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La 'trece-veinticinco': la batalla de las mujeres

Pocas veces podemos encontrar una resolución de la ONU más citada que la 1325. Esta resolución del Consejo de Seguridad, adoptada el 31 de octubre de 2000, obliga a la participación de las mujeres en la prevención y resolución de conflictos, así como en el mantenimiento y consolidación de la paz. El incumplimiento de la misma acarrea serias consecuencias para la humanidad.

Estos días, por ejemplo, las mujeres afganas se están armando de argumentos y coraje para no ser ignoradas y excluidas del proceso de paz abierto por el presidente Karzai. Temen, y con razón, que el Gobierno entregue los derechos de las mujeres a los talibanes para pagar el precio de la paz. Miles de mujeres congolesas, mientras tanto, son cada año objeto de violaciones, tan sistemáticas como atroces. Y en Haití, a pesar de la generosidad de la comunidad internacional, con España al frente de la ayuda humanitaria, es más que probable que solo una pequeña fracción de esos fondos sean dedicados a las necesidades específicas de las mujeres o a combatir la desigualdad de género.

Una resolución de la ONU las implicó hace diez años en todos los procesos de paz

Estos ejemplos reflejan tres aspectos estancados en la agenda de la trece-veinticinco. Uno, el escaso número de mujeres que participan en las negociaciones de paz. Dos, el persistente déficit en la financiación de las necesidades de las mujeres en los planes de recuperación posconflicto. Y tres, el nivel pavoroso de violencia sexual en los conflictos.

Datos del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) indican que en 24 procesos de paz en las últimas dos décadas, menos del 8% de los equipos de negociación fueron mujeres y menos de un 4% de los mediadores. En 300 acuerdos de paz desde el final de la guerra fría, solo 18 incluyen una mención a la violencia sexual y de género. Y un estudio de los planes financieros de recuperación posterior a los conflictos revela que menos del 8% de los fondos presupuestados están dedicados a necesidades específicas de las mujeres.

Por otra parte, los índices de violencia contra las mujeres y las niñas, el uso de la violencia sexual como arma de guerra y los niveles de mortalidad materna continúan siendo preocupantemente altos, mientras que el porcentaje de mujeres con acceso a la planificación familiar, a presentar un recurso judicial o derechos sobre la tierra, es intolerablemente bajo.

Al mismo tiempo que este décimo aniversario está teñido de inquietud por la falta de avances en estos frentes, es un momento histórico que no debemos desaprovechar. Hoy en día, la posibilidad de que una mujer reciba educación, participe en política en los asuntos públicos o maneje un negocio es considerablemente más alta que hace unos años. Más y más Gobiernos y organizaciones internacionales contemplan la educación de las niñas como la principal esperanza para reducir la pobreza. Cada vez más mujeres están accediendo a posiciones de liderazgo y toma de decisiones, y desde el 2000, al menos 27 países han alcanzado un 30% de representación femenina en sus Parlamentos. Y cada vez hay más hombres que trabajan en temas de género con la misma pasión y convencimiento que muchas mujeres. No es suficiente todavía, pero es un comienzo importante.

Al fin y al cabo, ahí radica la principal fuente de mi optimismo: ellas no se rinden. En los países en conflicto o emergiendo de conflictos y crisis humanitarias, a pesar de beneficiarse solo de cantidades presupuestarias ínfimas, a pesar de sufrir la violencia perpetrada contra sus comunidades y llevar la doble carga del cuidado sobre sus hombros, y a pesar de ser marginadas y apartadas de los foros de decisión, ellas no cejan en su empeño.

La trece-veinticinco nos dice que las mujeres tienen el derecho y la responsabilidad de participar en los procesos de paz a todos los niveles. Solo falta hacerlo realidad. Solo falta que sea verdad.

A la vez, hay ejemplos importantes de participación de mujeres en procesos de paz. En Liberia, ante el fracaso de las negociaciones tras una década de guerra civil, cientos de mujeres se movilizaron durante meses, bajo el sol y la lluvia, exigiendo al temible Charles Taylor que pusiera fin a la guerra. Cuando por fin se sentaron a negociar los diferentes grupos armados, las mujeres liberianas formaron una barricada humana impidiendo que se marcharan sin firmar la paz, y consiguieron su propósito.

Con el mismo ánimo de empujar las posibilidades de paz en Oriente Próximo, se creó en 2005 la Comisión Internacional de las Mujeres por una Paz Palestino-Israelí Justa y Estable (IWC), una iniciativa tripartita de mujeres líderes palestinas, israelíes e internacionales, con el propósito de trabajar por un acuerdo de paz que haga posible un Estado palestino estable en el marco de los acuerdos internacionales defendidos por Naciones Unidas. UNIFEM ha convocado a la Comisión el 1 de junio en Madrid para debatir sobre su participación en el proceso de paz entre Palestina e Israel en el marco de la aplicación de la trece-veinticinco.

Es necesario y es de justicia reconocer y facilitar el papel de las mujeres en la resolución de conflictos. Han pasado ya 10 años desde su aprobación y esta Resolución 1325 del Consejo de Seguridad está ya madura para ser respetada y ocupar el lugar que le corresponde en el orden político mundial.

Inés Alberdi es directora ejecutiva del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM).

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