Angelo Izzo, colaborador de la justicia
El juez Fernando Andreu, de la Audiencia Nacional, ha viajado esta semana a Roma para interrogar a Angelo Izzo, condenado a perpetuidad. Izzo cuenta desde hace algún tiempo que en los años setenta trabajó en Barcelona como sicario del neofascismo, y que su grupo hizo desaparecer a un miembro de ETA. Quizá el desaparecido fue Eduardo Moreno, Pertur.
Ah, el viejo Angelo.
Angelo Izzo (Roma, 1955) pudo tener una infancia perfecta. El padre, ingeniero, y la madre, una universitaria que optó por ejercer como ama de casa, se desvivían por sus cuatro niños. Les dieron los mejores colegios, los mejores juguetes, las mejores vacaciones. Pero Angelo, el mayor, salió raro. No estudiaba, era violento y frecuentaba ambientes fascistas. El padre lo llevó a un psicólogo y obtuvo un diagnóstico: neurosis maniaco-depresiva y alteración de la sexualidad. Según el psicólogo, el chaval adolescente poseía un pene diminuto y eso le causaba un complejo de inferioridad que trataba de compensar con delirios de omnipotencia.
A los 17 años cometió su primer atraco a mano armada. A los 19 violó a dos chicas menores de edad
A los 17 años, junto a su amigo Andrea Ghira, de 18, hijo de un conocido empresario de la construcción, Angelo cometió su primer atraco a mano armada. A los 19 violó a dos chicas menores de edad: le cayeron 18 meses, de los que no cumplió ni un día porque la pena quedó en suspenso, en atención a la solidez y respetabilidad de su familia.
El 29 de septiembre de 1975, el amigo Andrea Ghira acababa de salir de prisión. Había que celebrarlo. Angelo y otro amigo, Gianni Guido, hijo de un ejecutivo bancario, conocieron a Rosaria Lopez y Donatella Colasanti, dos chicas de 18 años, de clase trabajadora. El dato es importante, porque Angelo Izzo despreciaba a la clase trabajadora. Angelo y Gianni invitaron a las dos jóvenes amigas a una gran fiesta en una villa junto al mar, y ellas aceptaron. En lugar de la fiesta, se encontraron con una orgía de violencia. En la villa, propiedad de la familia Guido, se unió al grupo Andrea Ghira, y las dos chicas sufrieron durante 36 horas unas agresiones salvajes. Angelo, de cabeza fría, se ausentó unas horas para acudir a una cena familiar.
Rosaria murió mientras era violada por Angelo, con la cabeza sumergida en el agua de la bañera. Donatella recibió golpes y patadas en todo el cuerpo, hasta que los alegres muchachos de clase alta la dieron por muerta. Cargaron los dos cuerpos en el coche y volvieron a Roma, para cenar y ocuparse de los cadáveres con el estómago lleno. Donatella recuperó la consciencia y empezó a gritar, hasta que un sereno escuchó las voces que surgían del maletero y llamó a la policía.
Angelo y Gianni fueron detenidos enseguida. Les cayó cadena perpetua. Andrea Ghira consiguió escapar y, tras una estancia en Israel, se alistó bajo el nombre de Massimo Testa en la Legión española, donde pasó 19 años, hasta su expulsión, en 1994, por consumo desaforado de drogas. Se supone que murió ese mismo año, pero hay muchas dudas: el análisis del ADN fue realizado, una década después, por un equipo dirigido por su tía.
El bueno de Angelo se fugó dos veces, y las dos veces fue detenido de nuevo. Pese a ello, obtuvo la consideración de preso modélico porque se declaró arrepentido y empezó a confesar crímenes propios (seis homicidios nada menos) y ajenos, como el asesinato del democristiano Matarella, que atribuyó a un grupo neofascista, o los secretos de una presunta trama fascista llamada El Huevo del Dragón. Todo falso.
Angelo sabía hacerse amigos. En la cárcel intimó con Giovanni Maiorano, dirigente arrepentido de la organización mafiosa Sacra Corona Unita. En 2005, cuando Angelo Izzo recobró la libertad, Maiorano le rogó que se pusiera en contacto con su esposa: tenía dinero ahorrado y quería que Angelo, su gran amigo, lo invirtiera. Angelo Izzo no tardó en conocer a Carmela, de 49 años, la esposa de Maiorano, y a Valentina, de 14, la hija. Un día las citó en una casa apartada. Asfixió en la cocina a la madre y luego, a punta de pistola, ordenó a la hija que cavara su fosa en el jardín. La policía tardó pocas semanas en atribuirle el doble asesinato, que él justificó por el hecho de que madre e hija eran "unas pesadas".
Volvió a caerle la perpetua, pero Izzo conoce el paño. Otra vez está revelando a la justicia secretos tremebundos. Como los que habrá contado, esta semana, al juez Fernando Andreu. -
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.