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La revolución en 140 caracteres

Jordi Soler

En unas cuantas semanas la población de Twitter será la misma que la de España. El dato deslumbra si se piensa que hace un año esta red social tenía la modesta suma de cuatro millones de usuarios. A diferencia del superpoblado Facebook, que tiene poco más de 350 millones, los habitantes virtuales de Twitter se comunican en no más de 140 caracteres, apuestan por la brevedad, eligen el microtexto, optan por la línea concisa y veloz, por los cohetes, diría Baudelaire.

Twitter se despliega a lo largo de la pantalla del ordenador, el usuario va leyendo microtextos de personas, medios de comunicación o instituciones que le interesan y a su vez puede publicar en la pantalla, para quien lo vaya siguiendo, un comentario, una reflexión o un gracejo; cada quien es responsable de lo que publica y, al igual que sucede en la vida real, hay quien tiene miles de seguidores, y hay quien no tiene ninguno.

En Twitter hay una fuerza inquietante, ahí palpita el germen de una microrrevolución

La bloguera cubana Yoani Sánchez tiene 21.161 seguidores que, día con día, se enteran, en directo, de la batalla que sostiene para sortear las feroces restricciones que el Gobierno de los hermanos Castro ha impuesto para el uso de Internet en la isla. El guitarrista irlandés The Edge utiliza sus 140 caracteres para publicar links a las fotografías con las que va formando una suerte de diario visual que tiene 25.075 seguidores, más del doble de los que tiene el escritor Breat Easton Ellis (10.795) y cinco veces más que los de Haruki Murakami (5.497). Entre las superestrellas de Twitter están Al Gore (2.065.428), Barack Obama (3.077.674) y Ashton Kutcher (4.331.339), que se ha granjeado esta desmedida cifra gracias a una fotografía de su mujer en bragas que, por cierto, es la actriz Demi Moore.

Hay también quien utiliza sus 140 caracteres para colgar música o vídeos. Además de las personas que escriben microtextos, los principales diarios de todo el mundo desglosan sus noticias en Twitter, en links y mininotas de 140 caracteres, que en muy poco tiempo han logrado imponer una nueva forma de leer noticias, una especie de microperiodismo que permite a los usuarios ir leyendo, en tiempo real, los acontecimientos de su ciudad, de su país y de todo el planeta: la vida paralela de los otros, que corre al parejo de su propia vida.

La lectura selectiva del microperiodismo que este mismo diario publica en Twitter, más la de Wired y The New York Times, más los microtextos de Yoani, de Murakami, las fotos de The Edge y los comentarios y reflexiones de la gente que cada quien sigue, dan como resultado una peculiar lectura transversal, un mosaico electrónico, movedizo y rabiosamente actual de la realidad.

La velocidad con que se publica, y la rapidez con que se difumina todo en Twitter, nos hace pensar que estamos, por usar la terminología de Gilles Lipovetsky, en el imperio de lo efímero; ¿que se trata de información desechable y dispersa?, puede ser, pero no más que la que ofrecen otros medios y, desde luego, en ese infinito de ideas e información, siempre hay algo que nos sirve o nos conmueve.

En Twitter, exactamente igual que en la vida real, pueden ganarse seguidores de distintas formas; hay quien convence y gana adeptos por lo que escribe, hay quien ya es célebre en otro medio y simplemente hace un trasvase de su público, y hay quien recurre a la chapuza de enseñar a su mujer en bragas. A la par de la comunicación instantánea, y de la información hiperveloz, Twitter funciona como una red para amplificar y canalizar iniciativas ciudadanas; en la Ciudad de México hay un canal de Twitter dedicado a indicarle a los automovilistas en qué esquinas operan los controles de alcoholemia; gracias a esta red de aires subversivos el conductor puede ir sorteando alegremente los controles.

Las autoridades estudian cómo enfrentar esta iniciativa ciudadana, una iniciativa que puede ser condenable desde varios puntos de vista pero, por otra parte, no está mal que ante la injerencia, cada vez más voraz, de los Estados en la vida del ciudadano, haya cierta resistencia, cierto margen de libre albedrío, una pulsación que le indique a quien está en el poder que del otro lado hay miles de conciencias críticas que son capaces de organizarse, rápidamente y a ojos de cualquiera que se asome a Twitter, en una fuerza ciudadana.

A un mundo miniaturizado por la nanotecnología, donde es posible meter miles de páginas, o miles de canciones, en un dispositivo del tamaño de un mechero, le queda bien la brevedad de Twitter. Es de agradecer, y de celebrar, que las microrrevoluciones que tienen lugar en este medio de comunicación, desde la de Yoani Sánchez hasta la opinable batalla contra los controles de alcoholemia, sean por escrito; después de tanta radio y tanta televisión regresamos, para comunicarnos, a los fundamentos, a escribir palabras. Pero Twitter es apenas una novedad, ya veremos hacia dónde se dirige y qué tanto influye en el mundo del futuro; en esos 140 caracteres hay una fuerza inquietante, ahí palpita el germen de una microrrevolución.

Jordi Soler es escritor.

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