'Me gusta salir al mundo. Busco paisaje emocional'
Un par de chavales negros que acaban de salir del instituto, una cuadrilla de obreros, varias niñeras que empujan carritos, una distinguida pareja de ancianos y un escritor comparten la concurrida esquina de la avenida de Lexington con la calle 86 una fría tarde de finales de invierno. Es fácil identificar a Colum McCann (Dublín, 1965) entre la gente. A pesar de los palmos de nieve que cubren las aceras, él hace alarde de su sangre irlandesa con una fina chaqueta y escueta gorra. El frío no le intimida. El caos de la metrópoli tampoco. Está en la masa de su novela Que el vasto mundo siga girando, una historia coral situada en el Nueva York de los setenta, galardonada con el National Book Award 2009. En ella se entrecruzan las vidas de una decena de personajes, desde una prostituta del Bronx, que a sus 38 años ya es abuela, hasta una millonaria de Park Avenue, madre de un joven soldado muerto en Vietnam, pasando por un joven sacerdote irlandés seguidor de la Teología de la Liberación o un hacker. "No me intereso mucho a mí mismo", explica ya sentado en un pub irlandés donde una docena de polacos apuran las cervezas y juegan al billar. "Me gusta salir al mundo, casi como si fuera periodista. Busco paisaje emocional".
"Una mentira repetida el suficiente número de veces se vuelve verdad"
"En ese momento los escritores de ficción dan un paso al frente y dicen: 'Deme a mí los datos"
Cuando escribió El bailarín, una novela inspirada en Nureyev, vivió en San Petersburgo; con Zoli, llegó hasta los campamentos gitanos de Centroeuropa. Ahora lleva más de un año inmerso en otro tipo de viaje, el de la promoción de su novela sobre Nueva York, que le ha llevado desde Berlín a Pekín, previo paso por decenas de ciudades estadounidenses. No muestra signos de extenuación. "Hay escritores que se quejan de este tipo de cosas, pero eso son chorradas. Si no quieren hacerlo que no lo hagan", zanja. Antes de lograr el éxito internacional con este libro, McCann pasó tres años y medio trabajando en él y varios más con la idea en la cabeza. Fue de ronda con la policía al South Bronx. Repasó informes y noticias. Peinó las calles. "Nunca llevo cuaderno, al llegar a casa escribo mis notas y nunca más las vuelvo a mirar", dice. "Lo que quiero es coger el tono, las contradicciones, la textura. Se trata de alcanzar un toque personal". McCann se detiene, mira alrededor, y se disculpa como buen irlandés porque el pub no es muy bueno, pero, sí, reconoce, es menos impersonal que las cadenas de cafeterías contiguas. El escritor, autor de cinco novelas y tres colecciones de cuentos, continúa: "La ficción contiene esta contradicción de que las historias son totalmente sobre ti y a la vez no lo son. Escribes para aprender sobre un tema que te interesa y luego descubres lo que realmente querías contar".
Que el vasto mundo siga girando arranca la calurosa mañana de agosto de 1974 en que el funámbulo francés Philippe Petit se paseó entre las Torres Gemelas. Se calcula que cerca de 100.00 personas miraban absortas desde la calle y las oficinas colindantes. Con esta hazaña -que inspiró el documental Man on wire- se abren las más de 400 páginas de esta novela. El paseo por las nubes tensa la acción centrífuga que se dispara en todas las direcciones. Sin embargo, fue la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 lo que puso a McCann a pensar en primer lugar. "Petit logró fundir lo real y lo imaginario. Muchos novelistas hoy en día trabajan en la intersección de estos dos mundos, gente como Ian McEwan o Michael Cunningham". ¿Se refiere a una tendencia? "Es una reacción a lo que ha ocurrido estos años con la apropiación de los datos. La información se ha vuelto muy mercenaria, es fácilmente manipulable". Para ilustrar su punto, recuerda la comparecencia de Colin Powell en la ONU, y cómo se contaron falsedades que se presentaron como verdades absolutas. "Una mentira repetida el suficiente número de veces se vuelve verdad", apunta. "En ese momento los escritores de ficción dan un paso al frente y dicen: 'Deme a mí los datos'. Probablemente no sea su intención declarada, pero todo esto está en el aire, en el agua, en la cerveza". McCann posa el botellín y se pone la gorra. Hoy celebra su última lectura pública en Nueva York.
Su esposa, Allison, le espera en la boca de metro. McCann encuentra el lugar exacto en el rellano de la escalera donde poder atisbar si el tren que discurre por la vía exprés llega antes que el local. Un ejercicio netamente neoyorquino, en el que le acompañan media docena de pasajeros. High o low, arriba o abajo, como los vagones del subterráneo, las historias de su novela discurren por vías paralelas y confluyen en puntos neurálgicos. Una crisis de fe, el Gobierno de Lyndon Johnson y Vietnam, forman parte del abismo, del alambre sobre el que los personajes caminan. Las historias de su libro recorren desde un lujoso apartamento de Park Avenue hasta un edificio desolado por el caballo en el Bronx. Que el vasto mundo siga girando serpentea por el salvaje Nueva York de los setenta y a golpe de azar entrecruza las vidas de su coro de protagonistas. Uno de ellos es Corrigan, un joven e idealista sacerdote irlandés. "Me inspiré en un monje que es primo de mi mujer. Durante años trabajó en el Bowery. Hay gente así de decente. Es complicado escribir sobre ellos".
McCann sólo contempló el sacerdocio como posible vocación durante aproximadamente 45 minutos, tras reponer un robo adolescente en una tienda junto a un amigo -operación que resultó ser bastante más complicada que el robo en sí-. Hijo de un futbolista, llegó a Nueva York a finales de los ochenta y mantiene intacto su deje irlandés. "El primer año la odié", confiesa. Había cruzado Estados Unidos en bicicleta y pasado varios años en Tejas estudiando y trabajando en un centro de delincuentes juveniles. La Gran Manzana iba demasiado deprisa. A pesar de todo siempre sintió que la ciudad permitía a uno sentirse neoyorquino a las dos horas de haber pisado sus aceras. "Es la ciudad de todas partes y de ningún sitio", asegura.
En Brooklyn, en el espacio de la editorial-librería Powerhouse Books, todo está dispuesto para que arranque su lectura esta fría tarde. Más de doscientas personas ocupan el anfiteatro y unos bancos de iglesia, prestados para la ocasión. Una bola de discoteca pende del techo. Colum McCann se presenta como un escritor muy poco fashion por no vivir en Brooklyn. "Resulta embarazoso reconocerlo, pero vivo en el Upper East Side", dice provocando la risa del público. El primer extracto que lee es sobre Corrigan; el segundo, sobre Claire, la potentada mujer de un juez cuyo hijo ha muerto en el frente; cierra con Tillie, la prostituta cuya voz tardó seis meses en encontrar. Llega el turno de preguntas. ¿Cuál es su día perfecto de trabajo? "De cinco a siete, dos horas de duermevela, de nueve a una trabajo, luego una carrera por el parque y la tarde dedicada a otros encargos". "El día perfecto no existe", concluye. McCann aclara que no va a desvelar ningún secreto y cita a Doctorow para explicar que la escritura es cómo conducir en la niebla. Uno se mueve sin saber adónde va. "Las piezas de repente encajan y entonces te preguntas: ¿por qué demonios ha sido tan complicado llegar a esto?".
Que el vasto mundo siga girando. Colum McCann. Traducción de Jordi Fibla. RBA. Barcelona, 2010. 480 páginas. 21 euros. Que el món no pari de rodar. Traducción de Anna Turro. La Magrana. Barcelona, 2010. 464 páginas. 21 euros. www.colummccann.com.
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