_
_
_
_
ARQUITECTURA / Entrevista | Frank O. Gehry

“Se acabó el derroche”

"¡Yo no soy un starchitect! Sólo soy un arquitecto", afirma el autor de edificios emblemáticos en todo el mundo, entre ellos, el Museo Guggenheim Bilbao. La Triennale de Milán recorre su obra desde 1997

Llega vestido de negro riguroso, y con una sonrisa irónica, o más probablemente sardónica, se somete durante 40 minutos a la tortura de una entrevista con un puñado de periodistas. En un momento dado, una valiente suelta la palabra prohibida, starchitect (arquitecto-estrella), y Frank O. Gehry (Toronto, 1929) se irrita desde la atalaya de sus ochenta años. "¡Yo no soy un starchitect! Sólo soy un arquitecto. ¿Y saben quién inventó esa jodida palabra?", brama. "¡Un periodista!".

Estamos en la Triennale de Milán, magnífico edificio fascista de Giovanni Muzio rodeado de parques, y Gehry acaba de visitar la exposición que reúne la docena de proyectos, casi todos realizados, que ha creado desde que en 1997 terminara la construcción del Guggenheim Bilbao, ese titán de titanio que cambió con su belleza nueva y cambiante no sólo el paisaje y el alma de la ciudad -y quizá del País Vasco-, sino el concepto mismo de arquitectura civil.

Gehry ha llegado con el comisario de la exposición, su amigo italiano Germano Celant, que enseña el mundo creativo, arquitectónico y tecnológico de Gehry recopilando dibujos, vídeos, materiales, descartes, cartones, software, planos y maquetas. El fascinante proceso de experimentación de Gehry es un viaje que mezcla arte y artesanía, tecnología punta y tradición, adaptación metafísica al medio, imaginación, solidez y garbo.

"Esa polifonía, esa fusión de universos lingüísticos", como la define Celant, se palpa desde los primeros bocetos a mano -esos burruños llenos de misterio y de hilos que plasman la impresión general- hasta las últimas maquetas de cartón y madera, siempre menos perfectas que sugerentes.

Se trata de la primera exposición dedicada por la Triennale al arquitecto canadiense afincado en Los Ángeles, pero son tiempos de recesión y Gehry no parece especialmente alegre. En los últimos meses, la crisis ha truncado algunos proyectos, como el del aeropuerto de Venecia -"esto significa que nunca haré nada en Italia"- o su plan de urbanismo para Brooklyn, y ha tenido que despedir a la mitad de los 220 trabajadores que tenía en su estudio.

Lo dice triste, amargado. Como si esta nueva época de austeridad forzosa encajara mal con su grandeza sinuosa y a veces grandilocuente -véase la intervención faraónica en Sentosa, una isla de Singapur- y con su ambición de dejar en cada obra algo definitivo, un icono.

No sé si es bueno o malo, pero es lo que hay. Hay que ahorrar energía y dinero. Hacer arquitectura verde. Ahora todo tiene que ser verde 

Esa potencia, esa especie de delectación por ser, y saberse, capaz de cualquier cosa, o quizá el mejor, se adivina también en su irónica pose de divo cascarrabias y se respira a cada paso en la exposición. Es un paseo irreal, casi de ciencia-ficción, que deja sensaciones contradictorias. El talento del arquitecto-inventor-artista-constructor es asombroso. Su manera de soñar la obra desde cero, como un pintor ante el lienzo, es emocionante, con sus homenajes al cubismo, al arte povera (del que Celant es gran especialista) o al constructivismo. Y su compromiso con la innovación se explica con el nacimiento de Gehry Technologies y la invención del software Catia, que mejora el proceso de creación arquitectónica en 3D y le ayuda a calcular las estructuras más revolucionarias.

Luego están los reparos: algunos han dicho que ese nuevo estilo nacido en Bilbao (aunque el Disney Hall de Los Ángeles es anterior) regresa por todas partes, se cuela casi sin querer, y quizá le lleva a concederse alguna imitación aparente, o directamente a copiarse -según señala él mismo-.

Otro pensamiento capcioso: la obra reciente del premio Pritzker de 1989, al verse junta, define de un solo vistazo una era, la de los disparates financieros, el tiempo del exceso, del nuevo rico y del edificio-marca. Quizá hace falta una segunda mirada. ¿El "efecto Bilbao" es solo un golpe de efecto? ¿Una coartada para favorecer la especulación? ¿La palanca de marketing de un starchitect? El tiempo ha dado su respuesta: no. Y Gehry la subraya con datos y sin caer en inmodestias innecesarias: "Doce años después, el museo recibe un millón de visitantes al año y es una máquina de hacer dinero. Costó 97 millones de dólares, y todavía no se ha caído".

Quizá más importante, el coloso del Nervión sigue sugiriendo todo tipo de lecturas y emociones a sus visitantes. Alguien lo ha comparado con Don Quijote galopando hacia un horizonte incierto. Las placas voladoras, los techos curvos, los espacios inmensos... Celant explica que los edificios de Gehry, contra lo que se pueda pensar, no nacen desde fuera, sino por y desde dentro y se proyectan hacia fuera, con la ambición de crear urbanismo y no sólo arquitectura. Ése es el mensaje de la exposición: Gehry es sobre todo un urbanista, quizá frustrado.

Pero esa espectacularidad nunca olvida el plano interior, explica Carmen Giménez, que ha venido a Milán para ver la exposición y ha montado en Bilbao exposiciones de artistas como Calder, Juan Muñoz o Cy Twombly. Giménez destaca que trabajar en los espacios interiores de Gehry es un verdadero placer: "Cuando están bien por fuera, los edificios tienen que estar bien también por dentro. Y Bilbao es fantástico. Todos los espacios son bellos, muy inspiradores, y los artistas, incluso los más difíciles, adoran exponer allí. Twombly odiaba a Gehry y odiaba Bilbao, y cuando llegó y vio su obra se emocionó. Richard Serra quería ese espacio maravilloso donde su obra se puede ver desde arriba, como una maqueta, eso es único en el mundo. El Guggenheim de Nueva York, el edificio de Frank Lloyd Wright, es mejor para los clásicos. Bilbao es una joya para el contemporáneo".

¿Quizá es que su poética del exceso es en el fondo una crítica de ese exceso? "Se acabaron los tiempos del exceso", responde Gehry sin ocultar su tristeza. "Se acabó el derroche, y toca responder a ese reto. No sé si es bueno o malo, pero es lo que hay. Hay que ahorrar energía y dinero. Hacer arquitectura verde. Ahora todo tiene que ser verde. Y es real, porque si no estamos muertos".

El urbanismo está en manos de los constructores, las grandes firmas del ladrillo y el paisaje, los políticos. Nosotros servimos a los clientes

Y continúa, embalado y presumiendo: "En fin, yo ya he pasado por eso: en los años sesenta hice arquitectura verde, ecológica. Mis clientes no tenían apenas recursos, y hacía oficinas y casas baratas, para la clase media. Adapté mi arquitectura a sus recursos. Para mí todo cambio es excitante, me gusta el reto... Habrá colegas que pensarán distinto, claro. Será interesante ver lo que hacen. La cosa verde se ha convertido en la coartada de mucha gente sin talento. Pero no serán los arquitectos sin talento los que resuelvan el problema. Yo ya hablaba de ahorrar energía en los años sesenta, cuando llevaba fular y melena. Ahora dicen que la arquitectura es menos importante que lo verde. Pero el mundo es para la gente. Y la gente necesita arte, música

... Si el arte es menos importante que lo verde, mejor abandonar el mundo. Yo no quiero vivir en un mundo donde no se pueda escuchar a Stravinski".

PREGUNTA. El peligro es que la ecología se ha convertido en un asunto político.

RESPUESTA. Quizá la solución es legislar mejor para ahorrar energía. Pero cada individuo puede hacerlo por sí solo con exactitud. Ed Begley junior, el actor, vive completamente verde. Recicla orines y heces, come de la huerta, va siempre en bici, no tiene coche, es un tipo puro, un modelo. Todos deberían copiarle. Y el Gobierno de Brasil debería deja de talar la Amazonia, y alguien debería inventar un sistema barato para convertir el agua del mar en agua potable, y todos debemos aprender a vivir más modestamente, gastando menos y olvidándonos de tener dos coches... Pero sólo si las sociedades se comprometen más obligaremos a los Gobiernos a hacer políticas más sostenibles.

P. ¿Diría que sus museos y salas de conciertos son verdes?

R. Eso depende del cliente y del lugar. Vuitton, por ejemplo, quería que el edificio fuera de cristal necesariamente. Y la ciudad no aceptaba el edificio a no ser que fuera verde. Es difícil hacer un museo de cristal verde. Sólo es posible en París. En Bilbao, por ejemplo, teníamos el río cerca de una ciudad del siglo XIX, un puente gigante, y una capital deprimida por la crisis de la industria del acero y los astilleros. Así que usamos el acero para ayudar a la economía local, y buscamos esa aleación de titanio porque en Bilbao llueve mucho y el titanio con el agua se vuelve de color oro, es un milagro. Pero no todo depende del arquitecto. Las galerías de exposición en Bilbao se hicieron bajo la supervisión de Tom Krens, y a mí siempre me pareció demasiado grande la sala de abajo. Yo la quería dividir, y tenía un sistema ideado para hacerlo, pero él se empeñó y yo me disgusté mucho. Luego, para demostrarme que él tenía razón, encargó las piezas gigantes a Serra. Lo hizo sólo por eso, jajajá.

P. ¿Cómo cree que ha funcionado el museo?

R. Carmen Giménez, que es extraordinaria, ha hecho exposiciones maravillosas como la de Twombly. Al principio dijeron que no funcionaría. Pero los artistas que exponen allí lo adoran. En Toronto lo hicimos muy diferente. Hicimos las salas blancas, minimalistas, pero con corazón...

P. ¿Y el Guggenheim de Abu Dhabi será verde?

R. Bueno, están tratando de crear una cultura nueva, de entrar en el mundo. Ha sido un pueblo aislado, nómada, mandaron a sus jóvenes a las mejores universidades del mundo y ahora quieren estar en el mismo circuito que París y Nueva York. Tienen los recursos, dicen que se los ha enviado Dios, y han llevado ya algunos picassos bastante salvajes y no ha pasado nada. Tom Krens está trabajando en ello, y va a hacer una colección muy internacional, han ido ya conservadores de todo el mundo, algunos judíos y otros declarados antisemitas, y no ha habido problemas. Habrá artistas maravillosos, algunos africanos, por ejemplo. Allí no sólo viven en el desierto. Acceden a Europa, a Asia, a Occidente. Y funcionan. Es un proyecto un poco volátil, pero quizá marche bien.

P. ¿La globalización le gusta?

R. Es inevitable e interesante. Lo más interesante que está pasando ahora es el matrimonio interracial. Es muy excitante ver cómo se fusionan las culturas en las nuevas familias. Los arquitectos llegaremos también a eso. Cuando intentas parar algo en marcha, es imposible. Una amiga mía está muy preocupada porque una compañía médica usa ratones. Debería irse a vivir a otro planeta.

P. ¿Cree que será recordado como un radical?

R. ¿Acaso Foster es un radical? Koolhaas sí lo es, pero no sé si eso es importante. Algunos tienen la capacidad de experimentar, otros no, y tampoco les podemos culpar por eso.

P. ¿Se considera un starchitect?

R. Siempre habrá arquitectos caros y malos técnica y financieramente. Pero yo construí el Guggenheim Bilbao con un coste de 300 dólares el pie cuadrado. Presupuesté 100 millones de dólares, y lo acabé por 97. Doce años después sigue allí, y el mantenimiento no es difícil. En el Disney Hall (la sala de conciertos de Los Ángeles) gastamos 215 millones de dólares, y el presupuesto inicial era de 207. Y tampoco se cae. Y a la gente le gusta. Cinco años después, sigue funcionando. Mucha gente identifica Bilbao y Los Ángeles con esos edificios.

P. ¿No cree que los arquitectos piensan demasiado en sus edificios y se olvidan de las ciudades?

R. El urbanismo está en manos de las corporaciones de constructores, las grandes firmas del ladrillo y el paisaje, los políticos. Nosotros somos arquitectos y servimos a los clientes. Ellos nos invitan, nosotros no podemos llegar e imponernos. Las grandes firmas no llaman a los arquitectos, tienen los suyos. Yo lo intenté en Brooklyn, pero fracasé. Habrá que seguir intentándolo. Quería hacer un plan de ciudad escolar, y no salió. Lo retrasaron varias veces, llegó la crisis y fue imposible. En Estados Unidos, el urbanismo está muerto. Y los arquitectos no contamos nada. Hay que meterse demasiado en política. Y a veces ni eso sirve. Foster va a hacer urbanismo en Abu Dhabi. Cuando lo haya acabado, estaremos en silla de ruedas. Está teniendo problemas. Su sueño era diez veces mejor que lo que hay en los planos.

P. ¿Se puede ser arquitecto y artista a la vez?

R. Adoro a Cervantes y a Lewis Carroll, mis mejores amigos son los artistas. Rauschenberg, por ejemplo. (Entra Renzo Piano en la sala). Y Renzo Piano es el mejor arquitecto del mundo. Jajajá. Los edificios públicos son también una forma de urbanismo. Las ciudades tienen que tener iconos. Bibliotecas, hospitales, museos. Dentro de 100 años, la gente los verá y dirá: "¿Qué es eso?". Y pensará: es arte.

El arquitecto Frank O. Ghery, fotografiado en 2006 en Elciego (Álava)
El arquitecto Frank O. Ghery, fotografiado en 2006 en Elciego (Álava)Pradip J. Phanse

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_