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Columna
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La literatura española en el mundo

"Con la excepción de algunos poetas de la primera mitad del siglo veinte, la buena literatura española dejó de escribirse a finales del Siglo de Oro", nos informó un profesor de literatura cuando teníamos trece o catorce años. Salvo ciertos lectores empedernidos, esta opinión prevaleció en Argentina durante toda mi adolescencia. Borges había decretado que ninguna novela española, después del Quijote, valía el esfuerzo de ser leída (cuando alguien le dijo que Galdós era, en su opinión, mejor novelista que Eça de Queiroz, Borges le contestó "mi sincero pésame"). A pesar de tal desolado juicio, los lectores de mi generación descubrimos que la literatura española sí existía. Aprendimos de memoria a Lorca, Cernuda, Aleixandre, Blas de Otero y Miguel Hernández; leímos (sin respetarlos lo suficiente) a Ortega y Gasset y Américo Castro; devoramos a los novelistas (que nos parecían extraordinariamente osados), de Goytisolo a Juan Benet, de Carmen Laforet a Mercé Rodoreda. Es cierto, sin embargo, que la literatura española influyó poco en los escritores de mi época, volcados sobre todo a la poesía y filosofía francesa, y a la novela americana e italiana. Y luego vino el llamado Boom de la literatura latinoamericana, con el cual toda la literatura de la Península, a los ojos del lector de lengua castellana, dejó de existir. En parte como consecuencia de la mentada globalización, en parte por el nuevo aire que empezó a respirarse después de la muerte de Franco, en el nuevo milenio buen número de autores españoles empezaron a cobrar popularidad del otro lado del Atlántico. Hoy Javier Marías, Javier Cercas, Manuel Rivas, Antonio Muñoz Molina, Bernardo Atxaga son habituales best sellers; cuando le dije a mi hermana que conocía a Rosa Montero, se apareció con una pila de veinte novelas para hacerle firmar, diciéndome que para todas sus amigas, era una "diva absoluta". En el mundo anglosajón, la situación es distinta. Si bien ciertos autores (Cercas, por ejemplo) son bien reseñados y bastante bien vendidos, y unos pocos otros pertenecen a esa nacionalidad sin fronteras que otorga el estatus de best seller (como el ubicuo Carlos Ruiz Zafón), la mayor parte de los editores anglosajones no parecen interesarse por la literatura de España. Es cierto que, desde siempre, el lector inglés no ha sentido mayor afinidad con los escritores de la península Ibérica. Ya Robinson Crusoe, rescatando algunos libros del naufragio, deja atrás los volúmenes "escritos por plumas papistas". Sólo Don Quijote entra en el canon universal del lector inglés: ni Calderón ni Quevedo ni Góngora son admitidos. De la poesía española de este último siglo, no se conoce nada, salvo a Lorca. La revista inglesa Granta incluyó a algunos españoles en su lista de "los mejores narradores jóvenes en español", pero ninguno se ha convertido en estrella del firmamento literario británico. Algún crítico curioso en The Times Literary Supplement ha citado alguna vez a Ortega, pero de los otros pensadores españoles no se sabe nada. Cuando mencioné a Fernando Savater y a María Zambrano en una nota para The Washington Post, el editor (premio Pulitzer de crítica literaria) me preguntó quiénes eran. En Alemania (donde sí conocen a Calderón, que es parte del repertorio nacional) hay un esfuerzo por publicar y hacer conocer a los autores españoles. En los países escandinavos, sólo un puñado de autores de novelas más o menos policiales son leídos (Vázquez Montalbán, Pérez-Reverte). En Italia, si bien parece haber un mayor interés que en el Norte por la literatura española, ésta (me confiesa una editora de Roma) no se vende. Pequeñas editoriales italianas sacan traducciones de poetas y ensayistas, y las grandes publican a los novelistas de mayor fama, pero esto no quiere decir que ni unos ni otros sean leídos: en Italia parece haber más editores que lectores. Por razones históricas, económicas, a veces literarias y otras menos definibles, una cierta literatura alcanza a veces a interesar, en su conjunto, a lectores de otras lenguas. En algunos casos, adquiere en el extranjero una identidad uniforme: desde España, hablamos de literatura japonesa, por ejemplo, o mexicana, y sabemos a qué nos referimos. El caso de la literatura española no es tan simple. Javier Cercas o Almudena Grandes son leídos en Corea y en Finlandia, pero no de la misma manera. Quizás la literatura española se ha convertido, en estas últimas décadas, en algo tan complejo y diverso, que ha perdido su carácter nacional y se ha convertido en una multiplicidad universal de admirables voces singulares.

Alberto Manguel ha publicado recientemente La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias . (RBA. Barcelona, 2010. 192 páginas. 21 euros).

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