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Reportaje:

Veinte años en juego

Luis Landero publicó en 1989 Juegos de la edad tardía, la novela que lo puso en el panorama literario español

Javier Rodríguez Marcos

Este año se cumplen 20 de la sonada irrupción de Luis Landero en el panorama literario español. Extremeño recriado en Madrid, llevaba décadas escribiendo cuando publicó su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), después de peregrinar por varias editoriales. El éxito fue tal -Premio Nacional y de la Crítica, 27 ediciones hasta la fecha en diferentes colecciones- que las expectativas sobre la segunda novela se pusieron por las nubes. Un dibujo de Forges en el número especial literario de una revista mensual acertó a resumir el ambiente. En una página atiborrada de escritores dos individuos conversaban en una esquina: "Te veo nervioso. Es que soy Luis Landero y tengo que escribir la segunda novela. ¿Cómo se va a titular? Me están esperando con toda la artillería". "Claro que me acuerdo de aquello de Forges", dice riendo el novelista. "Tengo por ahí el original, me lo regaló él cuando lo conocí".

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Landero reconoce que, aunque la resonancia de Juegos de la edad tardía le pilló "mayorcito" -tenía 41 años- en Caballeros de fortuna (1994) le pesó la responsabilidad, "algo que no es bueno para escribir, aunque siempre trabajas en un terreno que tú acotas y que es impermeable a la realidad exterior". Hoy no se reconoce demasiado en ese libro: "De algún modo, no era yo. No me gusta mi segunda novela, es un poco bastarda, no es la que yo tenía que haber escrito. Como historia está bien, pero hoy no la habría escrito así. Pero así es la vida. Uno hace las cosas lo mejor que sabe".

¿Se imaginaba que esto sería así cuando daba clases en un instituto y escribía novelas sin saber si encontraría editor? "Ahora que ya tengo 61 años, miro atrás y me sosiega ver que en la vida he hecho lo que quería hacer y que he cumplido en parte el compromiso, el gusto, que tenía de escribir, que he sido fiel a eso. De todos modos, yo hubiera seguido escribiendo aunque no hubiera publicado o hubiera fracasado estrepitosamente como escritor. Si tuviera que hacer balance, es cierto que hay libros que no hubiera publicado o que hubiera escrito de otra manera, pero imagino que eso le pasa a todo el mundo".

Dice Landero que detesta releerse -"me da miedo, no sea que me vaya a encontrar algo"-, pero que, de entre sus propias novelas (todas publicadas en Tusquets), las que menos le gustan son la citada Caballeros de fortuna y la que siguió a ésta, El mágico aprendiz (1998). "Me parece espesa, difícil de digerir, como un polvorón de Toledo", confiesa con una sinceridad poco habitual entre el gremio de escritores. Sus favoritas -"además de la última, que es lo que se dice siempre ¿no?"- son la primera y El guitarrista (2002), tal vez la más autobiográfica (Landero fue guitarrista antes que escritor). Y no se resiste a añadir Hoy, Júpiter (2007), la última hasta Retrato de un hombre inmaduro. Eso sí, le tiene un cariño especial a Entre líneas: el cuento o la vida (2000), una suerte de teoría personal de la literatura con armazón narrativo que, antes que Tusquets, publicó la editorial pacense Libros del Oeste, dirigida por el poeta y traductor Ángel Campos. "Ángel me insistía: 'Me tienes que escribir un libro para mi editorial'. ¿Y qué voy a hacer yo? Un día nos emborrachamos, y yo, cuando me emborracho, me echo muy p'alante. Y al final le dije: 'Venga, te lo escribo. El título será Entre líneas, que es muy futbolístico'. Lo escribí cuando estaba en Estados Unidos dando clase en una universidad. Es una miscelánea, y a mí me gustan mucho las misceláneas. Se lo debo a Ángel Campos".

Entre líneas contiene, así, reflexiones y consejos del escritor hacia sí mismo. A veces expresados en forma de despeinadas instrucciones de uso: "No pintar la cosa, sino el efecto que produce (...) No pienses en conceptos ni palabras, sino con imágenes (...) En cada frase hay que crear una expectativa que anuncie la frase siguiente y se resuelva en ella (...) Hay que conseguir expresar con precisión lo que es sutil y con ambigüedad lo que es evidente (...) Huir de la rutina expresiva, pero nunca a costa de la exactitud. Todas las impertinencias posibles, pero ninguna gratuita". Una frase, esta última, que parece haber tutelado desde la primera línea de Retrato de un hombre inmaduro, por más que Landero quite importancia a sus propias teorías: "Esos decálogos son lo que son. Uno nunca está libre de decir chorradas".

Cuando se le pregunta si ha reparado en la relación entre la inmadurez que aparece en el título de su último libro y los juegos de la edad tardía del primero, Landero responde que no es premeditado: "Lo he pensado sólo estos días. El título lo he puesto al final. De hecho, tengo por ahí 50 o 60 títulos posibles. Sí quería que saliera la fórmula 'Retrato de' o 'Historia de un hombre', pero el adjetivo no me salía. Hasta que di con inmaduro. Aparte de ser una palabra que todos conocemos, en ella caben muchos significados. Es multiusos. Igual que madurez. Tenía ese sentido de persona desorientada, de conducta un tanto errática que coquetea con el mal. Y es que el mal se ha prestigiado mucho en los últimos tiempos. El prestigio del marqués de Sade, del superhombre de Nietzsche, de la crueldad... Algo que, por cierto, es muy discutible moralmente. Pero es una de las señas que definen nuestro siglo".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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