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Un músculo europeo sin esteroides

Quizás 30 años después de las primeras elecciones europeas por sufragio directo marquemos un hito en las de 2009: revertir la creciente tendencia abstencionista, aumentando la participación media en la UE-27. La razón para el optimismo es sólida: la crisis económica y financiera ha servido para que la Unión Europea despertara, adoptando una actividad y un discurso en tiempo real para afrontarla, algo que ha sido percibido por buena parte de la ciudadanía como la primera razón en mucho tiempo para pensar que la Unión está viva.

Si se votara hoy, las urnas estarían más llenas que en 2004, un buen año políticamente -con la Constitución Europea recién terminada-, en el que, sin embargo, la abstención siguió avanzando. Pero la cuestión es si dentro de unos meses las cosas tendrán el mismo color, una vez que la presidencia francesa de la Unión haya pasado y llevemos seis meses con la República Checa al timón de la nave comunitaria.

La UE tiene una gran oportunidad para fortalecerse dentro y fuera y tratar de igual a igual a EE UU

¿Dependerá la buena salud de la UE ante la opinión pública únicamente de la hiperactividad del señor Sarkozy llevando las riendas en coalición de voluntades con Zapatero y Brown, o caeremos de nuevo a lo largo de 2009 en la depresión en manos de un neoliberal y euroescéptico presidente Klaus o de una poco comprometida presidencia sueca? ¿Tendremos que esperar a la presidencia española en 2010 para recuperar el pulso?

¡Basta de pan para hoy y hambre para mañana! La influencia de la UE en la crisis y su imagen de utilidad para la gente no pueden basarse en un músculo conseguido temporalmente con esteroides, sino en uno alcanzado con un programa sostenido de ejercicio. De lo contrario, la fortaleza de estos meses se tornará en debilidad ante la ciudadanía y, no lo olvidemos, ante los actores internacionales, empezando por el nuevo inquilino de la Casa Blanca, cuya obligación será garantizar -aunque por vías radicalmente diferentes a las del señor Bush- la hegemonía norteamericana en el escenario mundial.

¿Qué debe hacer la UE para que su fuerza de hoy persista en el futuro, hacia fuera y hacia dentro? Primero, mantener el impulso político alcanzado en este semestre, lo que implica que sus socios más europeístas trabajen para ampliar y consolidar el círculo de consenso desde el que adoptar decisiones -como se ha hecho con el Reino Unido- e impedir que los Estados más reticentes pongan el freno. El mensaje debe ser tan nítido como firme: no permitiremos que se detenga la dinámica iniciada. Segundo, hablar política y programáticamente de tú a tú, sin complejos, con los principales actores mundiales, como se ha hecho en la Cumbre de Washington. Todos -desde EE UU a Brasil, desde Rusia a la India- deben saber que la UE ha llegado a este punto con la voluntad de quedarse -pues tiene la potencia suficiente y la decisión de aplicarla para no ir a remolque de, sino en cooperación con terceros-, promoviendo con convicción la extensión de su modelo de desarrollo -economía social de mercado / Estado del bienestar- como el único que puede evitar un colapso mundial.

Tercero, dotarse de los mecanismos que hagan permanente -no fruto de la coyuntura o el voluntarismo- su actuación como Unión en el terreno económico. Una vez en vigor el Tratado de Lisboa (más necesario que nunca), habrá que utilizarlo para configurar un auténtico gobierno económico y social de la Unión. El bendito euro debe formar parte de una política económica europea que supere la coordinación existente y cuente con un presupuesto mucho mayor que el actual, armonización fiscal, política industrial y una política social -incluyendo un salario mínimo europeo- digna de tal nombre. Sin rodeos: la crisis ha demostrado que hace falta escribir ya ese capítulo, cuya ausencia convierte a la UE como tal -más allá de la suma del PIB de sus miembros- no sólo en un enano político, sino también económico.

Cuarto, forjar una alianza de iguales con el Estados Unidos de Barack Obama, que se sitúa en una longitud de onda similar a la Unión Europea en valores, orientación económica y concepción multilateral. Seamos laicos: con el presidente demócrata no deben esperarse milagros, sino construirse una relación de asociación política y económica, para cuyo funcionamiento a dos es imprescindible contar como interlocutor con una UE constitucionalmente más fuerte.

Todo ello podrá hacerlo la Unión, como siempre, gracias a un compromiso histórico entre las grandes fuerzas europeístas. Pero será mucho más factible si el cambio que representa Obama en los Estados Unidos se corresponde con un cambio de mayoría en Europa que devuelva la primera posición a los socialistas -con quienes coincide en cuestiones de fondo y cuyas políticas están legitimadas para gestionar la crisis- en las instituciones comunitarias, empezando por ser la fuerza más votada en las elecciones europeas, en las que podrían beneficiarse de un previsible aumento de la participación y del deseo de apoyar programas progresistas tras la catástrofe neocon. El resultado opuesto, es decir, una mayoría conservadora neoliberal, lastraría buena parte del futuro europeo y representaría un obstáculo para la complicidad con el cambio norteamericano. En 2009 la alternativa será, lisa y llanamente, statu quo o socialdemocracia.

Carlos Carnero es vicepresidente del Partido Socialista Europeo.

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