Barcelona: arte contra la apatía
Mientras el Ayuntamiento de Barcelona anuncia que el presupuesto para cultura aumentará un 11% y que, al final de esta legislatura, su Gobierno habrá invertido 280 millones de euros en este particular, casi el triple de lo que gastó la anterior Administración, los representantes de Art Barcelona, asociación que reúne 28 galerías de la ciudad, se quejan del abandono al que les tiene sometido el Consistorio municipal. Mientras se anuncia que el viejo Canódromo de Meridiana será el destino del Centro de Arte de Barcelona —"un centro intermedio entre las fábricas de apoyo a la producción artística y el espacio de difusión más cercano al público, es decir, lo que los especialistas denominan una kunsthalle, un modelo inexistente en Barcelona", en palabras de Jordi Martí, delegado de Cultura— los artistas callejeros maldicen una normativa municipal que coarta su expresión artística, ejercicio clave para entender la efervescencia de Barcelona como capital creativa relevante durante esta década. En esta ciudad, nadie está jamás contento, tal vez sea porque, como comentó Manuel Borja Villel siendo director del MACBA, "en Barcelona se pasó de Franco directamente a lo posmoderno. La modernidad jamás existió aquí".
"La alta cultura está en un estado de ensimismamiento irrecuperable" (Mery Cuesta)
"Esta urbe ha sido un destino muy atractivo para todo tipo de artistas callejeros. Pintar era fácil, una experiencia libre. Hoy, con una serie de prohibiciones municipales, se ha vuelto tarea casi imposible", comenta Eva Villazala, directora de la revista LaMono, una de las publicaciones consagradas al arte underground con más actividad en la ciudad. La revista actúa también como ente organizador de eventos artísticos y posee una amplia escudería de artistas emergentes. "Esos extranjeros que llegaron en los años del boom de street art dinamizaron la escena, que estaba algo anquilosada. Hoy, muchos se han marchado y bastantes de los que se han quedado atesoran una vocación más comercial".
Ya sea por el carácter apocado y algo conservador de los indígenas, ya sea por la eterna resaca del disseny, lo cierto es que ha sido la colonia guiri la que ha estructurado lo más parecido a una escena que puede tener una ciudad tan desconfiada por naturaleza como ésta. De Miss Van (Francia) a Boris Hoppek (Alemania), todos han sufrido los rigores de la capital catalana. "Cuando empecé a crear en la ciudad, lo que se llevaba era lo abstracto, y mi obra era figurativa. Resultó algo frustrante, hasta que empecé a escribir a galerías de fuera. Les gustó mi trabajo. Y entonces, también empezó a gustar aquí". Hoy, la artista colombiana Catalina Estrada se roza con el pop surrealista, una tendencia bastante extendida en la ciudad y que ha creado un estrambótico puente aéreo Barcelona-Los Ángeles.
A pesar de haber dado cuenta de la gallina de los sprays de oro con una normativa que incluso pone pegas a las pintadas autorizadas por los propietarios del espacio si éstas no se ajustan a la norma cromática, Barcelona sobrevive gracias a galerías como Iguapop, Vallery o Montana Colours, alrededor de las cuales se entiende el pop surrealista, el diseño, la ilustración y el street art de hoy. Según Josep Ramoneda, director del CCCB, "la escena de Barcelona siempre ha sido amplia y ecléctica. Muchos grupúsculos difíciles de conectar". Esta conexión intentan llevarla a cabo entes oficiales como el que él dirige.
Para Mery Cuesta, artista gráfica y comisaria de muestras sobre el cine quinqui o la cultura del low cost, la aparente bondad municipal no responde a un interés sincero por el desarrollo de las apuestas más arriesgadas, sino que se debe a que "la alta cultura está en un estado de ensimismamiento irrecuperable. Se recurre hoy a la cultura popular para que los museos y palacios de la oficialidad no se mueran. A través de este fenómeno, las subculturas asoman ligeramente. Pero no es su lugar". Mientras se espera que la nueva generación de la burguesía catalana no herede la ambición de sus antecesores por poseer un miró y prefieran adquirir un boris hoppek, al arte emergente de aquí parece que sólo le queda decidir si vende sus creaciones a una firma de coches o a un presupuesto municipal.
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