fue acumulando grasa. Además, había todo tipo de relaciones sospechosas entre banqueros, políticos y constructores, y una increíble falta de regulación y supervisión, una versión detestable del capitalismo de amiguetes. "Ese tipo de cosas que nadie quiere ver cuando todo va bien, y que ahora parecen tan obvias", señala Philip Lane, destacado economista del Trinity College.

- Petardazo y humillación. Hay una ley de la gravitación universal que vale también para la economía: todo lo que sube, baja; las burbujas terminan por pinchar. Los precios subieron durante años y los irlandeses creyeron que nunca cederían. Pero lo que pasó es más que conocido: llegó la crisis financiera internacional y las burbujas inmobiliarias del Atlántico Norte explotaron una tras otra. En Irlanda, los precios han caído el 36%, aunque en algunas zonas los expertos aseguran que el retroceso supera el 50%. La crisis de la construcción detonó una recesión severa y la sospecha de que Irlanda tendría muy difícil el pago de sus deudas. El ladrillo arrastró en su caída al resto de la economía y al sector financiero, metido hasta el cuello en la burbuja. En el momento más duro de la crisis, tras la quiebra de Lehman Brothers, parecía que los mercados iban a llevarse por delante a la banca: entonces el Gobierno aseguró los depósitos e incluso la deuda de todas las entidades.

El Ejecutivo creó un banco malo para meter ahí los activos tóxicos de sus bancos, a la manera en que Suecia solucionó su crisis hace unos años. No funcionó. La crisis golpeaba ya en todo el mundo, y Grecia complicó después las cosas en Europa. Irlanda trató de responder al agujero en sus finanzas públicas: un primer tijeretazo al gasto público de forma rápida y transparente. Pura ortodoxia liberal en el plano fiscal, y paletadas de dinero público para la banca por el lado financiero. Con la banca no valen ortodoxias. Ni siquera en los países más modélicos.

Para Paul De Grauwe, tanto la defensa de sus bancos como esa austeridad son los dos fallos garrafales que han abocado al abismo a Irlanda. Las deudas de sus bancos han acabado convirtiéndose en endeudamiento público en un momento en el que el mercado no tolera dudas sobre la posición fiscal. "Por el lado de la austeridad, Irlanda es un caso de libro que ilustra que es un error tratar de corregir un déficit público enorme durante una recesión: todo lo que se consigue es un círculo vicioso. Los mercados y la UE empujaron con demasiada rapidez a Irlanda a introducir su primer plan de austeridad. El mismo error, por cierto, que se cometió en los años treinta del siglo pasado. Evidentemente, el plan no funcionó y llevó a la economía irlandesa a una espiral negativa de la que es muy complicado salir. Más aún con una segunda dosis de austeridad", dice De Grauwe.

Ese segundo plan es el que ha aprobado esta semana su Ejecutivo, tras pedir a la eurozona ayuda por importe de 85.000 millones de euros. A cambio, Irlanda eliminará 25.000 empleos en el sector público, recortará los sueldos de los funcionarios y el salario mínimo, reducirá las pensiones y todas y cada una de las partidas del gasto que dan sentido a esa expresión tan europea de Estado del bienestar. Y a la vez acabará de un plumazo con el modelo de desregulación bancaria y bajos impuestos: habrá menos bancos, más pequeños, puede que en manos de entidades extranjeras y supervisados muy de cerca. Los ciudadanos pagarán la factura con subidas en prácticamente todos los impuestos. Aunque Irlanda quiere mantener alguna de sus señas de identidad: mantiene intacto el Impuesto de Sociedades, que ha atraído a un millar de multinacionales en los 10 últimos años. "Subir ese impuesto hubiera significado una huida de empresas y una recesión aún más profunda", explica Austin Hughes, economista jefe del banco KBC. Aunque la última palabra está en manos de la eurozona, que debe aprobar el plan de ajuste para dar luz verde al rescate europeo.

- Quebrar o no quebrar. Los economistas consultados abogan por permitir una reestructuración de la deuda (esto es, que los bancos dejen de pagar parte de lo que deben) como la única fórmula para que Irlanda salga del pozo. "Lo único que consigue esta segunda ronda de austeridad es una recesión más dura, y eso ampliará el agujero en los bancos y hará que en los mercados nadie quiera financiar nada de lo que huela a Irlanda. Lo único que puede funcionar ahora es reestructurar la deuda", afirma el economista Kevin O'Rourke.

Lo más probable es una recesión profunda, problemas durante meses, un duro y largo invierno del descontento, tal vez la citada reestructuración. "En los viejos tiempos, una crisis como esta se hubiera resuelto con una guerra mundial", advierte Banville. Esta vez no lo parece, a pesar de Corea del Norte, aunque los sacrificios que el Gobierno pide a los irlandeses para salvar a los bancos son dignos de tiempos de posguerra. "Desde luego, viene una época interesante, aunque de un interés extraño. ¿Un nuevo comienzo?", se pregunta el escritor.

REUTERS

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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