La marca amarilla
Georges y Edgar fueron amigos del alma, aunque no quisieran verse. Se conocían demasiado. Uno de ellos, Georges, se hizo famoso, importante. Georges se convirtió en el jefe, el censor, el vigilante celoso de su propio prestigio. Y no tendió la mano a Edgar cuando éste, hundido, le pidió ayuda. Cosas que pasan.
Georges Rémi (1907-1983), más conocido como Hergé, ya era célebre en 1941, cuando se conocieron. El personaje de Hergé, Tintín, era un héroe para la infancia belga. Edgar Pierre Jacobs (1904-1987), en cambio, no había hecho gran cosa: figurante teatral, barítono de fortuna, dibujante comercial y, cuando los nazis invadieron Bélgica, autor de Flash Gordon: como no se podían importar las auténticas historietas de Alex Raymond, por ser norteamericanas, los editores pensaron que Jacobs podría realizarlas sin que se notara la diferencia. No se notó: los nazis también las prohibieron.
Hergé fue acusado de colaboracionismo. Edgar, un tipo robusto, se trasladó a su casa para defenderle
Georges y Edgar (que firmaba Edgar P. Jacobs, a la inglesa) se encontraron por casualidad el 15 de abril de 1941 en un teatro, durante el estreno de Tintín en la India, o el misterio del diamante azul. Edgar hizo los decorados. Se cayeron bien, porque no se parecían en nada. Georges era un tipo retraído y atormentado. Edgar hablaba a gritos y se enfurecía por cualquier cosa. Al poco tiempo, Georges introdujo un nuevo personaje en la saga de Tintín. Se trataba de un viejo marino, un capitán llamado Archibald Haddock, con un carácter muy parecido al de Edgar. El propio Georges lo reconoció después: "Haddock es Jacobs".
Fue el principio de una colaboración intensa. Georges y Edgar empezaron a dibujar juntos, y Edgar aportó a las historias de Tintín algo que, supuestamente, le sobraba a Georges: atención al detalle. Redibujaron para la publicación en libro las primeras historias tintinescas (Tintín en el Congo, Tintín en América, El loto azul y El cetro de Ottokar), y Edgar introdujo a Georges en la pasión por el hiperrealismo. Los dos amigos crearon incluso un seudónimo conjunto, Olav, para dibujar durante algún tiempo historietas de espionaje.
Para entonces, Edgar ya había dado pruebas de su amistad. Al final de la guerra, Georges fue acusado de colaboracionismo y detenido cuatro veces. Corrió serio riesgo de ser linchado, o al menos seriamente apaleado. Edgar, un tipo robusto, se trasladó a casa de Georges para defenderle en caso necesario. Una vez superada la crisis del colaboracionismo, Georges, un genio de la narración en historietas, y Edgar, un genio del color, produjeron a ritmo casi industrial historias de Tintín como El tesoro de Rackham el Rojo o Las siete bolas de cristal (el título fue idea de Edgar). En 1946 apareció la revista Tintín, y poco después Georges propuso a Edgar que trabajara exclusivamente con él, para dibujar Tintín a medias. Edgar respondió que sí, pero exigió firmar con Georges. Y éste se negó. Su relación empezó a enfriarse desde ese momento. Se mantuvo la amistad, pero a distancia.
Georges siguió lanzando guiños a su amigo, haciéndole aparecer como figurante (el Jacobini de Las joyas de la Castafiore) en posteriores álbumes, y Edgar creó para la revista Tintín sus propios personajes: Blake y Mortimer, un agente secreto y un científico, británicos ambos. La primera aventura narraba la III Guerra Mundial, e incluía la destrucción de todas las grandes ciudades del planeta: puro ardor jacobiano. Como el detalle de retratarse a sí mismo en el personaje del malvado Olrik, eterno enemigo de Blake y Mortimer.
En 1953 se publicó la aventura más célebre de Blake y Mortimer, La marca amarilla, una obra maestra. Bélgica se llenó de emes amarillas encerradas en un círculo. Los lápices de color amarillo se agotaron en las tiendas. Las aventuras de Blake y Mortimer arrasaron también en el mercado francés y empezaron a ser traducidas. Edgar se hizo casi tan importante como Georges.
Hacia 1970, Edgar sufrió algo parecido a lo que Georges había padecido tras la guerra. Se le acusó de racista, de violento, de oscuro, de complicado, y en la revista Tintín secundaron las críticas. Se sintió incapaz de seguir trabajando y pidió ayuda a su viejo amigo. Le pidió, en concreto, que le prestara a Bob de Moor, su ayudante, para que acabara de dibujar Las tres fórmulas del profesor Sato. Hergé se negó.
Edgar se recluyó en casa. Enviudó. Empezó a mostrar rasgos paranoides. Cuando supo que Georges se moría de cáncer, volvió a su lado. Al parecer, sólo hablaron de los viejos tiempos. Y coincidieron en una cosa: ambos odiaban a Tintín.
L'affaire Jacobs, de Gérard Lenne. Editorial Megawave. 127 páginas.
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