Empobrecer al vecino
La "guerra de las divisas", según la acuñación que hiciera el ministro de finanzas de Brasil, es un serio obstáculo a la cooperación internacional en la gestión de la crisis que puede retrasar la recuperación. La última reunión de los ministros de finanzas del G-20, celebrada hace dos semanas, no ha eliminado los temores a que esas prácticas alimenten tentaciones proteccionistas. Ese encuentro ha ofrecido una paradoja: la constituida por la propuesta del secretario del Tesoro estadounidense, Tim Geithner, de establecer un límite a los saldos de las balanzas de pagos por cuenta corriente, no muy distinta de la que propusiera Keynes hace 66 años, en la conferencia de Bretton Woods, sin éxito dada la oposición del Gobierno de Estados Unidos.
La actual guerra cambiaria hunde sus raíces en una larga controversia entre los Gobiernos de Estados Unidos y China sobre la influencia del tipo de cambio del yuan en la competitividad de las exportaciones chinas. En el contexto de un régimen de flotación limitada, la frecuencia y magnitud de las intervenciones vendedoras de moneda local que llevan a cabo las autoridades chinas, con el fin de evitar una excesiva apreciación de su moneda, son, según el Gobierno estadounidense, un impedimento fundamental para corregir el déficit comercial bilateral que Estados Unidos mantiene desde hace años con China. Es el principal obstáculo a la reducción de esos "desequilibrios globales" identificados como uno de los desencadenantes de la actual crisis financiera.
Las autoridades chinas, por su parte, consideran que el tono extraordinariamente expansivo de las políticas de demanda estadounidenses, en especial la monetaria y, de forma más explícita, las derivadas de la reciente inundación de dólares consecuentes con las decisiones de relajación cuantitativa (quantitative easing), están originando desajustes serios en los flujos internacionales de capital que justifican esas intervenciones en los mercados de divisas.
Ese contencioso incorpora ahora nuevos agravios y nuevos actores. El Gobierno japonés denuncia a las autoridades chinas por las compras de deuda pública japonesa con la consiguiente apreciación del tipo de cambio del yen. Ello justificaría las intervenciones del Banco de Japón en los mercados de divisas con el fin de compensar esa erosión competitiva.
Tampoco ha ocultado el banco central suizo sus intervenciones en la misma dirección. Menos anunciadas, pero igualmente frecuentes en los últimos dos meses, han sido las de otros bancos centrales. Los Gobiernos de algunas economías emergentes (Tailandia, Corea del Sur, Indonesia o Brasil) han introducido tasas disuasorias de las entradas de capitales extranjeros, mayoritariamente provenientes de aquellas economías avanzadas con las políticas monetarias laxas; se trata de flujos a la búsqueda de mayor rentabilidad que la ofrecida en sus países de origen, incluida la aportada por la apreciación de las monedas de destino. La única región pasiva en esta guerra es Europa: sus empresas sufren las consecuencias de un euro apreciado.
Fue la profesora de la Universidad de Cambridge Joan Robinson, distinguida discípula de John Maynard Keynes, la que trasladó a la economía la expresión "políticas de empobrecimiento del vecino". Lo hizo en un clásico artículo ('Beggar-my-neighbour-remedies for unemployment' incorporado a su libro Essays in the Theory of Unemployment (Macmillan, 1937) para referirse a las decisiones de los Gobiernos que procuraban superar los problemas propios a expensas de otros países. Se empezó con devaluaciones competitivas y se terminó introduciendo otras restricciones al libre comercio que enrarecieron el clima de esos años treinta en los que se abonó el terreno a la emergencia de la Segunda Guerra Mundial.
Frente a riesgos tales, solo cabe el fortalecimiento de la cooperación, de la gobernación global. La propuesta de Estados Unidos en esa reunión de los ministros de finanzas del G-20 es un avance en la coordinación de las políticas económicas. La limitación de los déficits por cuenta corriente reduciría un factor de inestabilidad financiera latente desde hace años. Que ya lo intuyera Keynes en 1944, o que, en efecto, constituya una limitación a la soberanía de los Gobiernos, no es razón para descartarla.
Se trata de una propuesta más adecuada a las circunstancias actuales que las dirigidas a reeditar un acuerdo similar al que en 1985 (Acuerdos del Plaza) facilitó la transición a unos tipos de cambio más acordes con la realidad. Los suscriptores fueron las cinco economías entonces más importantes (el G-5: los deficitarios Estados Unidos y Reino Unido, y los que exhibían un superávit en la cuenta corriente, Alemania, Japón y Francia), y el convocante de la reunión en el hotel Plaza de Nueva York fue el presidente Reagan. Pretendía concertar la depreciación del tipo de cambio del dólar frente al yen y el marco alemán; justo lo que la política monetaria estadounidense está consiguiendo ahora. La otra gran diferencia es la erosión que ha sufrido la hegemonía estadounidense en la economía y las finanzas internacionales.
Limitación de los desequilibrios exteriores y juego limpio en el funcionamiento de los mercados de divisas son vías complementarias en las que se debería basar la cooperación internacional. Claro que hay otros asuntos que podrían abordarse en la cumbre del G-20 en Seúl, pero ninguno es tan urgente como neutralizar las tentaciones de empobrecer a los vecinos.
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