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Tentaciones
Reportaje:LIBROS

Cuando leer es cosa de hombres

La manfiction (ficción de hombres) es la repuesta masculina a la chick-lit, la literatura por y para chicas que arrasa desde hace una década. ¿Podrá el arquetipo de macho de hoy irse de cañas con Bridget Jones?

¿LEER es cosa de hembras? Hace unos meses, Stephen King intentaba encontrar una respuesta a tan espinosa pregunta en su columna de la revista Entertainment Weekly después de que algunos profesionales del mundo de la edición le comentasen, con la boca pequeña, que la literatura para el lector masculino estaba tocada de muerte en los tiempos de la chick-lit (ya saben, la literatura escrita por ?y diseñada para? mujeres, preferentemente de la variedad que sueña con ser Carrie Bradshaw mientras la báscula del baño y el bajo índice de amigos solteros en Facebook les intenta decir, a gritos, que están mucho más cerca de Bridget Jones).

Stephen King contraatacaba tomándole prestado un concepto a su hijo, el también escritor Joe Hill: la manfiction, lo que se podría traducir como literatura de consumo hecha a la medida del hombre moderno y que, en la mayoría de los casos, no deja de ser la puesta a punto políticamente correcta y liberada de sus aristas más broncas de la ficción hardboiled de toda la vida. El pulso entre la chick-lit y la manfiction subraya uno de los curiosos usos de la literatura de usar y tirar en la era del simulacro: la ficción como prótesis de la propia feminidad o masculinidad, la lectura como experiencia de autoafirmación para sentirse más mujer o más hombre. O el modelo de mujer y hombre que, al parecer, tiene más mercado: a) la frivolona que puntúa sus polvos cuando charla con sus amigas, antes de seguir buscando a su príncipe azul recorriendo, sobre sus manolos, el sendero de baldosas amarillas de las tiendas de modas, y b) el machote de corazón de oro que sueña con desfacer entuertos mientras vacía su mueble-bar, escucha jazz variante Starbucks y ojea una revista de armas.

JOAQUÍN SECALL

'MANFICTION': MANUAL DE USO

Monógamo, gayfriendly y alérgico al equipaje. El nuevo arquetipo del género parece romper con el tipo duro de antaño. ¿O no tanto? Revisamos los antecedentes, autores imprescindibles, modelos básicos y hábitos del nuevo macho literario.

EL SPILLANE CHIC

"Yo no tengo fans. ¿Sabes lo que tengo? Clientes. Y los clientes siempre son tus amigos". Así resumía su poética literaria Mickey Spillane, creador del personaje Mike Hammer y tatarabuelo de la actual manfiction. En su ideario figuran otras perlas: "Mi trabajo puede ser basura, pero es basura de la buena". En suma, Spillane es el tipo de escritor capaz de provocarle viriles sueños húmedos a un hombre tan poco proclive a valorar las bondades del amor griego como Frank Miller, autor de Sin city. Spillane es, también, la coartada de todo hombre duro convencido de que si te pillan leyendo se te pude ir al garete tu fama de machote: leer una aventura de Mike Hammer, sin duda, no es ninguna mariconada, aunque la obra ilustrada del historietista homoerótico Tom de Finlandia también esté poblada de hombres de una pieza. En todo caso, si a usted le pillan leyendo a Spillane quizás puedan acusarle de sucumbir a la... garrulada.

En el desenlace de Yo, el jurado, primera novela protagonizada por Mike Hammer, el detective duro como una roca, llegaba a la conclusión de que la casquivana Charlotte había sido la asesina de su mejor amigo. Cuando Hammer llegaba a casa de la muchacha, ésta intentaba seducirle mediante la socorrida técnica del movimiento sexy, también llamado strip-tease. Después de que Charlotte terminase de desnudarse, Hammer no dudaba ni un momento en apretar el gatillo. Era uno de los finales más rudos y machistas en la historia de la literatura criminal, pero su poder para inflamar imaginarios masculinos sigue siendo considerable. La manfiction tiene esa escena como idea platónica, pero la clave es que nunca se atrevería a llegar a ella.

LOS EFECTIVOS

Stephen King elaboraba en un pispás su ranking particular de autores totémicos de la manfiction, aunque no parecía reparar en que en ella se combinaban alegremente el oro y la ganga. En concreto, una única onza de oro Michael Connelly y un porcentaje mayoritario de artesanos de la prosa autocombustible, cuando no directamente ortopédica. Lee Child, el rey de la manfiction según King, es alguien que maneja la lengua como quien conduce un tractor: si, por ejemplo, se ve en el trance de describir la ciudad de Indianápolis no duda en recurrir al apunte en negativo, afirmando que "todas las ciudades son grises", pero, en un curioso acceso de singularidad cromática, "Indianápolis es marrón". En su novela Un disparo de la que se está preparando la adaptación cinematográfica, al lector puede crecerle la caspa, mientras Child se esfuerza por describir paso a paso a un francotirador tomando posiciones: "Alcanzó la base del muro y se extendió en el suelo, presionando con fuerza contra el hormigón. A continuación se incorporó hasta adoptar la posición de sentado. Luego se puso de rodillas. Dobló la pierna derecha contra el suelo...". ¿Ya están bostezando? No me extraña: la cosa dura unas líneas más antes de que suene el primer disparo.

Robert B. Parker que los fans del legendario escritor de novela negra Raymond Chandler consideran heredero del maestro, pues fue el encargado de completar su inacabada El misterio de Poodle Springs, Robert Crais, Richard Stark y Jonathan Kellerman son los otros nombres a tener en cuenta. El prestigio literario les está vedado, pero eso es de blandengues, ¿no?

LOS BETA MACHOS

Aseguran los cazadores de tendencias que a la idea de Macho Alfa le va a suceder la de Beta Macho, que podría tener en Nicolas Sarkozy uno de sus paradigmas. En la novela criminal de la era Playboy, un tipo duro como Travis McGee, creado por John D. MacDonald, se podía cepillar a 200 jacas (perdonen la expresión) en el curso de 21 novelas, pero ahora las cosas son muy distintas. Los tipos duros de la manfiction tienen sus matices: por ejemplo, Elvis Cole, el personaje creado por Robert Crais, viene a ser algo así como un Bogart para la era de la inmadurez, que no tiene rubor en reconocer su complejo de Peter Pan y en decorar su despacho con figuritas de personajes Disney. Y, bueno, la monogamia ya no figura en la lista de fobias del moderno matón: Spenser, el detective creado por Robert B. Parker, tiene incluso una novia marisabidilla que nunca se cansa de recordar que estudió en Harvard. En el fondo, todo lector de la serie desea matarla, pero se contiene... por si el Código Penal contempla alguna variante de la violencia de género aplicable al lector pasivo.

Spenser también tiene apadrinado a Hawk, un brutote afroamericano, y suele recurrir a los servicios de Teddy Sapp, un matón homosexual que pega como el hetero más asilvestrado. Alex Delaware, el personaje de Kellerman, también es un monógamo que puede presumir de amigo gay: Milo Sturgis. En suma, los chicos duros de hoy se preocupan mucho de que nadie les pueda acusar de misóginos, racistas u homófobos.

CÓMO SER UN HOMBRE DE VERDAD

Convendría recomendar algo al lector interesado en estos territorios: la mejor manera de no levantar sospechas sobre su rocosa masculinidad es no obtener el producto en esos antros de libertinaje y libre pensamiento que conocemos como librerías. Los quioscos de aeropuertos y los expositores de supermercados ya ofrecen con toda comodidad lo que un hombre alfabetizado necesita para leer como un hombre... de bagaje poco sofisticado. Habrá quien quiera emular a sus héroes: lo primero es olvidarse de eso que suelen llamar revistas masculinas Go, Men's Health, Gentleman y, en todo caso, nutrir el revistero con publicaciones dedicadas al armamento y a las artes marciales, por ejemplo.

Jack Reacher, el gañán inmortalizado por Lee Child, dibuja el mejor retrato robot del neomacho: ex militar y actual espíritu libre, recorre el país en autobuses de línea y compra su ropa de usar, sudar y quemar cuando ya huele mal en cada parada de varios días. Su única pertenencia es un cepillo de dientes. Por supuesto, Reacher, capaz de matar a un hombre con sus propias manos sin que los huesos de la víctima crujan de manera indecorosa, es alguien que no le hace ascos a las camisas hawaianas y que, en un momento dado, es capaz de conducir un furgón mientras suena un CD de Sheryl Crow a todo trapo. Uno intuye que, de ser español, sería de ese tipo de personas que añoran el Sepu. Sus oídos están familiarizados con el jazz cabe suponer que no en sus modalidades más abstrusas- y no suele utilizar las subordinadas en el registro conversacional.

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