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Análisis:ANÁLISIS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Apoyo o dirigismo cultural?

No nos engañemos; la cultura y la financiación (perdón por usar ahora esta palabra tan políticamente incorrecta) privada en este país se han llevado mal, o cuando menos poco bien o de reojo. El grueso de la cultura ha recaído en las instituciones públicas como financiadoras, programadoras y dirigentes de la actividad de las artes y de las letras. Me decía hace ya unos cuantos años el difunto Mario Onaindia en un pueblecito de Álava, tras haber escrito su primer guión cinematográfico -Cómo levantar mil kilos, creo que se llamaba-, que con la política de subvenciones al cine, una película podía ser rentable incluso sin llegar a estrenarse. Hay muchas de esas películas seguramente magníficas frente a otros bodrios que se exhiben en las salas. Según un distribuidor de cine en el País Vasco, el promedio de exhibición de una película en nuestro país oscila entre una o dos semanas, salvo raras excepciones. "El resto lo salva la programación en DVD, pero hasta eso se está acabando", me contaba.

La tendencia natural es al afianzamiento de lo que 'yo' creo que existe, o de lo que 'me' conviene

El teatro vasco es un teatro oficial, porque casi no hay teatros privados ni empresarios del ramo. Todo se urde, se trama o se organiza en los consistorios municipales, forales o gubernamentales. Los grandes conciertos musicales no son ni grandes ni conciertos ni musicales si no acude al rescate la mamá Diputación o el papá Ayuntamiento. Los clubes o sociedades de fútbol (si es que el deporte puede entenderse como cultura) sobreviven o malviven en función (amén de sus múltiples errores y derroches) del volumen de las subvenciones oficiales.

No está mal, sino que es deseable y exigible que las instituciones públicas promuevan la cultura. Lo que no resulta deseable es que sólo las instituciones públicas promuevan la cultura, porque acaba siendo una permanente invitación al dirigismo cultural y, por lo tanto, un freno a la creatividad. Resulta difícil pensar que la política pueda apoyar ideas transgresoras, artistas preclaros, proyectos alternativos. La tendencia natural es al conservadurismo entendido como un afianzamiento de lo que ya existe cuando no un afianzamiento de lo que yo creo que existe, de lo que me gusta o de lo que me conviene. Algo así como aquellas reinas de las fiestas patronales que siempre coincidían con la hija del alcalde o del concejal de turno. O como aquellos premios del sindicato vertical a los que se refería Fernando Fernán Gómez cuando le dijo a José Sacristán, dolido por no haber sido premiado: "No te preocupes chaval; cada año le toca a uno".

Cabría pensar que las instituciones deberían dejar en manos de los profesionales (cuanto más variopintos mejor) la programación cultural y ocuparse con muchísimo celo de la gestión económica de lo que delegan. Pero da la sensación de que ocurre lo contrario. Los casos del Guggenheim, Museo Balenciaga, Teatro Barakaldo, demuestran que la Administración no ha hecho la tarea principal que tenía encomendada: velar por la buena gestión económica de los bienes culturales. En todos los casos, la programación estaba bien enfilada, pero los gestores no hicieron los deberes.

El caso de Kepa Junkera es la otra orilla del dirigismo cultural. Al margen de las cualidades del músico vasco, no es bueno que las instituciones programen la carrera de nadie. La tentación del amiguismo es poderosa. Baste comprobar la actitud del lehendakari con respecto a su consejera de Cultura, Miren Azkarate, a la que defiende por ser su "gran amiga".

En un país sin demasiada tradición democrática y profundamente partido en dos mitades que, además, en muchos casos, responden a dos culturas, y acostumbrado a la crispación permanente, el dirigismo cultural, vía programación o vía subvención, tiene demasiados riesgos.

Cada vez que una institución organiza un evento "mundial" defiende la inversión porque ese evento sitúa a esa ciudad, ese pueblo o ese país, en el mundo, "y es la mejor publicidad". Pocas veces habla del interés cultural del citado evento. Eso parece una cuestión de orden menor. Debe ser por eso que la portavocía del Gobierno siempre recae en el consejero o consejera de Cultura. Todo un contrasentido, porque no hay nada más antitético que ambos cargos. De la cultura se espera siempre la sorpresa, la imaginación, el descubrimiento. Del portavoz de cualquier gobierno no se espera nada: siempre se sabe de antemano lo que va a decir.

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