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La prensa, en el ojo del huracán

La crisis global, que golpea a numerosos sectores económicos de nuestra sociedad, tiene un efecto especialmente grave cuando analizamos su impacto sobre los medios de comunicación. Seguramente, mayor que en otros sectores a causa de factores negativos que ya incidían sobre la profesión periodística. Desde hace tiempo, la aparición de nuevos medios y soportes así como las nuevas tecnologías han obligado al periodista a transformar su forma de trabajar. Por no hablar del rampante intrusismo, la baja remuneración, la inestabilidad laboral. Es decir, la drástica caída de los resultados económicos ha llevado a muchas empresas a reducir el número de periodistas en las redacciones, a recurrir a jubilaciones anticipadas, así como a una progresiva retirada de corresponsales y enviados especiales a zonas en conflicto.

Dejar que la prensa se hunda es permitir que la sociedad pierda un medio clave para ejercer sus derechos

Todo lo expuesto incide sobre una profesión y un colectivo muy castigado por presiones y ataques, a veces tan directos que han costado la vida o la libertad de muchos profesionales de la información, como Reporteros sin Fronteras denuncia un día sí y otro también. Y es que el ejercicio de la profesión periodística es el campo diario de una lucha sin descanso y también, en demasiadas ocasiones, de comprobación de impotencia con el consecuente malogro de tantas vocaciones.

Hubo un tiempo en que era corriente hablar de la prensa como del cuarto poder. Hoy este poder está seriamente amenazado desde fuera y desde dentro por una pura y simple razón, cualquiera que sea el escenario de la noticia: no gusta que la prensa dé publicidad a situaciones irregulares, que cumpla su derecho y deber de denunciar lo que es incorrecto, impropio, delictivo.

Por esto, desde tantos ángulos sociales y por tan diversos medios se busca silenciar a la prensa, a la auténtica, la fiel a su misión. Asesinatos, secuestros, encarcelamientos y desaparición de periodistas en número creciente. En casi todo el mundo. Y por la acción de muy variados elementos: Gobiernos con serios débitos legales y democráticos, grupos terroristas o paramilitares, sectores dedicados a la delincuencia organizada. Según Reporteros sin Fronteras, sólo desde enero de 2009, 18 periodistas han sido asesinados y 144 se hallan encarcelados. En este sentido de agresiones externas, el periodismo se configura hoy como la profesión más peligrosa del mundo.

Es, pues, sombrío el balance de obstáculos intencionados a que está sometida la prensa. Pero hay un mal peor, que la Federación Andaluza de Asociaciones de la Prensa denunció categóricamente el mes de noviembre en Cádiz y el de marzo en Sevilla, con concentraciones masivas de periodistas, un colectivo, por cierto, que raramente se moviliza. Y es la corrosión de la profesión desde dentro. Por ejemplo, la precariedad laboral hace que a menudo se prescinda de profesionales de reconocida experiencia y cualificación. A juicio de las asociaciones profesionales, ésta es, junto con la concentración de medios, la mayor amenaza contra la prensa como instrumento de creación de una opinión plural y libre. Por tanto, contra la defensa de las libertades y de la buena marcha de democracias supuestamente consolidadas.

Crear un periodismo sin profesionalidad, sin seguridad, sin independencia es deformarlo, desacreditarlo. Conducirlo prácticamente a su anulación. Es una situación alarmante para la salud ciudadana que exige tomarse muy en serio sus causas y los medios apropiados para remediarlas. Cabe preguntarse por qué en un momento grave de crisis generalizada, que se traduce en depreciación del trabajo como derecho esencial del ser humano, conviene hacer hincapié de manera especial en cómo esta lamentable realidad afecta al campo del periodismo. La razón es obvia: por el servicio mismo de bien general que presta la prensa libre como transmisora veraz de los acontecimientos. Sobre todo, por su labor de crítica, de denuncia de abusos, injusticias y procedimientos ilegales sin detenerse ni ante la actuación de los poderes públicos.

Defender el libre ejercicio de la profesión periodística hoy, en un mundo en el que es objeto de toda suerte de presiones, interferencias, amenazas, impedimentos y cortapisas, es harto difícil. Porque vivimos tiempos oscuros. De sombras. De confusión. Un tiempo y un mundo donde prolifera cada vez más la voluntad de desvirtuar los hechos, de transformarlos en medios al servicio de intereses determinados y, por ellos, desactivar la razón crítica, torcer los caminos que conducen a la verdad y ahogar la palabra veraz en beneficio de la mendacidad y la acción sin escrúpulos.

La prensa es el baluarte de la democracia. Así nació. Y así hay que mantenerla contra todo propósito de manipulación y nefasta reducción a mínimos.

En la tarea de defenderla es preciso concienciar a los agentes sociales, a las universidades y otras entidades culturales y, por su especial responsabilidad, a los Gobiernos e instituciones públicas. Porque dejar que la prensa se hunda o se prostituya es permitir que la sociedad pierda un medio esencial para su debida cohesión y conciencia en el ejercicio de sus derechos fundamentales.

María Dolores Masana es presidenta de Reporteros sin Fronteras-España

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