Europa debe promover la democracia
Hace unos días, el ministro británico de Exteriores, David Miliband, pronunció un excelente discurso en el que explicó por qué la promoción de la democracia es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los neoconservadores estadounidenses. Los liberales, progresistas y socialistas británicos y europeos (que cada uno escoja su propia etiqueta) también deberían contribuir a ella. Ésas no fueron sus palabras exactas, pero el mensaje quedó claro.
El mejor instante de la velada se produjo cuando un estudiante chino del Saint Hugh's College, en Oxford, donde el ministro estaba pronunciando su conferencia en honor de Aung San Suu Kyi, se levantó y dijo que a China parecen irle bastante bien las cosas, gracias, y que está experimentando avances económicos y sociales sin necesidad de democracia, así que "¿para qué molestarse?". Miliband respondió que no se trata de que los demócratas occidentales se dediquen a molestar a los demás con nuestra idea de lo que más les conviene, ni mucho menos a imponérsela.
Es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los neoconservadores de EE UU
Un sondeo mundial de Gallup refleja que 8 de cada 10 personas (9 en África) desean vivir en una democracia
El reto de la UE es qué hacer con los vecinos que nunca van a ser miembros, como Túnez, Marruecos y Egipto
Se trata de dar una respuesta a las poblaciones que están preocupadas por la falta de democracia en sus propios países y luchan para obtenerla. Gente fastidiosa como Aung San Suu Kyi y otros activistas demócratas birmanos menos conocidos, líderes estudiantiles, autores de blogs y periodistas, todos ellos en prisión o en arresto domiciliario, cuyos nombres -Tin Oo, U Win Tin, Min Ko Naing, Ko Ko Gyi, Nay Myo Latt, U Htin Kyaw- leyó, en una retahíla conmovedora, al acabar su discurso.
Es posible que por ahora no sean más que una minoría en su país, pero son una minoría que comparte nuestros valores -valores universales, subrayó el ministro, no sólo valores occidentales-, así que debemos apoyarles. Y detrás de esa minoría valiente existe seguramente una mayoría silenciosa: según un sondeo mundial de Gallup, ocho de cada diez personas desean vivir en una democracia, una cifra que se convierte en nueve de cada diez en África.
Los autodenominados "realistas", los aficionados a la realpolitik de Kissinger, se equivocan al decir que, en este aspecto, nuestros intereses y nuestros valores están en conflicto. Los valores y los intereses pueden ser contradictorios a corto plazo, pero, a la larga, no existe mejor forma de garantizar nuestros intereses fundamentales -paz, seguridad y desarrollo, además de libertad- que la difusión de la democracia liberal y regida por leyes (las electocracias no liberales como Rusia son otra cosa, y, de hecho, pueden incluso empeorar las cosas).
Hasta aquí, nada que objetar. Pero el argumento del político e intelectual británico tiene dos inconvenientes. El primero es que lo relaciona con la intervención en Irak. Tal vez, para un ministro británico de Exteriores, es de rigor mencionar de pasada las elecciones provinciales en Irak como ejemplo de "democracia incipiente" (por incipiente entiéndase muerta antes de nacer, y por democracia, electocracia no liberal); pero llamar al extraordinario florecimiento de la resistencia civil que se produjo el año pasado en Birmania "refuerzo civil" es un error gratuito. Miliband acuñó esta expresión en el blog que mantiene dentro de la página web del ministerio hace unas semanas, y es evidente que le gusta, aunque sólo sea por el orgullo de haberla creado. Pero debería abandonarla de forma inmediata.
Sea cual sea su intención, lo que consigue es equiparar la valerosa acción no violenta de los monjes y opositores birmanos que luchan por la democracia a su manera, en su propio país, con el "refuerzo" militar del general David Petraeus en Irak, como si fueran dos caras de la misma moneda. En vez de ser una alusión ingeniosa, es prácticamente un insulto para los héroes cívicos birmanos cuyos nombres leyó en voz alta. Además alimenta la reacción, tan extendida en Europa, de pensar que promoción de la democracia significa Irak, y, por tanto, hay que aborrecerla. Porque una de las mayores hazañas de George W. Bush es que casi ha conseguido dar mal nombre a la democracia. Como afirma Thomas Carothers, de la institución Carnegie Endowment de Washington, DC, en un folleto reciente, es preciso "descontaminar" la promoción de la democracia de este efecto Bush. Y una expresión como "refuerzo civil" consigue el resultado opuesto.
La imposición de la democracia, o algo que llamamos democracia, tras una intervención militar llevada a cabo, sobre todo, por otros motivos, es muy distinta de la promoción pacífica de la democracia, que, como observó el propio Miliband, necesariamente "crece en la tierra del país" en cuestión. Es, como si dijéramos, la diferencia entre poner fertilizante para alimentar una hierba frágil y poner hierba artificial en una tierra conquistada.
El segundo problema del discurso de Miliband en Oxford es de otro tipo. Dado que está recién llegado al cargo y al tema, es lógico que todavía no haya pensado con cuidado en qué haría verdaderamente falta para promover la democracia de forma eficaz y por medios pacíficos. Cuando lo haga, y si se atreve, no tendrá más remedio que hablar más de Europa. El Reino Unido puede hacer poca cosa por sí sola. Para influir de verdad en la evolución interna de otros países sin que haya habido una ocupación hace falta un esfuerzo sostenido y coordinado del mayor número posible de las democracias más ricas con las que tengan una relación más estrecha.
Miliband mencionó cinco principales formas de promover la democracia: medios de comunicación libres, apertura económica y financiera, ayuda al desarrollo, incorporación a "clubes" como la UE y la Organización Mundial de Comercio y, por último, "el poder duro de las sanciones selectivas, los procesos penales internacionales, las garantías de seguridad y la intervención militar" (un batiburrillo que está pidiendo a gritos que lo deshagan). La UE es un actor fundamental, por lo menos, en tres de estos elementos.
Después de hablar de la necesidad de una "política de estrecha vecindad" más fuerte para la UE, se refirió a la capacidad de atracción de la Unión. Es verdad, y ésa es la solución a largo plazo para Kosovo (que seguramente proclamará su independencia este domingo) y Serbia (que seguramente reaccionará con indignación, incluso tras la reelección del presidente Boris Tadic, más proeuropeo). Pero el reto más general al que tiene que enfrentarse la UE es qué hacer con los vecinos que nunca van a ser miembros, países como Marruecos, Túnez y Egipto.
Lo que necesitamos no es una política única europea de promoción de la democracia, sino un enfoque común europeo de la promoción de la democracia. Los países europeos no tienen por qué hacer siempre las mismas cosas, y, desde luego, la democracia va lista si la dejamos en manos de la Comisión Europea; pero lo que sí necesitamos es una visión compartida de lo que estamos tratando de lograr en el país vecino X o Y y de cómo es posible conseguirlo. Puede que lo más prometedor sea, por ejemplo, centrarse en estos momentos en el imperio de la ley y los derechos de la mujer en Marruecos, la independencia de los medios de comunicación en Egipto, etcétera. Entonces es una ventaja, y no una debilidad, que haya hasta 27 embajadas de países europeos, más la delegación de la UE, más una serie de fundaciones europeas, que ponen en práctica una misma estrategia general de distintas maneras. A veces, unos liliputienses con un millar de hilos pueden más que Gulliver.
Ninguno de estos dos problemas del discurso de Miliband en Oxford es insuperable: sólo tiene que decir menos cosas sobre el primero y más sobre el segundo. Fue un excelente comienzo. Mientras tanto, ¿podríamos oír, por favor, qué visiones tienen otros ministros de Exteriores europeos sobre la promoción de la democracia? Debería ser un tema muy querido para Bernard Kouchner, y la mitad de los Estados miembros actuales de la UE, desde España hasta Estonia, tienen todavía en la memoria el recuerdo reciente tanto de haber luchado en primera línea por la democracia como de haberse beneficiado del apoyo externo. Saben de lo que hablan.
www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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