Voces femeninas del Magreb
Pichu, pichu... la palabra del estribillo de la canción de Sophia Charaï, se mete en la cabeza desde la primera vez que uno la oye. Durante la entrevista ella dice que no significa nada, pero mientras posa para el fotógrafo acaba confesando que, en un idioma eslavo, denomina el sexo femenino y que, quizá por esa razón, tengan ya más de 665.000 entradas en el vídeo de YouTube. "Empezamos a tararear esa palabra y después nos dimos cuenta de que no íbamos a encontrar nada mejor", dice la marroquí.
La cita con Sophia Charaï es en un céntrico restaurante de París, escondido tras un patio al que se accede por un pasaje, y que bien podría haber utilizado Almodóvar en alguna de sus películas. "Le he mandado mi disco con una carta en español contándole que mi vida cambió al ver Mujeres al borde de un ataque de nervios. Por primera vez me encontraba con alguien que tenía mi universo estético. Tenía la impresión de estar viendo mi casa. Me reconocía en todo, en cómo iban vestidos y peinados los personajes, las canciones, los guiones... Era yo".
Las canciones de Hindi Zahra poseen una melancolía luminosa: "Es nuestro 'blues'. Y, como en el 'blues', es triste, pero no tienes ganas de morirte"
"Todos somos producto de mezclas y a mí me encanta mezclar", dice Sophia Charaï, que también ha diseñado alta costura
"Al principio cantaba standards de jazz, pero me di cuenta de que tenía ganas de cantar mis propias canciones. Me gusta contar historias", explica. Y Pichu, con ecos del Magreb, India o los gitanos de los Balcanes, es muy cinematográfico. "Somos muy cinéfilos mi marido [el músico Mathias Duplessy, del que ella dice riendo que "le enloquecen los ritmos compuestos, así que todo lo que no sea 4 por 4 nos va"] y yo. Me gustan los grandes compositores de bandas sonoras. Gente como Ennio Morricone, John Barry o Philippe Sarde. Cuando imágenes, relato y música están en el mismo diapasón y al mismo nivel de exigencia el resultado lo recuerdas toda la vida".
Sophia llegó a París con 17 años para estudiar arquitectura. "Si le digo a mi padre que quería estudiar música o teatro me hubiera respondido 'para eso te quedas en casa'. Así que le conté que iba a hacer lo que él quería que hiciera pensando que ya encontraría la manera de escaparme", explica. "La suerte increíble que tuve es que al director de la escuela le dio por organizar espectáculos. Y me encontré haciendo lo que yo quería. Cuatro meses de ensayos, día y noche, montando una ópera del novecento". Lo que más le llamó la atención al llegar a París fue la libertad. "Aquí encontré la posibilidad de vivir como yo deseaba. En Marruecos entonces era demasiado duro. Ahora es en Francia donde se ha hecho difícil existir", insinúa.
En un antiguo café, muy cerquita de la plaza de La Bastilla, espera Iness Mezel. En realidad se llama Fatiha Messaoudi y es hija de madre franco-italiana y padre argelino. Aunque vive en París, ha grabado su nuevo disco en Inglaterra. "Quería trabajar con un productor inglés porque no tienen prejuicios sobre la música del Magreb. Además quería un sonido inglés", explica. El elegido: Justin Adams, guitarrista de Robert Plant y productor de Tinariwen. "Le mandé unas maquetas y nos vimos por primera vez en un café de la Estación del Norte, entre dos Eurostar, él con un resfriado tremendo. Se mostró enseguida muy dispuesto".
Beyond the trance se grabó en los estudios Real World de Peter Gabriel, en la campiña inglesa. "En la cultura de mi padre el trance es una forma de hacer que caigan las barreras, de soltar amarras con el pasado o con nosotros mismos". Iness Mezel -significa en cabilio "dile que todo es posible, que no hay que desesperar"- es el nombre que sugirió el padre de su amigo y percusionista Nora Abdoun para el dúo que Fatiha había montado con su hermana pequeña Malika. Y, cuando Malika la dejó plantada de un día para otro, Fatiha decidió conservarlo. Detalle revelador: su padre jamás ha querido ir a verla cantar. "Son reflejos arcaicos
... ¡Una mujer que canta!".
Para Sophia Charaï instalarse en París suponía aliviarse del peso de la familia. "Yo ya tenía ganas de irme desde los cuatro años", asegura riendo. "Sentía mucha curiosidad por lo diferente. Y hoy no le choca a nadie que digas que quieres cantar siendo marroquí, pero entonces te consideraban una puta". Cuando empezó a cantar solía llorar. "Tenía muchas inhibiciones y cantar significaba abrir el canal. Una energía monstruosa llegaba de golpe y tenía que pasar por el ojo de una aguja. Aquí
[se agarra la garganta con la mano] estaba completamente cerrado. No podía respirar. Cantar es un poco desnudarse".
Hay quien considera el escenario un espacio sagrado. "Absolutamente", exclamaba la marroquí Hindi Zahra, entre caladas al cigarrillo, en el cubículo que le servía de camerino antes de su presentación en el teatro Lara de Madrid en abril. "La escena o, en un sistema más tribal, el círculo es sagrado porque, para entrar en él, hay que tener algo que comunicar. Y ese lugar adquiere un gran valor porque sacrificas tu intimidad para unirte a los demás".
El primer disco de Hindi Zahra, el premiado Hand made, lo cocinó durante tres meses prácticamente encerrada en el salón de un apartamento alquilado. Sus canciones poseen una melancolía luminosa. "Es el Mediterráneo y lo oriental, nuestro blues. Y, como en el blues, es triste, pero no tienes ganas de morirte", dice. "Contar tu tristeza te libera y libera a los otros. Cuando descubrí a Amalia Rodrigues me volví fan suya porque, para mí, ella, la Callas, Om Kalsoum, Billie Holiday..., cuentan la misma historia. Entre las dos guerras, y tras la segunda, son las mujeres las que más cantan el sufrimiento".
Hindi Zahra, nacida en Marruecos y, desde 1991, vecina de París, ha comparado su música con el cuscús o la paella. "Hace poco un periodista de jazz me dijo '¿sabes que algunos músicos del Misisipi me cuentan lo mismo? Preparan el gumbo, un plato que mezcla varios ingredientes y toma su tiempo, y lo comparan con su música. Es cuestión de sabores y colores". Cree que ese gusto por mezclar es cosa de su generación: "Y de la anterior. Comenzó en los años setenta cuando la gente empezó a abrirse a la música de India y de África".
"Todos somos producto de mezclas y a mí me encanta mezclar", apunta Sophia Charaï, que también se ha dedicado a diseñar colecciones de alta costura. "Me interesaba provocar una ruptura con lo que estamos acostumbrados a hacer y ver, lo mismo entre dos tejidos que con los materiales sonoros". En Casablanca escuchaba mucha música de Motown, a Louis Armstrong, Aretha Franklin o Donna Hightower, de la que hace en sus conciertos una versión de This world today is a mess, en inglés y árabe de la calle. "Otra forma de acortar las distancias entre las personas. Hay que dejar de tener miedo a lo que tenemos enfrente. Ese miedo a la diferencia es algo terrible. Y ahora mismo siento en la música mucha resistencia en cuanto no estás dentro de la corriente mayoritaria".
"Me parece que hay una regresión en el mundo occidental", comenta Iness Mezel. "Cuando te retraes y te encierras en ti mismo, porque la situación económica es más dura, apagas algunas ideas hermosas y otras bastante menos bonitas renacen. Y es curioso porque esos ideales que a nosotros nos intentan cercenar son los que han permitido que se pongan en marcha esas revoluciones en el mundo árabe". Lo que está sucediendo en algunos países "es una bofetada a todos los mitos propagados por los poderosos del mundo con palabras vacías de sentido o cargadas de política. Se habla de islamismo y de repente la realidad se manifiesta", dice esta mujer marcada por dos abuelas fuertes: una en la Cabilia del norte de Argelia y la otra en un pueblecito de la región francesa de Auvernia. "Me siento muy orgullosa de este impulso de libertad y democracia que viene del pueblo. Son las mujeres y los hombres quienes se han levantado, se manifiestan y se solidarizan. Y hace falta mucho valor", dice con admiración. Hindi Zahra cree que estos actos que han realizado van a tener resonancias en el tiempo. "La gente está realmente harta y eso tiene que ver con la humanidad. Que el dinero domine el mundo es grave porque es algo antinatural".
Una antigua foto de la pequeña Sophia con su madre en la playa parece estar tomada en la Costa Azul francesa o la Riviera italiana. "El Marruecos de los años cincuenta, tras la independencia, era todavía de esperanza. Después, con Hassan II, se hizo la oscuridad".
Hija de una familia de la burguesía liberal, Charaï se muestra favorable al actual monarca alauí y sus propuestas de cambios. Cuenta que sus mejores amigos eran una familia de inmigrantes italianos, los cuatro hermanos homosexuales, y que son ellos los mejores amigos del rey. "Creo que se ha adelantado y ha sorprendido a la gente. Estoy bastante agradecida a M6, yo lo llamo así, porque ha potenciado la cultura. Como sucedió a la muerte de Franco. En España hubo la movida y nosotros tenemos la nayda, que significa "me levanto". Hay un gran movimiento de diseñadores, músicos... incluso grupos de trash metal", cuenta. "En Marruecos cosas que eran inconcebibles ahora son toleradas. Ves a parejas bien agarradas sobre las motos... Hay chicas en pantalón corto con piercing y ombligo al aire. Y, al mismo tiempo, tienes a otras con la cabeza cubierta. Da la impresión de ser una carrera. A ver quién va a llegar el primero. El desarrollo económico con el modelo capitalista o el integrismo religioso. Yo no creo que en Marruecos gane el velo".
Iness Mezel, que estudió piano en el conservatorio, Debussy y Bartok -aunque el primer disco que compró fue Blame it on the boogie-, escribe las letras y músicas de sus canciones. En Strange blues habla de esos periodistas como Anna Politkóvskaya o Tahar Djaout que arriesgan su vida por contar la realidad. "Es importante denunciar ciertas cosas", afirma. El 23 de enero se manifestó en la plaza de las Libertades y los Derechos Humanos, en el Trocadero, para exigir a las autoridades libias la liberación de tres detenidos. Recuerda que mientras Sarkozy o Zapatero se reunían con Gadafi, en París se impidió una manifestación contra la visita del líder libio: "Me pareció chocante que el Gobierno recibiera a ese torturador. Una ironía visto lo que ha sucedido después. Es el problema de los que dan lecciones y no hacen lo que predican". A Hindi Zahra le ha sorprendido negativamente "la reacción de los occidentales que siempre hablan y hablan de democracia".
Tanto Iness Mezel como Hindi Zahra son bereberes o amazigh, "que es el nombre original de los primeros pobladores del norte de África. A mí no me choca que me llamen bereber, pero hay quien piensa que es despectivo y tiene connotaciones colonialistas", explica Iness Mezel. "No tengo nada en contra de la palabra bereber", dice Hindi Zahra, "los griegos y los romanos nos llamaron así porque no sabían de dónde venía nuestra lengua". Para Iness Mezel cantar en ese idioma supone ligarse a sus raíces "y defenderlo para que perviva porque la arabización en el norte de África fue un desastre".
Sophia Charaï ha grabado con un cantante del Rajastán. Y Mathias ha producido en Bombay, con ella poniendo la voz en alguna canción, bandas sonoras de varias películas de cine independiente. Antes habían estado un par de veces en Granada. "Vivimos en las cuevas arriba del Albaicín porque no teníamos dinero. Íbamos a los tablaos hasta las cinco de la mañana. Y, si me lo pedían, cantaba. Lo que me emocionó profundamente fue la escucha casi religiosa. Creo que me hice cantante en Granada".
"Los músicos siempre han viajado de un lugar a otro. Empezó ya con los gitanos", dice Hindi Zahra, que asegura sentirse nómada. "La tierra se mueve ¿qué quieres hacer contra eso? El problema de esta sociedad, como se está haciendo con los tuaregs al desalojarlos por el uranio, es que quienes simbolizan un sistema distinto del que se nos impone no son aceptados. Casualmente son pueblos que necesitan compartir y nosotros no estamos en eso".
Pichu, de Sophia Charaï, está editado por Universal Music. Lo presentará el 15 de julio en Cartagena, en el festival La Mar de Músicas. sophiacharai.com. Hand made, de Hindi Zahra, está editado por Blue Note/EMI. www.hindi-zahra.com, Beyond the trance, de Iness Mezel, por Wrasse/Harmonia Mundi. www.iness-mezel.com.
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