Rusia, democracia 'soberana'
El Kremlin gobierna en un país con un sistema democrático que, en la práctica, es autoritario. Al mismo tiempo intimida a muchos de sus vecinos
En lo que el Kremlin llama "democracia soberana", conocemos al ganador de las elecciones de antemano, y el presidente saliente es quien le designó. Aun así, es el momento de reflexionar.
Estas elecciones presidenciales están llenas de emoción. ¿Ganará la estrella ascendente, Dmitri Obama Medvédev? ¿O será el veterano Gennady McCainovich Ziugánov? ¿A que estamos en ascuas, estudiando con nerviosismo los últimos sondeos de opinión antes de los comicios del domingo?
Pues la verdad es que no. Hasta tal punto no lo estamos, que incluso Hillary Clinton, en la otra campaña presidencial, pronunció mal, el otro día, el nombre del principal candidato. Al preguntarle: "¿Quién va a ganar? ¿Sabe cómo se llama?", en el debate del martes con Barack Obama, Clinton respondió: "Eh... Med, eh, Medvedeva... algo parecido...". Imagínense una cosa así hace 20 años, cuando todavía había Unión Soviética: "Eh... Gorb, eh, Gorbachova... algo parecido".
Deberíamos aprovechar este momento para iniciar un nuevo capítulo en nuestras relaciones con Rusia
Europa, tal como ahora se comporta con Rusia, China y EE UU, es una permanente invitación al 'divide y vencerás'
Uno de los motivos por los que ni los norteamericanos ni los europeos, en general, siguen esta elección con mucho entusiasmo, es que tenemos la sensación de que Rusia ya no importa tanto como antes ni representa ninguna amenaza, verdaderamente. Quizá nos equivocamos, pero ése es el sentimiento que predomina. Otro motivo es que el resultado de las elecciones se sabe de antemano. Y el ganador será... Dmitri Algoparecido. El perrito faldero de Putin, originario de San Petersburgo.
Hay que comprender que la Rusia de Vladímir Putin no es una democracia. Pretende serlo. Se llama a sí misma "democracia soberana". Pero la diferencia entre una democracia y una democracia soberana es la misma que entre una camisa y una camisa de fuerza. A un candidato liberal a la presidencia, Mijaíl Kasiánov, le han descalificado con la excusa -casi con toda seguridad fraudulenta- de una irregularidad técnica. A disidentes como el ex campeón mundial de ajedrez Gari Kaspárov les acosan y les encarcelan. Los medios más importantes están directa o indirectamente controlados por el Kremlin. Los periodistas independientes temen por sus vidas.
Un informe recién publicado por Amnistía Internacional destaca el freno sistemático al que están sometidas las ONG rusas, además de demostrar muchas otras restricciones a las libertades de asociación, reunión y expresión. Los observadores electorales de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa dijeron en diciembre que las elecciones parlamentarias rusas no habían sido libres ni limpias. En esta ocasión ni siquiera van a actuar, porque las autoridades rusas no les dejan trabajar como es debido. Este sistema político no es totalitario, como la vieja Unión Soviética, pero es una repugnante forma de autoritarismo disfrazado de democracia, un lobo con piel de cordero.
¿Y qué podemos hacer? En los últimos años, el lobo ruso ha dado sopas con honda a los países libres del mundo en general y a los europeos en particular. Ha recurrido a gasoductos, bancos y embargos -en vez de carros de combate y misiles- para intimidar, o tratar de intimidar, a muchos de sus vecinos. Un investigador sueco ha descubierto 55 casos de cortes o amenazas de cortes de energía entre 1992 y 2006. Aunque casi siempre se alegaron razones "técnicas", los cortes han coincidido, en su mayoría, con momentos en los que Moscú quería obtener algún beneficio político o económico, como influir en una elección o permitir que compañías estatales como Gazprom compraran acciones en infraestructuras energéticas.
Mientras tanto, los países de la Unión Europea han sufrido un desconcierto total en sus relaciones con Moscú. Por regla general, si uno quiere ver una UE completamente dividida, abúlica y poco convincente, no tiene más que hacerlo desde la perspectiva de un país grande, rico y poderoso, ya sea Rusia, China o Estados Unidos. Las opiniones que comparten las autoridades de Pekín, Moscú y Washington sobre la UE van desde el escepticismo hasta el desprecio, porque ven que cada Gobierno nacional va a hablar con ellos en privado, con la gorra en la mano, para llegar a acuerdos particulares. No es extraño que la Rusia de Putin piense que la mejor forma de defender sus intereses nacionales es tratar con las potencias europeas una por una. Europa, en su comportamiento actual respecto a Rusia, China y Estados Unidos, es una invitación permanente al "divide y vencerás".
La pleitesía no sólo es nacional, sino también personal. El ex canciller alemán Gerhard Schröder, que allanó el camino para el gasoducto ruso Nord Stream bajo el mar Báltico cuando estaba en el poder, es hoy presidente del consorcio que gestiona dicho gasoducto. En una entrevista concedida hace menos de 18 meses seguía manteniendo públicamente su afirmación de que Putin es un "impecable demócrata". Sí, claro, y el negro es blanco.
Un informe reciente del Consejo Europeo de Relaciones Externas, un think tank paneuropeo (en aras de la honradez: yo pertenezco a su junta directiva), ofrece pruebas documentales de este patético desconcierto. Destaca asimismo que si la UE actúa unida, puede ser mucho más poderosa que Rusia. Su economía, en total, es 15 veces la de Rusia, que sólo está ligeramente por encima de las de Bélgica y Holanda combinadas. Aproximadamente la mitad del comercio de Rusia se lleva a cabo con la UE, mientras que los suministros de gas rusos no cubren más que el 25% de las necesidades europeas. En cuanto al poder blando -la capacidad de atracción-, Rusia no puede ni compararse. El único motivo de que sea la cola la que menea al perro es que Europa está muy dividida.
Está ya muy extendida en las capitales de Europa la convicción de que la UE tiene que "aclararse las ideas" en relación con Rusia, y eso incluye la política energética. Pero eso sirve de poco mientras los dirigentes europeos no logren ponerse de acuerdo sobre la línea que deben seguir. La elección -no, la coronación- de un nuevo presidente ruso es un buen momento para estudiar qué línea debe ser ésa: para Europa y para otros.
Cuando Hillary Clinton pidió, en el debate del martes, "una estrategia más realista y eficaz con respecto a Rusia", reflejó una opinión muy extendida al decir: "Aunque técnicamente las reuniones se celebren con el hombre denominado presidente" -sí, hombre, cómo se llama-, "las decisiones serán cosa de Putin". Como Putin va a ser primer ministro, con una mayoría abrumadora en el Parlamento, eso es lo que piensan casi todos los observadores; es más, parece ser lo que piensa el propio Putin; y seguramente es lo que piensa también Medvédev. De forma inmediata, seguramente tienen razón. Ahora bien, a largo plazo no estoy tan seguro. La Constitución da más poder al presidente, y ser el que manda en el Kremlin tiene algo que acaba subiéndosete a la cabeza. A pesar de todos sus recursos naturales, Rusia no es inmune a otras influencias, entre ellas el lento ascenso de la clase media del país, la ascensión de China y las políticas de Europa y Estados Unidos. Y nunca se sabe, a lo mejor un día Putin se pasa al practicar yudo o se cae debajo de un tranvía.
En todo caso, creo que deberíamos aprovechar este momento para señalar el comienzo de un nuevo capítulo en nuestras relaciones con Rusia. La Unión Europea y, el año que viene, el nuevo presidente de Estados Unidos deben emprender enérgicas negociaciones con el presidente Medvédev y su equipo. Es un hombre relativamente joven y, según dice, algo más partidario del libre mercado que Putin. Ha dicho que "somos muy conscientes de que ningún Estado no democrático ha conseguido jamás ser verdaderamente próspero"; una frase curiosa. En cualquier caso, no tenemos más alternativa que tratar con Rusia en un montón de cuestiones de política exterior, desde Kosovo hasta Irán, sobre la que ha ejercido su veto en Naciones Unidas y otras facultades de obstrucción. Pero tenemos que ser muy tajantes sobre las condiciones a la hora de negociar. Tienen que incluir, como mínimo, más respeto a la soberanía de los Estados vecinos, a los derechos humanos y al imperio de la ley, tanto en casa como en el extranjero. Sobre eso hay que ser muy claros y decirlo públicamente y sin más tardar.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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