El cisne malherido
Si Los días contados, publicada en 1934, nos adentró en el corazón mágico del Imperio Austrohúngaro, esa región de Europa Central conocida por el término germano Mitteleuropa, que condicionó una forma de vida librepensadora, Las almas juzgadas, volumen bisagra aparecido en 1937, vino a confirmar la extravagante estirpe de su autor y lo fascinador de su planteamiento narrativo, ciclo cerrado en 1940 con El reino dividido, elegía a la postergación, presagiando el destino de inhabilitación que le fue impuesto a su autor durante los años de la quimera comunista.
Miklós Bánffy (1873-1950), gentilhombre húngaro de origen transilvano, político y escritor, literalizó la idea y el concepto de este territorio mítico desde la vertiente húngara. La Trilogía Transilvana, o Escrito en la pared, como también se la conoce, es una obra del desaprendizaje, en gran parte autobiográfica, que resucita una manera de relacionarse con lo sentimental, la civilidad, la ilustración y, en definitiva, con la esencia que rodea al ser humano, hundida bajo las ruinas de un mundo implacable, que como un dios ávido de sacrificios engulló sin miramientos una riqueza espiritual tan admirable como decadente.
El reino dividido
Miklós Bánffy.Tradución de Éva Cserhati y Antonio Manuel Fuentes Gaviño
Libros del Asteroide. Barcelona, 2010
403 páginas. 22,95 euros
El reino dividido es la crónica del desasosiego, de un pasado difuminado y fulminado, que compendia un descenso constante e inmutable hacia la desmemoria, pero entendido esto como táctica de supervivencia vital no de desprecio hacia un estilo de vida el ocaso de una manera de ser y estar, con el ánimo de expiar y dar por consumada la larga travesía de un ensueño, que si no tuviese el cariz adverso recordaría a la obra fantástica y romántica El prisionero de Zenda y su secuela Rupert de Hentzau.
En esta parte conclusiva, así como en el resto de la trilogía, se transmite la devoción por la tierra natal, la exaltación de la naturaleza circundante, la celebración de la mujer amada como eje de las vidas errantes de los protagonistas, el arte de la política como medio de reconciliación con las tradiciones y las injusticias. La precisa ejecución con que se relata la soterrada clausura de un periodo inigualable, intoxica al lector con su clima enrarecido por la inminencia de la catástrofe, mientras que los intérpretes, en apariencia víctimas de un encantamiento, se debaten entre sus dramas y gozos con la elegancia del cisne malherido, en especial el conde Bálint Abády, un antihéroe que conjuga la faceta más ambigua de una aristocracia sentenciada a eclipsarse.
En la tradición de escritores como Andrezj Kusniewicz, János Székely o Gregor von Rezzori, Miklós Bánffy también se refugia con su tour de force en esa enfermiza e ineluctable nostalgia latente en el individuo mitteleuropeo, que anuncia la inminente evaporación de una isla en medio del eterno y a la vez mudable caos representado por el devenir de la idiosincrasia europea.
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