Delirio imaginativo de Antoni Miralda
Antoni Miralda (Terrassa, Barcelona, 1942) sorprendió a todo el mundo cuando en la década de los sesenta ocupó el centro de París con sus primeros ceremoniales públicos. Ya antes, había pasmado a los viandantes barceloneses con sus acciones antimilitaristas. Después vendrían sus imponentes performances intercontinentales (Honeymoon, 1986-1992) en las que llevó "al altar" a la Estatua de la Libertad de Nueva York con el Cristóbal Colón de Barcelona; o sus impresionantes banquetes con panes de oro para la FoodCultureMuseum (2000-2010). Su espectacular forma de entender el arte se ha inspirado en las calles. Pero también en la música de John Cage o en el videoarte de Nam June Paik. Lo suyo es puro conceptualismo mezclado con el kitsch de peor gusto; un combinado perfecto de provocación y complacencia que le ha colocado en lo más alto de la vanguardia artística durante las últimas décadas.
"Tengo que conseguir que no parezca un museo, pero es muy difícil cuando todo tiene que ser tan limpio, sin comida..."
"Me gustaría que la exposición fuera como un ojo de pez que permitiera ver cómo todas mis cosas se conectan entre sí"
Enemigo militante de encajonar el arte en los museos, Miralda protagoniza ahora una retrospectiva, De gustibus non disputandum, organizada por el Reina Sofía en el Palacio de Velázquez, en pleno parque del Retiro madrileño; un peculiar espacio que él reinaugura después de cinco años de obras de restauración. Consciente del reto pleno de contradicciones, los nervios presiden los retoques de última hora. Miralda es el autor del guión, de la dirección, de la puesta en escena, de la interpretación y del montaje final de su obra. Nada escapa a su control. Con su suave timbre de voz y delicadas maneras da instrucciones a unos y otros. Solo su descolocado moño da idea de la tensión del artista para que la exposición sea un perfecto resumen de una obra hecha a golpe de provocación, autenticidad y compromiso.
Rodeado por los técnicos, por el personal del museo y por su mujer, Montse, supervisa y ordena cada detalle. Colores, formas y olores tienen que dar cuenta de la bacanal creativa que ha sido toda su obra. "Es muy duro tener que contar todo esto desde un museo", reflexiona, "es todo un reto. Tengo que conseguir que no parezca un museo, pero es muy difícil cuando todo tiene que ser tan limpio, sin comida...".
¿Es esta una oportunidad para entender su obra? "Eso quiero. Hay muchos errores de lectura. Honeymoon, por ejemplo, se ha visto con demasiados clichés. Me gustaría que la exposición fuera como un ojo de pez que permitiera ver cómo todas mis cosas se conectan entre sí: los soldaditos, el mobiliario, los dibujos, las flores, los cortinones. Cada detalle forma parte de un todo".
En ese todo está el feroz antimilitarismo de Miralda, un sentimiento nacido durante el tiempo en el que hizo el servicio militar, en la década de los sesenta. Las miniaturas de soldaditos de plástico le sirvieron para componer mobiliario surrealista y bosques de pesadilla hechos con un preciosismo absoluto. Se ríe recordando que necesitaba tantos soldaditos que llegó a tener fábrica propia para poderse abastecer. En aquellos años la protesta era contra la guerra de Vietnam. "Ahora la pesadilla de la guerra sigue en otros muchos frentes", lamenta. En estos primeros años inventa también sus famosos cenotafios, los monumentos públicos y turísticos para generales y los Cendriers-tombeaux (ceniceros-tumba).
Y si el mundo militar es importante en su obra, nada tiene tanta presencia como el mundo de los alimentos. Mucho le debe el ahora aplastante universo del arte culinario. A partir de los setenta, ya instalado en Nueva York y convencido de que la acción de comer es un ritual que va mucho más allá de las necesidades físicas (compartir, celebrar), Miralda se inspira en la liturgia de la comida para sus primeras grandes performances. Empieza su periodo más lúdico y más espectacular. En 1973, organiza el Patriotic Banquet (banquete patriótico), un menú de banderas comestibles destinadas a la putrefacción, una nueva protesta contra la guerra de Vietnam. La siguiente gran acción es en Houston con una gran cena televisiva donde participan los restaurantes locales. En 1981, en Kansas City, la ciudad participa en las fiestas de celebración por la cosecha y en la feria de ganado con Wheat & Steak (trigo y bistec). Panes de oro se mezclan con toneladas de grasa. Y la omnipresente cubertería sorprende con una enorme cuchara en forma de hoz.
Para Miralda, la cultura de los pueblos se manifiesta en el acto de comer. En la forma que se hace y en lo que se hace. Poco dado a los excesos culinarios, pero partidario de comer un poco de todo, una de las piezas que mejor resume esta etapa en la exposición es La Santa Comida, creada en el neoyorquino Museo del Barrio en 1984, una ceremonia integradora del Spanish Harlem. Los siete altares mezclan visualmente los orígenes africanos con los cristianos. Vírgenes y santos junto al candomblé brasileño. Alrededor de ellos, todos sus alimentos favoritos en una mezcla de ofrendas en las que las velas y estampas se enredan con los mejores productos de la tierra.
El mundo de lo comestible sigue por la instalación FoodCultureMuseum (www.foodculturemuseum.com), un proyecto creado para la Bienal de Estambul de 1997, recreado en Miami en 2002; un trabajo en el que los participantes depositan su memoria culinaria para ser después reconstruida de manera poética, porque para Miralda, la historia del hombre está ligada a sus recuerdos en los fogones. ¿Y cómo ve el futuro de la cocina espectáculo? Es este un tema del que el artista no quiere hablar porque no le agrada la vertiente exageradamente artística que se está dando en el mundo de los fogones. Lo que sí reclama es un cierto reconocimiento por su contribución a dar vistosidad a la cocina actual.
Envolviendo todo lo anterior está su pieza más famosa y, según el artista, la menos entendida: el Honeymoon Project (proyecto luna de miel) (1986-1992), una metáfora del entendimiento entre el nuevo y el viejo mundo por medio del matrimonio entre la Estatua de la Libertad de Nueva York con el monumento a Cristóbal Colón en el puerto de Barcelona, una performance en la que hubo de todo: ajuar, petición de mano, cartas de amor, concurso de trajes para la novia, muchísimos regalos, luna de miel. Fue una auténtica performance global con mucha participación y también mucho negocio que en su momento creó polémica, pero que Miralda no entiende porque "el arte siempre tiene una vertiente comercial".
La exposición se cierra con la última obra del artista, Stomak Digital, una instalación en la que sobre soportes en forma de balas se mezcla información acerca del hambre en el mundo, enfermedades producidas por los excesos, dietas para cuerpos de bolsillos millonarios y advertencias sobre el futuro del planeta. Las montañas de tapers repletas de objetos ofrecen información de actividades que giran en torno al universo de Miralda; un mundo tan personal como provocador.
Antoni Miralda. De gustibus non disputandum. Palacio de Velázquez del Retiro. Madrid. Hasta el 11 de octubre. www.museoreinasofia.es.
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