Demoledor retrato de familia
Si alguien cree que Rumble, la primera novela de Maitena Burundarena, es una versión narrativa de sus celebérrimas tiras cómicas de Mujeres alteradas, se equivoca por completo. Pero aún más grande es el error de quienes piensan que se trata de una novelita autobiográfica, un malentendido fruto del prejuicio (¿cómo va a escribir algo serio la chica de los cómics?) que ha sido fomentado, todo hay que decirlo, por la propia Maitena, que, en su inseguridad de neófita abrumada por la grandeza de la literatura, no ha hecho más que echar piedras contra su propio tejado, un defecto muy habitual en los principiantes que poseen verdaderas ambiciones estilísticas. De lo cual se deduce un consejo esencial para los autores primerizos: no minusvaloréis pública y humildemente vuestro libro, porque los críticos y los medios de comunicación ya se encargarán de hacerlo de forma suficiente.
La vida de la protagonista se desploma a su alrededor en caída libre, pero ella sigue adelante en medio del diluvio
Rumble es, formalmente, una novela de iniciación, la historia de una adolescente desde los doce a los quince años. Pero, al contrario que en los relatos iniciáticos habituales, la protagonista no parece aprender nada o casi nada; al final sigue siendo igual de sabia y de ignorante, sigue manteniendo las mismas dosis de inocencia y cinismo. Todas sus energías están concentradas en sobrevivir, y eso ya es una proeza, desde luego, dadas las circunstancias. La vida se desploma a su alrededor en caída libre, pero ella sigue adelante en medio del diluvio. Eso sí, sin saber adónde va, como en realidad nos pasa a todos, aunque la mayoría no seamos tan conscientes de lo poco que controlamos nuestro destino.
La protagonista empieza la novela vestida con el uniforme del colegio. Su padre es catedrático, viven en un barrio rico de Buenos Aires y la vida debería sonreírle. Pero la realidad chirría desde las primeras líneas: esa niña tan mona hace novillos, pide dinero por la calle con la excusa de que le han robado y al final se tumba con un compañero de clase en "la barranca de abajo del paredón del asilo de ancianos", en donde se dedican a fumar y a meterse la lengua hasta la campanilla "a medio metro de la cagada de un perro que había comido algo inmundo". Y si esto te resulta escatológico y deprimente, si ese muro desconchado del asilo de ancianos te parece el paredón de fusilamiento de la vida, debo añadir que, para nuestra protagonista, todo esto es la mejor parte. Porque cuando el reloj marca la una menos cuarto del mediodía, "la carroza se me convierte en zapallo" (o sea, en calabaza). Ese es el momento en que tiene que regresar a su casa. Y su casa es el infierno.
Rumble es la onomatopeya que se usaba en los cómics para representar el sonido de un terremoto. La protagonista emplea la palabra para definir todo aquello que es estridente, inquietante, que te eriza el vello y te resulta insoportable, como, explica, cortar un corcho con un cuchillo o desatarse el nudo apretado de las zapatillas con las uñas recién comidas. Estamos hablando de dentera, pues. De la escalofriante dentera de la vida. Y estamos hablando de la distancia narrativa. Del formidable logro literario que consigue este libro; de esa voz de la protagonista, que narra lo aterrador sin aterrarse, lo aberrante como si fuera totalmente habitual. No hay ningún melodrama, ningún dramatismo añadido en esta historia que en realidad es tremenda, porque el niño no adjetiva el mundo en el que vive, es el único mundo que conoce y todo lo que le sucede le parece normal. Y así, que la madre sea ingresada en un psiquiátrico, que los hermanos se peguen unas palizas brutales, que el padre se llene la boca de grandes palabras solidarias pero luego se comporte como un sádico, no es una tragedia, sino tan desagradable como arañar con la uña el pizarrón, puro rumble, dentera.
A medio camino entre Salinger y John Fante, la novela de Maitena habla de lo venenosa que puede ser la familia y de cómo el intento de ser feliz amenaza con conducirte a una mayor desgracia, como el enterrado vivo de Poe que, sepultado boca abajo, escarba tierra adentro sin saberlo. Y todo esto lo hace con amor y con humor, conmovedora y desternillantemente. Tiemblas y te ríes leyendo Rumble, siguiendo las aventuras y desventuras de esa protagonista formidable, que lleva un destornillador en el bolsillo para robar los logotipos de los coches de lujo; que, para escapar de su asfixiante hogar, duerme a menudo en un auto abandonado en un garaje sin que nadie de su familia la eche en falta; que fracasa grandiosamente en todo cuanto intenta, desde el colegio al amor, pasando por un brevísimo y adolescente coqueteo con la muerte: "Encerrada en el baño me miro las muñecas y busco una gillette que vi en el estante de vidrio del botiquín, pero no me corto las venas porque la gillette está sucia". Ese es el tono, en fin: apretado, corrosivo, elocuente, certero.
La protagonista de Rumble puede compartir con Maitena el mismo barrio de la infancia, la misma clase social desvencijada y otros detalles circunstanciales de la vida, pero este libro es tan autobiográfico como pueda serlo El corazón de las tinieblas de Conrad: ya se sabe que el escritor vivió realmente en el Congo todo lo que narra, pero a nadie se le ocurriría decir que ese novelón es testimonial. Rumble es una obra plenamente literaria, un debut deslumbrante, y guarda en su interior media docena de escenas tan poderosas que son como proyectiles que estallan en tu cabeza: el robo de los bombones, el disparo a la mucama, el viaje alucinógeno... Y, sobre todo, para mí, el fragmento del padre persiguiendo al hijo en bicicleta, una escena aterradora que sé que no voy a olvidar en toda mi vida. Son pocos los libros que te dejan tanto.
Rumble. Maitena Burundarena. Lumen. Barcelona, 2011. 288 páginas. 17,90 euros. www.maitena.com.ar.
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