Elecciones europeas y nacionales
Los ciudadanos europeos votan... no votando. Y los que se molesten en ir a las urnas para decidir el Parlamento Europeo, en realidad expresarán sus opiniones sobre partidos nacionales
El otro día oí a un político británico proeuropeo decir algo extraordinario. Su partido, confió, propone que en la campaña para las elecciones europeas se hable de Europa. Unas risas huecas recorrieron la mesa. ¿Unas elecciones europeas que traten verdaderamente de Europa? Qué original. Qué ridículo.
Y eso no sólo ocurre en el Reino Unido insular y euroescéptico. En toda la Unión Europea, las elecciones directas al Parlamento Europeo, que se celebran en 27 países en diversos días, comprendidos entre el 4 y el 7 de junio, se van a decidir en gran parte en función de cuestiones nacionales y locales. En la mayoría de esos países, los electores que se molesten en ir a votar -cada vez menos numerosos- aprovecharán la oportunidad para expresar sus opiniones sobre partidos, personalidades y Gobiernos nacionales. Lo que ha hecho cada parlamentario en Bruselas y Estrasburgo durante los últimos cinco años, lo que figura en los programas de los llamados partidos europeos, como el Partido Popular Europeo (PPE) y el Partido Socialista Europeo (PSE), y cuáles son los grandes asuntos que se van a discutir en el Parlamento Europeo, son cuestiones que se encontrarán con la indiferencia suprema de los votantes.
La crisis propicia un giro hacia el proteccionismo encubierto, una actitud de proteger lo propio sin importar el vecino
El símbolo europeo no son las estrellas sobre el fondo azul, sino un avestruz gris que esconde su cabeza
En el Reino Unido, los resultados -junto con los de las elecciones locales que se celebrarán el mismo día- se interpretarán como señales indicadoras de las elecciones generales del año que viene. Se seguirá con enorme atención, como es natural, si el xenófobo Partido Nacional Británico logra algún escaño, por motivos que tienen poco o nada que ver con la política de la UE. Tal vez a los laboristas no les vaya tan mal como podrían indicar las encuestas nacionales, por la sencilla razón de que el laborismo tuvo unos resultados pésimos la última vez, en 2004. Así que, aunque el partido en el Gobierno obtenga pocos votos, aun así podría ganar varios escaños más. De hecho, es lo que sugiere que va a ocurrir un ejercicio de predicción elaborado por tres politólogos (ver predict09.eu).
Los conservadores británicos, dirigidos por David Cameron y su portavoz de asuntos exteriores, William Hague, ferozmente euroescéptico, confían en ganar votos con la exigencia, una vez más, de que se convoque un referéndum sobre el Tratado de Lisboa. El otro día, Hague llegó más allá que su líder e insinuó que un Gobierno conservador podría poner en cuestión el nivel de integración previsto en el tratado, aunque todos los Estados miembros lo hubieran ratificado (en el caso de Irlanda, con un segundo referéndum) antes de que los conservadores llegasen al poder en Westminster. "No daríamos por sentado ni descartaríamos nada", declaró al Times de Londres. Dijo asimismo que los conservadores encontrarían suficientes aliados políticos en otros Estados miembros para formar un nuevo grupo conservador en el Parlamento Europeo.
Los demócratas liberales, por el contrario, quieren llamar la atención de los votantes sobre los riesgos de que el Reino Unido se quede aislado en Europa; es decir, sobre los peligros de hacer lo que dice Hague. Como cuestión marginal, por tanto, el país quizá tenga un pequeño debate sobre su posición en Europa. Pero los británicos, en su mayoría, no se dejarán influir ni siquiera por eso. Aquí, como en todos los demás países, los aspectos nacionales y locales serán decisivos. Lo único que sin ninguna duda no vamos a tener es un debate político de ámbito europeo sobre el futuro de Europa.
En cuanto a la participación, ha disminuido de forma constante desde las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo, hace 30 años; desde un máximo de más del 65% en 1979 hasta un promedio europeo de menos del 50% en 2004. En el Reino Unido, la última vez, votó menos gente para decidir quién debía representarnos en la casa de cristal de Bruselas que para elegir quién debía permanecer en la casa de Gran hermano, en la llamada televisión-realidad. La encuesta del Eurobarómetro prevé una participación aún más baja esta vez en toda la UE, menos del 40%, y el Eurobarómetro suele calcular la participación siempre por encima.
Los ciudadanos de Europa votan... no votando. Hablan de Europa no hablando de Europa. Reconozcámoslo: no tenemos una democracia directa operativa, legítima y eficaz en Europa, ni vamos a tenerla a corto plazo. A algunos esto les preocupa verdaderamente, porque creen que una Unión Europea que tuviera más legitimidad democrática sería también más eficiente. Otros utilizan el "déficit democrático" como un palo más con el que golpear a "Bruselas" en la cabeza. Y golpearían todavía más si "Bruselas" fuera democrática.
Hay un par de cosas sencillas y atractivas que podríamos hacer en materia de democracia. Una sería la elección directa y en toda Europa del presidente de la Comisión Europea. Otra, la elección directa y en toda Europa del presidente del Consejo Europeo (la máxima instancia de la UE, con los jefes de Gobierno), si el Tratado de Lisboa entra alguna vez en vigor. Pero estas dos cosas no cambiarían el carácter fundamental de la Unión Europea, que es un híbrido cuya legitimidad democrática deriva sobre todo del carácter democrático de los Estados miembros y sólo en segundo lugar de los elementos de la democracia directa.
En teoría, la legitimidad y la eficacia deberían formar un círculo virtuoso y reforzarse mutuamente. En la práctica, un ligero refuerzo de los elementos democráticos puede acabar disminuyendo la eficacia, porque hace que la toma de decisiones sea todavía más pesada de lo que ya es. (Con los procedimientos llamados de "co-decisión", el Parlamento Europeo ya es más importante de lo que cree la mayoría de los votantes europeos. Pero eso no significa que haga las cosas más deprisa).
No vamos a contar con una democracia europea unificada en un futuro próximo. Ya tenemos una comunidad de democracias europeas. La legitimidad de esa comunidad aumentará seguramente más si la UE hace más cosas de las que quiere la gente que a base de cambios procesales o institucionales, que para la mayoría de la gente son algo que no desea ni entiende y en lo que no está interesada. Lo que queremos es que nos muestren la sustancia. Que hagan algo en relación con la política energética, las relaciones con Rusia y China, el cambio climático, la coordinación de las políticas económicas nacionales para salvar puestos de trabajo en una recesión económica mundial, la defensa de la libertad de expresión frente a las intimidaciones y la contención de una pandemia de gripe porcina. Que sigan el principio de Nike: hazlo. La legitimidad se creará con las actuaciones.
El Tratado de Lisboa ayudaría, porque racionalizaría algunas instituciones (sobre todo, en relación con la política exterior), pero la clave está en la voluntad política. Y esa voluntad política sigue manifestándose principalmente a través de los Gobiernos nacionales que, a su vez, reflejan -aunque sea de manera imperfecta- los deseos de los electorados nacionales.
El problema de fondo es que, incluso en esta crisis económica profunda, e incluso mientras vemos que el poder mundial sigue pasando a manos de Estados no europeos, no parece que haya ningún sentido de urgencia ni una mayor voluntad entre los Gobiernos nacionales de Europa, ni mucho menos entre sus ciudadanos. El verdadero símbolo de Europa en 2009 no lo constituyen las estrellas amarillas sobre un fondo azul, sino un avestruz gris que esconde su cabeza en la arena.
Si la crisis ha servido para algo ha sido para propiciar un giro hacia adentro, para la renacionalización de la política europea, un giro hacia el proteccionismo encubierto, una actitud de proteger lo propio sin que nos importe el vecino. Los líderes de las instituciones europeas, incluida la Comisión, luchan contra ello, pero el poder sigue estando en manos de los Gobiernos nacionales, y los europeos no muestran ningún deseo de confiárselo a nadie más.
La conclusión que se deduce es que las elecciones europeas que verdaderamente importan no son las elecciones europeas. Son las nacionales, sobre todo, las de los Estados miembros que han sido tradicionalmente los principales motores o frenos del proyecto europeo. Si los conservadores ganan las elecciones en el Reino Unido la próxima primavera o el próximo verano, el freno que ya conocemos se notará aún más. Y todavía son más importantes, por consiguiente, los resultados en las elecciones generales en un país que siempre ha sido el principal motor del proyecto europeo: Alemania. Las verdaderas elecciones europeas se celebran el 27 de septiembre.
www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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