Los periodistas y la doble crisis
¿Estamos los periodistas preparados para afrontar una doble crisis económica y sus consecuencias? No hace falta señalar que una de ellas es la Crisis con mayúscula, la global que nos afecta a todos y que, a decir de los expertos, es la peor desde la Gran Depresión de 1929, aquella que nos dejó imágenes patéticas de largas colas de estadounidenses con raídos abrigos y sombrero esperando por un plato de sopa, o de gente arruinada tirándose en plancha desde lo alto de los rascacielos.
Pero los medios de comunicación de todo el mundo, y en especial los impresos, los periódicos, están al tiempo sumergidos en una particular crisis vital que lleva arrastrándose desde hace unos años, provocada por la irrupción de Internet, los periódicos digitales, los gratuitos, la caída de la publicidad y las nuevas tecnologías, y que ahora, al socaire de su hermana mayor, ha estallado como una bomba de efecto retardado y amenaza con llevarse por delante no sólo a medios y redacciones, sino también a algunos de los elementos que han sido básicos en el ejercicio del periodismo en los países democráticos.
No hay que rendirse. Ésta no es una profesión para conformistas
Las primeras consecuencias ya han empezado a verse: cierre o reestructuración de medios, reducciones drásticas de plantillas, despidos numerosos, jubilaciones anticipadas y, en algunos casos, elección entre congelación de salarios o despidos -desde junio pasado 1.800 periodistas han sido despedidos en España y se calcula que la cifra puede llegar a 5.000-.
Cunde el desánimo entre los profesionales veteranos que ven cómo se cierra una etapa del periodismo que, al menos en España, ha sido de las mejores de su historia. La comprendida entre la muerte de Franco, la Transición, y los inicios de la actual crisis. Una etapa en la que el despertar a la libertad, el adiós a la censura, el florecimiento de nuevos medios y el entusiasmo de unos profesionales que estrenaban democracia dieron lugar al nacimiento de un periodismo de calidad antes desconocido en el país, cuyos presupuestos esenciales eran la veracidad, el rigor y la honestidad. Un periodismo en el que se foguearon y crecieron, ¡y de qué modo!, un montón de profesionales que hoy todos conocemos y respetamos. Periodistas críticos con el poder, ya fuera político, económico, religioso o cultural. Y críticos también -lo que no significa desleales- con las empresas para las que trabajaban. Periodistas acostumbrados a defender, incluso a gritos, sus trabajos ante el redactor-jefe de turno, a no asumir en silencio órdenes caprichosas, vinieran de donde vinieran, y a pelear por llevar una noticia a primera página. Periodistas apasionados, críticos y autocríticos, actitudes, creo yo, esenciales en el oficio.
Un joven periodista planteaba recientemente a una mesa de veteranos colegas que debatían sobre la libertad de expresión, en la Asociación de la Prensa de Madrid, qué se podía hacer para cambiar el sombrío panorama que allí se reflejaba: reciente censura a los medios en Gaza; inconvenientes, cada día mayores, para acceder a la información; malestar de los jóvenes ante la para ellos imposibilidad de plantar cara a unas empresas todopoderosas; cortapisas económicas de éstas para hacer una información atractiva y de calidad; competencia de Internet, mucho más rentable para las empresas a la hora de cubrir conflictos en lugares lejanos, que amenaza con el fin del reporterismo... Entusiasmo; seguir batallando con el poder y el jefe de turno; no rendirse, porque ésta no es una profesión para conformistas; seguir haciendo información seria, rigurosa y sorprendente fueron algunas de las respuestas. En suma, calidad, porque la buena información seguirá siendo información, no importa el soporte en el que se venda.
¿Es posible mantener los principios éticos y el ánimo combativo en medio de un panorama de incertidumbre en el que lo único seguro es que no hay nada seguro? Un paisaje en el que las nuevas tecnologías de la comunicación se imponen a ritmo vertiginoso pero todavía no sabemos cómo serán los nuevos periódicos impresos que ahora se pergeñan, si es que realmente sobreviven... ¿Estamos preparados para, en medio del diluvio, jugarnos el tipo y seguir informando de la única manera que merece la pena: viendo lo que pasa en el lugar de los hechos para luego poder contarlo con la mayor honestidad posible? ¿Estamos dispuestos a resistir las viejas y nuevas presiones? Claro que, a lo mejor, todo esto son sólo tonterías, resabios éticos de un siglo que alumbró a periodistas como Kapuscinsky, García Márquez, Woodward o Bernstein, y lo único importante es contar cosas divertidas, ligeras, y, a ser posible, de bajo coste. Mucha comunicación y poca información.
El estupendo periodista que es Enric González decía hace poco, en este periódico, que se atisba una época en la que a cambio de no tener una cabecera que le ampare, el periodista quedará liberado de los compromisos de sus amos y será él mismo, expuesto a la intemperie, a solas con sus propios compromisos y errores. Y eso que González va por la vida de escéptico. Ojalá acierte, porque las democracias mal pueden sobrevivir sin una información libre y de calidad.
Malén Aznárez es periodista y vicepresidenta de Reporteros Sin Frontera España.
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