Horror (del bueno) en la televisión
Veo una autopromoción en una cadena de televisión cuyo irresistible cebo respecto a la serie que van a exhibir próximamente es: "Esto es lo que ocurre cuando un auténtico director de cine hace una serie de televisión". A continuación vemos al ilustre intruso exigiendo con voz templada: "Acción". Ese extraordinario narrador de historias para el cine, dueño de un incomparable estilo visual, perfeccionista del montaje, que ha decidido comprometer su talento con la pequeña pantalla, en un medio considerado durante mucho tiempo y con altas dosis de razón como bastardo y previsible, solo apto para la rutinaria estructura del telefilme y con la sagrada misión de encontrar audiencia fácil a cualquier precio, alérgico a todo lo que oliera a complejidad, se llama Martin Scorsese.
Figura como productor ejecutivo y también dirige el primer capítulo de la serie Boardwalk Empire. Proyectan el arranque de ella en una sala de cine, ante un público inicialmente entregado que asistimos al ritual como si fuera una misa oficiada por el gran sacerdote, anhelantes por comprobar cómo se desenvuelve una cámara tan exuberante y nerviosa como la de Scorsese en un formato que le resulta desconocido. También nos alimenta la curiosidad de ver qué nuevo tratamiento utiliza esta vez para hablar de la Mafia, una temática que identifica gran parte de su cine y con la que ha fabricado dos obras maestras tituladas Uno de los nuestros y Casino. Scorsese retrocede varias décadas en su retrato de los delincuentes de honor. El escenario es Atlantic City y los gánsteres están celebrando que el Gobierno haya decretado ese día la Ley Seca, calculando los inmensos beneficios que les va a proporcionar algo tan demencial o cínico como pretender con la ley en la mano que la gente deje de beber alcohol. Políticos y mafiosos están negociando los porcentajes que van a llevarse cada uno ante negocio tan grandioso. No hay prejuicios raciales entre los que van a repartirse el pastel. La joven guardia la integran un judío de gesto templado que sabe mucho de números y de inversiones y un italiano arrogante que desprende violencia apellidado Luciano. También aparece un guardaespaldas gordito, con una cicatriz en la jeta y expresión entre resignada y pragmática, cuyo nombre es Al Capone.
El bautizo de Scorsese en el universo de las series es más que correcto, pero nada grandioso. Es dudoso que alguien reconociera su firma si no la constatara en los títulos de crédito. Intuyes que el desarrollo de Boardwalk Empire va a dar mucho juego, pero también que su calidad no va a necesitar forzosamente el prestigioso aval y el control de uno de los creadores más incuestionables de la historia del cine.
No puede causar extrañeza que el arte de directores legendarios cambie de barrio. La mejor televisión les ofrece presupuestos holgados y libertad creativa para que cuenten lo que les apetezca. El interés primordial de la cinefilia de siempre, su refinado paladar, ya no está tan pendiente de las previsibles exquisiteces que van a estrenarse en las salas de cine como de los nuevos proyectos de los grandes creadores de series. Las estrellas actuales para tantos enamorados del cine de siempre y que ahora esperan con infinita paciencia que aparezcan en DVD o en Blu-ray series que pueden contener el paraíso, se llaman David Chase, David Simon, Matthew Weiner, David Milch, Bruno Heller, Alan Ball y otros que mi preocupante memoria olvida. O sea, la gente que se ha inventado Los Soprano, The Wire, Mad Men, Deadwood, Roma, A dos metros bajo tierra, esos placeres que duran tanto y los administras en soledad como te da la gana.
A todos esos conductores de tan gozosa revolución les ofreció mecenazgo una fábrica admirable y ya mítica a pesar de su juventud llamada HBO, comparable en su riesgo, su olfato y su imaginación a lo que supusieron para el mejor cine norteamericano productoras como Universal y RKO. A veces se equivoca, es tan rompedora que acepta impostadas y bobas transgresiones. Pero ocurre pocas veces. Y te da sorpresas maravillosas. Me acaba de ocurrir con Carnivàle. Se pueden encontrar en DVD las dos temporadas que componen esta flor del mal, este experimento kamikaze, algo empeñado en que el espectador se sienta tan angustiado como los monstruos de feria que la protagonizan, en que aparezcan sensaciones muy raras y desasosegantes en sus sueños si antes de dormir ha ingerido varios capítulos de este irrenunciable pozo de desdichas, de tarados físicos o mentales, de supervivientes en tiempos sombríos.
No tenía ninguna referencia de Daniel Knauf, el creador de esta sólida pesadilla. Sus transparentes modelos son el Tod Browning de Freaks. También el David Lynch de Twin Peaks, pero sobre todo el de El hombre elefante. En los primeros capítulos puedes pensar que es un plagiario complacido en lo enfermizo, la sordidez vistosa, la deformación como material de espectáculo. Admites que la ambientación es muy buena, pero todo te suena a déjà vu. Paulatinamente, eres consciente de que es una obra con voz y personalidad propias, adictiva aunque te provoque escalofríos, en la que nunca sabes cómo van a evolucionar esas llagas supurantes, sin la menor concesión a la atribulada sensibilidad del asustado receptor.
Situada en 1934, en tiempos de hambruna y desesperanza, describe el vagabundeo de un espectáculo de feria intentando comer todos los días gracias a las migajas que les proporcionan los espectadores que necesitan creer en los milagros, o palpar la anormalidad de los otros para sentirse mejor. Los títulos de crédito, mostrando imágenes de época que reflejan el esplendor de Mussolini y de Stalin, te avisan de que no solo estás ante una crónica del miserabilismo, que hay una guerra con resonancias bíblicas entre un bien muy turbio y dolorido y un mal con demasiados matices.
Todo huele a descomposición y muerte en esta serie tenebrosa, en la que no puedes identificarte con nadie aunque te haga comprender las razones de todos para ser como son y actuar como actúan. No despierta morbo sino hipnosis. Te da tanto miedo la realidad de esos personajes como la amenaza sobrenatural que les castiga. Y alucinas de que una productora de televisión haya dado luz verde a algo que jamás podrá ser mínimamente popular, que invita a la despavorida huida, desechando la coartada, que solo promete causarte malestar y miedo. En mi caso, también una perdurable fascinación.
Pack Carnivàle: La colección completa. Temporadas 1 y 2. 12 discos. También se publica una edición con un y libro de 80 páginas que incluye material gráfico inédito. Warner Home Video.
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